«Si me paran con esta bolsa de huevos y harina les diré que es para hacerme un bizcocho», bromeaba un joven con su pandilla, a pocos metros de la calle Almórida del centro de Elche, donde desde hace dos años se lleva produciendo una guerra de huevos, harina y sprays entre adolescentes cuyas edades oscilan entre los 12 y 15 años, y que este año ha puesto en pie de guerra a los comerciantes de la zona, que han demandado un mayor control al Ayuntamiento ilicitano. De hecho, para desgracia de este chaval, las reglas del juego habían cambiado.

Tanto en la calle Almórida como en la Glorieta, en la plaza del Centro de Congresos y en otros puntos del centro de Elche había desplegados más de 30 agentes de la Policía Local y de la Nacional. El «modus operandi» que se repetía era el siguiente: paraban a grupos sospechosos de portar estos inocentes, pero sucios armamentos y, si encontraban algo de lo que se había prohibido, por orden del Consistorio, se requisaba. Los productos no permitidos eran, por supuesto, huevos y harina, además de sprays de pintura, de los que intervinieron centenares de unidades. Con los de espuma fueron condescendientes porque el producto no genera manchas.

Los grupos de pequeños «guerrilleros» eran fácilmente identificables. Los integrados por una mayoría de chicos iban todo de negro, con la capucha puesta como si fueran «gángsters» del Bronx, con máscaras blancas que remitían a películas como «V de Vendetta», «Scream» o «La matanza de Texas» y una mochilita para guardar la munición. Algunos de estos «soldados» no superaban el metro y medio pero daban auténtico pavor a los viandantes. Muchas chicas optaron por emular a la supervillana Harley Quinn de «Escuadrón Suicida».

La mayoría de ellos deambulaba de un lado a otro del centro y se conformaba con lanzarse spray de espuma de nieve unos a otros. Uno de estos comandos de jovencitos con caretas de Anonymus miraba con desidia hacia la calle Almórida. «A nosotros ya nos han registrado cuatro veces. Vamos a ver si llegamos a seis y hacemos bonus», precisaban con cierta sorna ante la situación. Otra «cuadrilla», más desafiante, dejaba claro que a unos oponentes los iban a poner «finos a huevos», con o sin policía. «Estará prohibido, pero a mí te digo yo que no me pillan si echo a correr», vacilaba uno de estos adolescentes. Finalmente, la calle algo manchada de espuma, unos cuantos huevos rotos en las aceras y alguna niña llorando porque le habían dado con el spray en los ojos. Sin embargo, parecía que la situación, hasta primeras horas de la noche, estuvo bastante más controlada que en las dos últimas ediciones. Algunos comerciantes se mostraron satisfechos con el resultado y otros en tensión hasta el final.