Cerca de 2.000 personas presenciaron ayer la segunda parte del Misteri, La Festa, un buen número con lágrimas en los ojos o, como mínimo, con los ojos vidriosos y el corazón altamente emocionado. Cada uno gestiona a su modo las sensaciones que se viven en la basílica de Santa María cuando se asiste al drama asuncionista, pero aquellos que lo sienten como una parte más de su alma no pueden resistirse a la conmoción provocada por un fresco compuesto por la lluvia de oropel, los graves del órgano, las cohetàs en el exterior, el manierismo de los cantores, la majestuosidad de los aparatos aéreos y los vibrantes aplausos de los presentes. La palabra es esa: emocionante, porque toca la fibra sensible de cada uno, independientemente de si se es creyente o no.

El arte que se desarrolló ayer en el templo, con las puertas abiertas, sin apenas un hueco, con un no excesivo calor como otros años, con una admiración compartida por todos los asistentes, no tiene parangón y fue de oro, de una gran excepcional, algo que reconocieron los asistentes ayer que optaron por regalar una sucesión de aplausos y de «¡Viva la Mare de Déu!» (también el cantor Carlos Sánchez animó desde el Cadafal a vitorear a la Patrona) a la familia del Misteri tras el buen trabajo realizado en este ciclo asuncionista de agosto.

La anécdota principal fue que la corona que hace Reina en los cielos a la Virgen fue deslizada muy atentamente desde el aparato de la Coronación hasta el Araceli, donde se encontraba la Patrona, todo ello en el momento más esperado por los ilicitanos.

La Festa, la segunda parte del Misteri d'Elx, se inicia con los apóstoles y el cortejo preparando el entierro de la Virgen. En el centro del Cadafal hay un foso, que es el sepulcro de María. Los apóstoles cantan laudatorios y honras de rodillas alrededor del lecho, y de pie el salmo «In exitu Israel d'Egipto», momento en el que, por sorpresa, aparece por la puerta mayor de la Basílica la Judiada, uno de los momentos más esperados por los amantes del Misteri, que interrumpe las exequias y muestran su intención de robar el cuerpo.

Se produce entonces una lucha entre apóstoles y judíos, de gran intensidad, y uno de éstos últimos consigue llegar hasta la Virgen, pero cuando está a punto de cogerla se queda inmovilizado, al igual que el resto de judíos, que claman, de rodillas, por el perdón.

Los apóstoles reclaman que reconozcan la virginidad de María, lo que aceptan y además piden su conversión. Todos son sanados cuando San Pedro les toca la cabeza con la palma dorada, en señal de bautismo. A partir de aquí, tras unas loas, comienzan, todos juntos, el entierro en el Cadafal, hasta que el cuerpo es depositado frente al hueco que simula su sepulcro. Tras un nuevo ceremonial, el cuerpo es bajado al interior de la sepultura y, en ese momento, las puertas del Cielo se abren y desciende el Araceli, el segundo de los aparatos aéreos, cuyo coro angélico anuncia la resurrección con la promesa del reencuentro entre Madre e Hijo y hace descender el Alma que se elevó al final de la primera parte del Misteri, La Vespra.

El Araceli se sumerge en la tumba, por lo que se oculta a los asistentes, momento en que el ángel central es sustituido por la escultura de la Patrona, ya sin mascarilla mortuoria.

Comienza entonces la asunción, y cuando el Araceli se encuentra a media altura, aparece Santo Tomás, que hasta ahora no se había incorporado a la representación. Sobresaltado al ver en las alturas a la Madre, desconsolado por su retraso, pide perdón de rodillas en el Andador.

A su conclusión se abre una vez más el Cielo y aparece la Santísima Trinidad en el tercer aparato aéreo conocido como Coronación y desde donde se da la bienvenida al Reino de Dios a la Madre del Señor.

Desde éste, situado a unos metros por encima del Araceli, el Padre Eterno, que porta la corona imperial, deja caer ésta, sujeta por un cordón, para coronar a la Patrona. Es el momento más importante del Misteri d'Elx. La representación concluye con ambos aparatos regresando al Cielo y con la Capella entonando el Gloria Patri antes de abandonar el templo repartiendo oropel.