Playas paradisiacas, horas tumbados al sol sin ningún estrés, mojitos, chiringuitos? A buen seguro que estos serían los ingredientes elegidos por la mayoría para configurar unas vacaciones de verano ideales. En un mundo con tantas emergencias humanitarias, son cada vez más los que piensan de una forma distinta, y están dispuestos a conceder su tiempo libre, o, al menos, una buena parte de él, a colaborar sobre el terreno con distintas causas humanitarias.

Este es el caso de los ilicitanos Paloma Segarra, Esther Guilabert y Roberto Hurtado, que en los últimos meses han estado ofreciendo su ayuda, respectivamente, en los campos de refugiados de Lesbos, en un campamento para niños en Kenia y en las costas de Libia, en las que tantos oprimidos inician un viaje hacia Europa en busca de un futuro, truncándose muchos de sus sueños por el camino. Los tres son conscientes de que la solidaridad no entiende de vacaciones.

Paloma Segarra puso hace meses en marcha el proyecto Vientos del pueblo sirio, nacido para colaborar con los refugiados de Lesbos bajo los idearios de Miguel Hernández. «Ha sido una experiencia enriquecedora en el sentido de que hemos podido crear un espacio propio para las personas oprimidas, para que ellos sean los auténticos protagonistas», explica la trabajadora social. La joven está convencida de que, si el universal poeta oriolano continuara vivo, no hubiera dudado en ir a la isla griega a colaborar.

El colectivo multidisciplinar que encabeza, ligado a Elche y al resto de lo provincia, ha derribado las barreras espaciales para aterrizar en Lesbos, donde han permanecido desde el 25 de julio hasta el 15 de agosto. Segarra ha estado acompañada por el director de teatro y cine Mario Hernández, el fotógrafo Rubén García y el intérprete afincado en Elche Soubhi Hamaui. Durante su estancia en Lesbos han desarrollado un taller escénico utilizando los versos del poeta Miguel Hernández.

El destino elegido por Esther Guilabert, directora general de IFA, a finales de julio fue el de un campamento para niños en Kenia. Allí pudo conocer en persona al joven que apadrina desde hace dos años a través de la ONG Adcam. «Ha sido una experiencia impactante. Muy dura pero, al mismo tiempo, con grandes emociones», recuerda esta periodista ilicitana que ha tenido la oportunidad de colaborar con más de 300 niños masáis en el corazón del continente negro.

Al igual que los otros protagonistas de esta aventura, Guilabert recalca que ha vivido una experiencia «tan dura como gratificante». A Kenia viajó formando parte de un grupo de diez españoles que convivieron con los niños africanos. «Nos encontramos con un paisaje paradisiaco, en el que los animales estaban en total libertad. Lo que lo ha convertido en un viaje inolvidable ha sido el hecho de ver el cariño y la generosidad que nos mostraban personas que tienen una carencia material absoluta», recuerda la ilicitana, que está convencida de repartir la experiencia cuando sus hijos sean un poco más mayores. «Será un aprendizaje clave para ellos», añade.

No menos impactante ha sido la vivencia de Roberto Hurtado. Este médico internista permaneció durante dos semanas en aguas internacionales, frente a la costa de Libia, punto de partida de tantas personas que arriesgan su vida para alcanzar la isla italiana de Lampedusa. «Viajan engañados por parte de las mafias, que les dicen que en 14 horas alcanzarán Europa y luego les dejan tirados a la deriva», explica este ilicitano que colaboró de manera directa con los servicios de salvamento marítimo del país transalpino.

El médico tuvo que ofrecer su atención a una infinidad de migrantes que eran rescatados con grandes quemaduras o intoxicados por la inhalación de combustible. «Llegó un momento en el que me vi desbordado por esta terrible situación. Es una auténtica salvajada lo que está sucediendo en las fronteras de la Unión Europea y las soluciones no son nada fáciles. Hace falta un compromiso mayor por parte de los países que forman el primer mundo a la hora de adoptar decisiones drásticas», reivindica.

Los tres coinciden en su apuesta por repetir colaboración en futuras vacaciones y llaman a más personas a sumarse. Eso sí, Segarra hace una puntualización: «Estoy a favor de que todo el mundo aporte su grano de arena. Lo que no se puede confundir es el voluntariado con una forma de turismo. Algunos que hacen este tipo de viajes son más un lastre que una ayuda».

Guilabert, por su parte, entró en contacto con la ONG Adcam cuando desempeñaba su labor en la empresa Pikolinos. «En aquel momento empecé a apadrinar a un niño masái y este verano ha cuadrado todo para viajar», añade antes de animar «a más ilicitanos» a vivir este tipo de experiencias: «Pueden ayudar mucho y, aunque puede sorprender, también aprender».

Para Hurtado este ha sido el segundo verano consecutivo que ha dedicado sus vacaciones a la ayuda humanitaria. Ahora quiere tomarse un tiempo de respiro. «No voy a repetir a corto plazo porque lo que he vivido ha sido duro y tengo que recapacitar».