Casi en paños menores tuvo que bajar a la calle, de madrugada, el presidente de la escalera 5 del número 86 de la avenida de la Libertad, José Coves, para tratar de que los propietarios de los bares que hay situados justo debajo de su balcón pusieran fin al «escándalo» que, según él, se estaba produciendo en sus establecimientos. Un problema que trastoca el sueño de éste y otros tantos vecinos con el piso situado en el «pico-esquina» del bloque. «Casi llegamos a las manos. Estoy con antidepresivos debido a este problema que tiene totalmente olvidado el Ayuntamiento. Hay quien abre hasta las tres o las cuatro de la madrugada», asegura este afectado por el ruido que se genera en estos bares.

La desesperación de este hombre es solo un pequeño reflejo de lo que se vive en uno de los puntos más calientes del municipio ilicitano en lo que a conflicto entre hosteleros y vecinos se refiere. En esta plaza, bautizada como la de l'Algelps, pero conocida popularmente como la de Las Chimeneas, la tensión no solo se respira entre los propietarios de los locales y las viviendas, sino que también se alimenta con piques entre los propios locales que acaban con llamadas a la Policía para perjudicase unos a otros. Una situación de auténtica guerra que, al parecer, se arrastra desde hace varios años y que ha vuelto a salir a la luz durante la ronda de consultas que ha realizado la Concejalía de Aperturas para configurar la modificación de las ordenanza del ruido y de las actividades económicas, que son las que regulan horarios, sonido y ordenación de sus terrazas.

Esta normativa abre ciertas esperanzas, aunque con recelos, ya que son demasiados años en la trinchera por parte de ambos bandos. Antonio Rodríguez, que ha sido durante muchos años uno de los más beligerantes, abandonó el cargo de presidente del bloque en el que están situados muchos de estos bares porque, literalmente, «me aburrí de ir al Ayuntamiento y ver qué no hacían absolutamente nada», dice. Su principal crítica es que varios de estos establecimientos no respetan los horarios de cierre y eso provoca que, como bien decía Coves, sus horas de sueño se vean alteradas. «El cabecero de mi cama tiembla con la música que ponen algunos de madrugada», indica. También se queja de la libertad con la que llenan la plaza de sillas y mesas en verano, «que dificulta el paso e incluso la entrada de las ambulancias cuando hemos tenido un susto con los chiquillos». Otra de sus denuncias tiene que ver con los partidos de fútbol, «en las que muchos bares sacan los altavoces de las teles a la calle».

Lo que le parece ya el colmo es la práctica de alguno de estos bares de abrir a primera hora de la mañana los domingos y ser el punto de encuentro de muchos clientes de discotecas, «con lo que ya tenemos un after-hour montado abajo». Algo que, según los propietarios de estos locales, ya se ha erradicado para tratar de mermar la tensión con los vecinos.

Y es que hay un sector de estos hosteleros de Las Chimeneas que sí están por la labor de solucionar. De hecho, se quejan de que algunos de sus compañeros no respeten lo que marca la normativa, «ya que es algo que, al final, nos perjudica a todos», manifiesta uno de ellos, que prefiere no identificarse para evitar represalias.

La Asociación de Empresarios y Afines de la Restauración (Aserae) también está por la labor de imponer la paz en esta plaza y, de momento, afirma que ha conseguido asociar a la mayoría de los más de diez establecimientos que trabajan allí. «Aquí el problema no es solo de los bares, sino también de algunas personas que vienen a esta plaza a montar follón y ni siquiera son clientes de ellos. Pero está claro que, si los establecimientos pretenden mejorar su relación con los vecinos, lo primero que tienen que hacer es respetar la ley. En mi opinión, la solución pasaría por más presencia policial, que, por ejemplo, obligue a los bares a cerrar a la hora que está establecida», indica el secretario de Aserae, Julio Giménez, que pretende convocar una reunión entre representantes vecinales y empresarios para limar asperezas.

Loren, propietario de uno de estos locales, comenta que la mayoría de problemas se producen en verano, que es cuando más estiran los horarios. «Pero si a las cinco y seis de la tarde no tenemos clientela por el calor, no nos queda otra que estirar un poco la hora de cierre», dice. Sobre las mesas y las sillas que coloca de más en esa época del año, afirma que «yo sé que pongo de más, pero es que el Ayuntamiento no es justo que nos cobre durante todo el año. Aquí tenemos que sobrevivir», detalla. El edil de Aperturas, Carlos Sánchez, espera poder pacificar las cosas con las ordenanzas. La cuestión es si con las normativas será suficiente.