Como si fuera el mismísimo José Antonio Labordeta, un buen día, Virginia Mendoza se hizo la mochila y se subió al coche tras la pista de los pueblos más pequeños de toda España. Aldeas ubicadas donde «Cristo perdió la zapatilla» en las que, curiosamente, en muchas de ellas, solo encontró un único habitante que se resistía a despoblar el lugar donde le parieron. Peculiares personajes con una pequeña y tranquila vida social pero con historias enormes que contar, que esta periodista y antropóloga, forjada en el campus ilicitano de la Universidad Miguel Hernández, se ha encargado de reunir en su segunda publicación, que titula «Quién te cerrará los ojos» y edita Libros del KO. Una ambivalencia formativa por la que la han bautizado como «perioantroperiodista», que la empujó a emprender esta aventura por puntos recónditos de Soria, Burgos, Huesca, Teruel o Granada.

«Había gente que no quería que le sacara porque tenía miedo a robos. Hay que entender que muchos viven en lugares sin ni siquiera luz y agua, o en los que para llegar al pueblo más cercano tienen tres horas a pie, ya que es imposible acceder con coche», detalla Virginia Mendoza, aunque deja claro que entre estas aldeas y las poblaciones cercanas existen redes sociales muy fuertes. «Pero no de Internet. Redes humanas, humanas. Allí todo el mundo tiene controlado quién vive en tal sitio o en tal otro. Incluso, si alguien se encuentra más aislado, la gente está atenta para llevarle comida o para desbrozarle el camino si se llena de matojos», afirma.

Sin embargo, este retrato de resistencias humanas no es sobre lo único que versa su publicación. «El espíritu de mi libro lo envuelve la historia del fotógrafo estadounidense William Eugene Smith, que en 1950 viajó a España y retrató el pueblo de Deleitosa, en Cáceres, como ejemplo de aquellas zonas que comenzaban a despoblarse y que habían quedado olvidadas por las políticas franquistas».

A una de las protagonistas de ese reportaje, que se publicó en 1951 en la famosa revista Life, también la entrevistó, para su obra, esta periodista. Era una chica de unos 18 años

-en aquel momento- que salía llorando el cadáver de su abuelo. Al parecer, un estadounidense se enamoró de ella al ver la instantánea y eso generó un enorme revuelo entre los lugareños, ya que el susodicho llamó al Ayuntamiento preguntando por ella y no dejaba de enviarle cartas de amor. «Le mandó hasta un paquete de cosméticos norteamericanos, que en un pueblo de los años 50 eran como productos llegados del espacio. La chica no quiso nunca nada pero los vecinos llegaron a inventar hasta un romance entre ambos en París y el alcalde se ofreció a casarles en Nueva York», desarrolla Mendoza. Finalmente, esta mujer, a la que pudo conocer, dejó el pueblo y se fue con su hermano a Barcelona. Nunca se casó. «De alguna manera, también tiene algo que ver con el resto de personajes. En definitiva, hablo de historias de libertad y de independencia. Y, sobre todo, de los temas que un periodista puede sacar del lugar, aparentemente, más insignificante. Reitero, aparentemente», dice.