Manuel Brú guarda un secreto que muchos de sus amigos y conocidos desconocen absolutamente. Al margen de su familia y todo lo relacionado con Elche, su curiosa afición es lo que le da la vida. Y la ha llevado hasta tal extremo que, si quisiera, tendría su reconocimiento nada más y nada menos que por el propio Guinness World Records, es decir, el Récord Guinness.

Este ilicitano es, probablemente, la persona del mundo que más botellas de brandy (sobre todo) y coñac guarda en colección. Aproximadamente son unas 1.400: 1.200 de brandy y coñac español y unas 200 de coñac, todas ellas rellenas, originales y sin abrir.

«Es el mismo caldo, la misma bebida, pero coñac es francés y brandy es español», aclara este jubilado, que en 1962 comenzó con esta pasión y que le ha llevado a hacerse con botellas de todas las provincias de España, pero también de Andorra, Inglaterra, Francia, Portugal, Grecia y México.

«Desde el primer día mi mujer quería tirarme a mí y a las botellas por el balcón», señala en tono de broma Brú, para, acto seguido, especificar que el récord de botellas de coñac lo tiene un francés, pero que de brandy lo tiene un catalán, con unos 800 ejemplares.

Hace unos meses, gracias al inglés de su hijo, este vitalista vecino de Elche consiguió ponerse en contacto, a través del correo electrónico, con el Récord Guinness y, tras realizar las oportunas comprobaciones, le aseguraron que a raíz de los datos aportados, era el ilicitano el que debería ostentar este reconocimiento mundial. No obstante, la organización, al parecer, obliga al interesado a abonar cerca de 900 euros para la certificación y desplazamiento de su personal, cifra a la que no puede hacer frente este pensionista. Pese a ello, a él no le urge tamaño reconocimiento. Afirma que muchas de sus amistades desconocen que tiene en su casa esta colección, la cual parece casi un museo.

Nada indiferente

Desde la entrada hasta el salón, el hogar de Manuel Brú no deja indiferente a nadie. Si se descubren las cortinas, aparecen varias cientos de botellas. En cualquier rincón aprovechable, ahí hay un frasco. Y si hay que quitar cualquier otro elemento decorativo, pues se quita. Hasta extintores y un seguro adicional tiene en su inmueble para evitar posibles sustos.

«Mi madre tenía una tienda-bar y al cerrarse en el año 1962 decidí recogerme las botellas que quedaban y empecé así a guardarlas. Y a partir de ahí comencé esta afición», relata Manuel Brú, quien, incluso llegó a comprar hace más de medio siglo 36 botellas de una tacada.

Todas son diferentes (salvo dos, que son del año 1888 y que las compró en un barrio chino de Barcelona «a precio de ganga», dice), de marcas distintas y de tamaños variados. El brandy más antiguo que tiene data del año 1885 y algunas de estas botellas pueden llegar a costar actualmente varios miles de euros.

Si alguien busca botellas que forman figuras, o que estén hechas de porcelana, o coñac escarchado (lleva una rama de anís y tiene un aroma especial), aquí también las pueden encontrar.

«Los ojos siempre se me han ido detrás de las botellas», reconoce, al tiempo que indica que tiene una lista de todas las botellas de brandy que hay en Elche que todavía no tiene y que, por economía doméstica, no puede hacerse con ellas.

Su familia ya sabe que si le regalan dinero en su cumpleaños o en Navidad, éste va ir a parar a la compra de nuevos ejemplares que enriquezcan aún más su líquida colección.

Pero su enamoramiento con este mundo va más allá. Desde hace un tiempo viene comprando botellas del tipo bombonera o licorera a las que les pone un sello con su rostro como fundador. Les añade además otros dos sellos, con la imagen de la mangrana del Misteri y de la Palmeral imperial, y su nombre: M. Brú, junto al de la marca de su propio brandy que, como no podía ser de otro modo, es Dama de Elche.

Así las cosas, ha llegado a generar tres brandys propios: Magrana Mollar del Camp d'Elx al brandy; Dátil del Palmeral Europeo al brandy; y Melón del Carrizal al brandy.

«Iba a registrar la marca Brandy Dama de Elche», expone, pero de nuevo la cuestión económica hace que su afición llegue hasta aquí.

Eso sí, no prueba ni uno de sus caldos. Cuestiones de salud mantienen alejado su cuerpo de este alcohol, pero no así su corazón, ni su alma, ni su cerebro, el cual le está dando vueltas ahora a la posibilidad de ver si a través de un notario español el Récord Guinness daría el visto bueno a su colección de aguardiente. Si lo logra, brindará a buen seguro por ello.