El descenso generalizado de la criminalidad en los espacios físicos está directamente ligado al incremento de la actividad delictiva en el ciberespacio. Esta fue una de las principales conclusiones que defendieron ayer los científicos que participaron en la primera de las tres jornadas que la Environmental Criminology and Crime Analysis y el Centro Crímina para el estudio y prevención de la delincuencia de la Universidad Miguel Hernández (UMH) han organizado en Elche. Estas tesis se apoyan en datos como los que ofrece el Ministerio del Interior y que hablan de que, durante los últimos cuatro años, a la vez que las principales tipologías delictivas de carácter físico han descendido un 7% en España, el cibercrimen se ha incrementado en un 60% en nuestro país.

El rápido desarrollo de la tecnología también provoca que los delincuentes encuentren su cobijo en la red y cada vez tengan más a mano cometer infracciones penales como robos de identidad, acoso o hacking (conjunto de técnicas a través de las cuales se accede a un sistema informático vulnerando sus medidas de seguridad). En cambio, otras actividades delictivas, como el robo de vehículos, disminuyen ante unos sistemas de protección cada vez más eficientes. El hecho de que las barreras aumenten en el espacio físico es otro de los puntos que contribuye a esta disminución de delitos, a la vez que es uno de los ejes sobre los que está girando el congreso ilicitano, centrado en esta criminología ambiental que no se debe confundir con la criminología contra el medio ambiente.

Criminólogos relevantes a nivel mundial continuarán hoy en la UMH abordando el estudio del crimen desde esta perspectiva de la criminología ambiental, en la que se considera que la conducta delictiva está influenciada por el ambiente inmediato en el que se produce, de modo que, según las investigaciones, el crimen no se distribuye aleatoriamente en el espacio y el tiempo, sino que se concentra en lugares concretos. Los análisis más sofisticados se están presentando en este congreso, como es el caso de la teoría de las actividades cotidianas, cuyo teórico principal, el profesor de Texas State University Marcus Felson, se encuentra estos días en Elche.

Esta teoría de las actividades cotidianas está basada en que los crímenes no dependen únicamente del propósito de los sujetos, sino que se basan en víctimas y lugares concretos y vigilantes que lo eviten, lo que entronca directamente con el auge de la ciberdelincuencia y la caída de la criminalidad física. Felson aboga, entre otras cuestiones, por reducir los beneficios que puede obtener un determinado delincuente para minimizar este tipo de actuaciones.

Otro de los enfoques sobre la criminología ambiental expuesto ayer fue el de la democratización de la criminalidad, que explica el propio director del Centro Crímina de la UMH, Fernando Miró: «Hay que tomarse al delincuente como un igual. Cualquiera puede ser un criminal en cualquier momento, casi todas las personas entre los 13 y los 18 años cometemos algún tipo de falta, aunque sea a pequeña escala. En muchas ocasiones depende de que se nos presente la ocasión».

La corrupción y los mecanismos que se están aplicando a nivel global para reducirla también fueron otras de las cuestiones que los expertos internacionales trataron ayer. «Una de las principales claves pasa por reducir el beneficio que puede disfrutar el corrupto. Por eso no es descabellada la idea de retirar los billetes de 500 euros de la circulación. Hay que incidir en todo lo que está correlacionado con las decisiones que se toman para delinquir», señala Miró.

Los patrones aleatorios que influyen en los crímenes (horas, lugares, circunstancias?) son también algunas de las herramientas con las que están trabajando los criminólogos ambientales que hasta mañana se darán cita en Elche, y que abarcan desde los robos producidos en gasolineras a la pesca ilegal, pasando por los puntos negros en los que se concentran los accidentes de tráfico.