Cuando leí por primera vez la poesía que Miguel Hernández escribió tras la muerte de su amigo Ramón Sijé, creí que jamás podría tener esas sensaciones que el poeta expresó tras el fallecimiento de una persona a la que uno llega a apreciar con verdadero cariño.

Evidentemente, no voy a entrar en ese tema de sensaciones y expresiones de las mismas. Eso esta reservado a los poetas, no a la gente de la calle, aunque también las tengamos.

Lo cierto es que, tras este triste acontecimiento, me vino a la cabeza una pregunta que me pareció trascendental: ¿al terminarse el tiempo en este mundo, uno ha hecho todo lo que tenía que hacer o deja algo pendiente?

Conocí a Pepito hace muchos años, de forma muy superficial, en la Asociación de Amigos de la Costra, cuando era miembro de una comparsa de Moros y Cristianos, vamos, festero. No creamos que ser festero es algo banal. Se puede ser festero y hacer amigos o festero y pasar algo desapercibido. Pepito era de los primeros.

Tiempo después conocí a la misma persona pero desde un prisma más íntimo, más cercano, más directo y ahí fue cuando descubrí un ser humano de una grandeza imponente y, lo más importante, sin ser consciente, al menos en apariencia, de esa cualidad.

Es cierto que tuvo la gran suerte de compartir su vida con Agustina, su mujer, su complemento a medida. Con ella, y empezando de cero, a base de esfuerzo, sacrificio y humildad, levantaron una empresa solvente y totalmente consolidada, que en la actualidad sigue gestionada con muy buen criterio por su hijo José y sus hijas Paqui, Vanesa y Sole.

Es fácil pensar que quien triunfa en esta vida a nivel laboral, se olvide un poco de otras cuestiones tan fundamentales como es la familia. No es este el caso. Entre Pepito y Agustina, sacando tiempo de donde no tenían, educaron a sus hijos en los conceptos del amor, la unión, el respeto, la tolerancia, la humildad, siendo el resultado la familia que hoy forman. Ejemplar.

Por último, los amigos. He conocido muchos amigos de Pepito y me ha llamado la atención una idea que trasmiten sin afirmarla bastantes de ellos: «Yo era el mejor amigo de Pepito». Este sentimiento percibido en distintas personas, refleja el profundo cariño que desde la parquedad de palabras, daba a todos sus amigos y el afecto que todos le teníamos.

He aprendido una cosa fundamental de José Martínez, el Porró, algo que hoy en día parece haber caído en desgracia en la sociedad: que los conceptos y el criterio son imprescindibles para crear en esta vida, para funcionar.

Pepito ha sido esa persona que, junto a Agustina, con esfuerzo, sacrificio, honradez, trabajo, amor, respeto, tolerancia, humildad, generosidad han conseguido crear, ante todo, una gran familia pero también una empresa sólida y productiva, al tiempo que han mantenido a su alrededor un importante numero de buenos amigos.

Gracias Pepito por tu grandísima lección. Enhorabuena por concluir tu preciosa obra antes de despedirte. Mi más sincera ovación.

Espero que nos volvamos a ver, allá, en la eternidad.