Durante la inauguración de la exposición Non finito, su autor, el ilicitano José Luis Mora Rozalén, lanzó una copa de vino contra su propia pintura. Este gestó provocó un momento de estupefacción entre los que se encontraban en L'Escorxador. La tensión se podía cortar. Nada más lejos de su intención. El artista no pretendía atacar su obra, simplemente quería demostrar a los asistentes a la inauguración que la creación no tiene límites y siempre es susceptible de modificarse o transformarse.

El vino le sirvió a Mora Rozalén para plasmar la reflexión que le ha llevado a dar con la instalación artística Non finito, que se podrá visitar en la sala Lanart de L'Escorxador hasta el próximo 18 de febrero. A simple vista, este proyecto llama la atención porque no se trata de la típica exposición en la que se pueden contemplar cuadros o fotografías colgadas en una pared. El ilicitano ha pretendido dar la vuelta a las tradicionales muestras y ofrece su pintura en el suelo, una obra que no está acabada y que irá mutando con el tiempo.

Los espejos permiten jugar con la pintura y la escultura de Non Finito, aportando una sensación de que la obra de Mora Rozalén camina hacia lo infinito. Una gran caja de madera da paso a un pedestal y de ahí nace una pintura de diez metros. La iluminación de la sala Lanart aporta el resto, ya que el visitante apenas se encuentra con una luz tenue. «El ojo humano se va adaptando y a todo el mundo le da por hablar muy bajo. También contribuye a esta sensación que no se sepa por dónde se va pisando», confiesa el autor, que asegura que los primeros espectadores le han apuntado que su composición les recuerda a un fondo marino o a una nebulosa.

Un viaje a finales del año pasado a la Bienal de Venecia, para visitar a su amigo, el también artista ilicitano Manuel Bru, sirvió como punto de partida para que Mora Rozalén empezara a darle vueltas al concepto que ahora expone en L'Escorxador a través de Non finito. Para ello, comenzó a estudiar las características propias de la sala Lanart a través de un plano y una maqueta en tres dimensiones. Ahora serán los espectadores los que se encargarán de acabar su obra.

Antes de la inauguración, Mora Rozalén no quiso dar muchos datos de su proyecto artístico. «No quería spoilers», subraya, como si la instalación se tratase de una serie de televisión. La cortina negra que ha colocado en la puerta de la sala también suma a la hora de generar dudas entre los visitantes, dando paso a un ambiente íntimo y recogido. Es su manera de evitar los prejuicios. «Al final, al espectador le pasa lo mismo que cuando miramos las nubes y cada uno ve algo diferente», concluye.