Noche de sensaciones en el templo de Santa María. Los más diversos pensamientos aparecen de manera inesperada aprovechando que, gracias a las voces blancas primero, y los graves de la Capella después, es posible transportarse en el tiempo y en el espacio sin moverse del banco, de la silla, del balcón de la basílica. La música del Misteri permite eso, estar sin estar, volar sin volar, como los tres aparatos aéreos que anoche volvieron a hacer acto de presencia desde lo alto del Cielo y que dieron pie, en la mayoría de los casos, a que se lucieran los cantores y los escolanos. El Ángel, Miguel Ángel Agulló Payá, se estrenaba. Antes, la María, en este caso interpretado por Mathías Matarredona Pérez, también debutaba en esta responsabilidad. Son la punta de lanza de una drama en el que primero las voces blancas introducen al público en una atmósfera distinta, donde la María intercala sus lamentaciones con San Juan, y que, hacia la mitad del desarrollo de este Patrimonio de la Humanidad, son los Apóstoles los que van cogiendo el testigo. Para entonces, el público, más numeroso que en la noche anterior, sigue asombrado por lo que está viviendo, y expectante por lo que puede venir.

Tras el habitual descanso poco antes de la medianoche, la solemnidad envuelve aún más a la basílica. La defunción de la Virgen genera un clima de introspección, de sentimiento hondo, lo que contribuye a que cada uno continúe en sus propias reflexiones. Y es que cada uno vive a su manera La Festa. Incluso llega el momento en que el cuerpo ya se ha acostumbrado al calor asfixiante, tanto que al salir de Santa María se nota frío.

Frío no deja precisamente otro momento cumbre del drama, la Judiada, que llena de vibración el Cadafal y que despierta al más cansado de entre el público (no hay que olvidar que la representación comenzó poco después de las 22.30 horas y finalizó entrada la madrugada). Como regalo, los cantos ya juntos de Apostolado y Judíos, así como el Santo Tomás, anoche a cargo del Mestre de Capella, José Antonio Román.

La Coronación y antes el Araceli (con escolanos debutantes) la cohetà exterior, la lluvia de «oripel» y el órgano omnipresente conseguían a unos profundizar en esa ensoñación en la que se sumergieron paulatinamente al inicio del drama, y a otros en devolverles a la realidad. Una realidad no tan mágica como el Misteri.