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«Es el propio pueblo afgano quien tiene los mejores proyectos para desarrollar el país»

Hamed Akram concluyó sus estudios en la Universidad Politécnica de Kabul en 1978

Hamed Akram, exgobernador de Kabul, en el Hotel Huerto del Cura. matías segarra

Es su primera vez en España, pero ha estado viviendo en Francia durante más de veinte años, cuando llegó como refugiado político tras la intervención soviética de Afganistán en 1979. Hamed Akram gobernó Kabul hasta el pasado 31 de agosto, momento en el que fue sustituido por el actual representante. Durante su trayectoria política, actuó en diversas áreas para favorecer el desarrollo de Kabul. Es bien conocida la actualidad de la capital afgana, donde los atentados y ataques suicidas se han cobrado ya la vida de más de 500 personas desde el pasado junio. Sin embargo, Hamed Akram acerca la otra cara de Afganistán: la vida política y social y la forma en que ha venido condicionada por su historia.

Hace menos de tres meses que dejó de ser gobernador de Kabul. ¿Qué balance hace de su experiencia en el cargo?

¿Sabes? Cuando el Presidente me dijo que yo iba a ser el gobernador de la capital, lo primero que hice fue preguntarle por qué. Su respuesta fue que, pese a que todos los ministros estaban en Kabul, la distancia entre el gobierno y los ciudadanos era muy grande. Me dijo que sabía que yo iba a reducir ese espacio.

¿Qué hizo usted para lograr este objetivo?

Acercarme a la gente. El comienzo de mi trabajo como gobernador fue ir a cada uno de los catorce distritos que compone la provincia para detectar necesidades y animar a la participación. Al hablar con las personas, te das cuenta de que son ellos quienes tienen los mejores proyectos para el desarrollo, y cuando les implicas en esos proyectos, estos resultan más efectivos que la acción de cualquier experto procedente de cualquier lugar del mundo.

¿Por qué?

Cuando las acciones se centralizan en áreas concretas, sucede que no hay un reparto equitativo. Varios distritos de Kabul han sufrido esta disparidad: también detecté que había carreteras en Kabul que no están asfaltadas o lugares en las que no hay oferta educativa suficiente.

Esa cercanía, ¿era novedosa?

Había distritos a los que hacía años que no iba ningún gobernador. Se han venido alegando motivos de seguridad para no hacerlo, pero yo he ido a cada uno de ellos. En realidad he pasado más tiempo en los distritos de Kabul que en las oficinas del gobierno. Al final, redacté un plan de desarrollo de tres años para hacer frente a esta inequidad en el reparto, se lo presenté al Presidente y le dije: «Estas medidas se pueden aplicar durante un año, dos, tres o nunca. Es decisión tuya qué ayudas e instrumentos puedes proporcionarme para hacerlo».

¿Y cuál fue la respuesta?

Que vale, que trabajaban en ello. Después cambió el gobernador.

¿Qué más concluyó cuando visitó los distritos?

Que la gente quiere buenos gobiernos. El Estado tiene mucho poder, así que el Gobierno y los gobernadores pueden hacer lo que quieran para desarrollar un país, con una única condición: trabajan para la gente, así que no pueden ser corruptos.

¿Qué medidas al respecto tomó usted durante su mandato?

Fui un político de puertas abiertas. No hacía falta cita previa: cualquiera podía contactarme si tenía algún problema. A veces los distritos me llamaban diciendo que el Comando de Seguridad había arrestado a alguien y quería dinero. Entonces yo cogía el teléfono y preguntaba por qué: si es culpable, envíanoslo; si no lo es, libéralo. También percibí que el presupuesto para los institutos era insuficiente y exigí que se controlara el proyecto, haciendo ver que todos eran responsables.

La educación es importante.

Muchísimo, y se está haciendo un gran trabajo en el país. En 2001, cuando los talibanes fueron derrocados, había 300.000 estudiantes en Afganistán y todos eran hombres. Ahora hay 10 millones de personas que van a la escuela y el 35% son chicas. Ya en 1920 se abrieron escuelas para mujeres; en realidad, Afganistán ha vivido tres periodos de democracia, sistema que no ha experimentado el país vecino. Por eso no dan la bienvenida a nuestra Constitución, que respeta totalmente los derechos humanos y los derechos de las mujeres.

Leí en una nota que usted animaba a las mujeres a participar en la vida pública. ¿Cuál es el papel de ellas en Afganistán?

No hay restricciones. Tenemos ministras, diputadas, embajadoras, directoras de universidades, doctoras... A nivel político, en Afganistán hay 34 provincias y para cada una de ellas existen dos miembros electos en el Parlamento. Por ley, al menos uno tiene que ser mujer; de hecho los votos para hombres y mujeres se calculan de manera separada. Ahora mismo el Parlamento está compuesto por 351 personas: 102 en la Cámara Alta (Senado) y 249 en la Cámara Baja (Asamblea Nacional). De esas 351 personas, un 20% son mujeres. Además, la Constitución de Afganistán de 2004, la más progresista hasta la fecha, recoge algunos artículos sobre la discriminación positiva hacia las mujeres.

¿Qué planes tiene cuando regrese a Kabul?

Tengo muchos pequeños proyectos en el sector privado. Ahora mismo no sé si seguiré activo en la vida política, pero pienso que no hace falta ser gobernador ni ministro para ser útil en tu país.

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