La temática de su nuevo disco, Desde una ventana
El optimismo viene de que este es un disco diurno, muy enérgico. Venía de otros trabajos que no puedo decir que fueran depresivos, pero sí que eran mucho más nocturnos, y también me pilló una separación en medio de todo aquello. Llegó un momento en el que me aburrí de hablar de la tristeza. La melancolía está bien para un rato y sirve para escribir, pero al final siempre es negativa. Ahora reivindico el día, la vida, el rock... Un cantautor también puede hacer música alegre, escribirle al amor y al sexo. El público ha agradecido que haya cambiado el chip.
Al margen de la temática, en el disco también se atreve con géneros como el folk y el fado...
Hay que evolucionar, y en la música más. Me niego a hacer dos discos iguales. Amo el folk gallego, y el pop español y británico. Un músico que sólo tocara jazz, por ejemplo, no sería un buen músico. Me apetecía cambiar de estilo. Apuesto por la diversidad con respeto, no voy jugando a nada. Me gusta que mi público escuche sonidos distintos en los directos y que vea que hay una evolución en mi carrera.
En el lanzamiento de Desde una ventana
Fue una iniciativa de Ana Gómez, de la discográfica. Les dije que era mi mejor disco y que creía en él. Como lo defendí tanto, me dijeron que por qué no incluir otro CD para que la gente lo pudiera compartir y regalar de forma gratuita. La acogida del disco ha sido muy buena, no puede tener un mejor tratamiento. Ha quedado claro que no mandan las discográficas ni los mánager. Manda la calle, el pueblo, y es la mejor crítica que se puede tener. Los teatros se están llenando, y ese es el verdadero triunfo.
¿Sigue habiendo hueco para los discos o todo es streaming
Reivindico el formato disco, soy un romántico. Los álbumes tienen un trabajo detrás que no se puede perder, desde la fotografía hasta el diseño. Benditos sean los discos, los libros y el formato físico en la cultura.
En el mundo digital existe un movimiento llamado #lagranfamiliasuarez
Es que una cosa es reivindicar el trabajo romántico y otra cosa es que te guste el contacto directo con el público que te ofrecen las redes y dar las gracias a la gente que viene a los conciertos. Tengo que estar en internet, pero no me puedo pasar todo el tiempo ahí. Que mantenga ese contacto no quiere decir que no crea que las estanterías tienen que estar llenas de discos y libros. Los ordenadores son muy fríos.
Antes hablaba de que había dejado la noche, ¿también frecuenta menos los bares?
No soy profeta de nada ni adoctrino a nadie. He vivido la noche intensamente, hasta límites insospechados. Me ha dado muchas vivencias. Ahora escribo por la mañana con un café, enterándome de todo. Con 20 años me quería comer el mundo y fue él el que me comió a mí. Ahora me gusta estar en la sierra de Madrid con mis perros. Las cajeras de supermercado han ocupado el protagonismo en mis canciones que antes tenían las camareras de pub. No echo de menos vivir la noche con intensidad ni tengo la misma energía con 34 años que cuando tenía 20.
¿Qué queda en usted del cantautor que empezó su carrera tocando en el metro?
Queda todo. Hace poco ofrecí un concierto para cien personas en mi pueblo y lo hice con las mismas ganas que cuando canto para 10.000. Llenar el Palacio de los Deportes de Madrid es un sueño que no olvidaré jamás. Pero no lo he conseguido todo, eso es una estupidez, queda todo por hacer. El Palacio de los Deportes es la suma de cantar muchas veces en bares para ochenta personas. Para mí es un honor ser cantautor en un país en el que existen Sabina, Serrat, Ismael Serrano, Aute o Pedro Guerra. Ni soy triste ni aburrido.
