La falta de información y del material adecuado, sumado al cansancio propio de empalmar dos jornadas de trabajo con sólo seis horas de descanso por el medio, llevó a María (nombre ficticio de una mujer que trabaja en una empresa de la provincia), a sufrir un accidente laboral que casi le deja sin uno de sus dos brazos.
«Acabé de trabajar a las diez de la noche y a las seis de la mañana del día siguiente tuve que volver a la fábrica, porque así estaba en los turnos de limpieza», relata María que cuenta que, «al final de la mañana, cuando me quedaba media hora de trabajo para acabar, me dispuse a limpiar una máquina, para la que necesitaba utilizar un aspirador especial».
Sin embargo, explica la mujer, «el aspirador no estaba en su sitio habitual, y al preguntar por él mi encargada me dijo que limpiase la máquina con una pala. Empecé a limpiar y, de repente, la máquina arrancó, atrapándome el brazo. Chillé pidiendo ayuda a mis compañeros pero había tanto ruido que nadie me escuchó hasta que la misma máquina me soltó».
El resultado fue una herida abierta de veinte centímetros en el antebrazo, y la muñeca aplastada, quedándose prácticamente sin sensibilidad. María estuvo seis meses de baja recuperándose de las heridas y acudiendo a rehabilitación, y asegura que «nada de esto hubiese pasado si me hubiesen informado del riesgo de las máquinas con las que trabajaba. Si lo sé no hubiese limpiado la máquina sin aspirador, como me pidió mi encargada».
«Al final siempre pierden los mismos», lamenta María, que asegura que «tengo el antebrazo hecho un poema, y la mano con muy poca sensibilidad, con 45 años y después de estar nueve años trabajando en la misma empresa». Aún así, María considera que puede estar contenta ya que, como ella misma dice, «hubiese sido mucho peor si el accidente me hubiese afectado a los tendones del brazo».
