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PROBLEMÁTICA SOCIAL EN CARRÚS

Mi casa, mi cárcel...

Centenares de personas mayores del barrio de Carrús viven confinados por sus problemas de movilidad

Gloria necesita que la suban a pulso hacia el ascensor. antonio amorós

Aquel 2 de junio de 2006, Natividad Ramón no se tomó muy en serio a su marido cuando le gritó desde la habitación que no se encontraba bien y que no podría ir esa mañana a trabajar. Antonio Bernabeu siempre fue muy bromista y Nati consideró que se trataba de otro de sus intentos de tomarle el pelo. Nada más lejos de la realidad. Esta mujer se dio cuenta de la gravedad de la situación cuando vio a su esposo tirado en el suelo, sin apenas poder moverse. Antonio no dejaría solamente de acudir a su puesto de cortador en una fábrica de calzado sino que, prácticamente, no volvería a ir a ningún sitio, a excepción de las revisiones médicas necesarias para controlar su delicado estado de salud. Y no sólo porque se tratara de uno de los dos ictus que azotarían su cerebro hasta dejarlo postrado en una silla y con la mitad del cuerpo paralizado con solo 57 años. Sino porque, desgraciadamente, el edificio que eligió hace mucho años para residir en el popular barrio de Carrús carece de ascensor y las decenas de escalones que separan el cuarto en el que vive del rellano, se convierten en una aventura cada vez que, a pulso, tienen que bajarlo. Una función que, con cuidado, suele realizar su hijo acompañado de alguien, aunque solo cuando es extremadamente necesario, ya que Antonio pesa mucho y pueden accidentarse. «Propusimos ante la comunidad poner un ascensor o adaptar la escalera pero son obras que costarían miles de euros a cada vecino, y nadie quiere. Hasta que no vives una situación tan dramática como ésta, no te das cuenta de lo que es. También hemos tratado de acceder a unas ayudas que da el Consell para financiar estas actuaciones estructurales pero se publicitan siempre de manera precipitada y con periodos de presentación muy cortos para reaccionar, por lo que es muy complicado», asegura con bastante frustración Nati, casi con la misma que quitó el cartel de «Se Vende» de la ventana, a la vista de que nadie llamaba y de que, por lo tanto, se hacía inviable la opción de poder cambiarse a un bajo o a un bloque con ascensor.

Ya ha pasado una década desde que Antonio ve la vida a través de la ventana. Aunque su casa es amplia y acogedora, para él es una auténtica cárcel y sueña con el día «en el que pueda salir con mi mujer a que me dé un poco el aire o a comprar en el supermercado».

La situación dramática que vive esta pareja del barrio de Carrús, desgraciadamente, no es singular. Debido a que hay muchas personas mayores y que los edificios son antiguos, y un elevado número carecen de ascensor, los casos de gente que se queda aislada en su propio hogar se cuentan por centenares, según afirman desde la empresa de ambulancias DYA, que ayuda, de manera altruista, a muchos vecinos de esta zona de la ciudad cuando disponen de dispositivos liberados.

Este tipo de solidaridad es oro para este tipo de casos, puesto que los apoyos que reciben desde las administraciones públicas, aunque varios señalan que han mejorado desde que está el tripartito gobernando en Valencia, siguen sin cumplir todas sus necesidades.

La familia de Juan Antonio Salinas, de 66 años, residentes también en Carrús, asegura que solo hace unos meses que consiguieron una subvención de 150 euros al mes por el 75% de grado de minusvalía que tiene reconocida este hombre, a pesar de que el ictus que le provocó su condición de dependiente le ocurrió hace seis años. Además de afectarle a la movilidad, le dejó tocada el área de la tráquea, por lo que le cuesta tragar y ni siquiera puede hablar. Eso sí, entiende todo lo que ocurre a su alrededor. Es más, cuando escucha algo sobre las ayudas que le da el gobierno lo único que grita es «Na, na, na, na». Su mujer, Ascensión Márquez, cuenta indignada que la Generalitat, hace poco, les dio a elegir entre los 150 euros que acaban de conseguir al mes o ponerles una hora al día a una persona para ayudarles en sus cuidados. Algo que se subvencionaría con el programa de Dependientes. Esta familia prefirió el dinero.

Juan Antonio vive con su mujer en un segundo de Porfirio Pascual, y para desplazarse siempre necesita de la ayuda de alguien, porque ni siquiera tiene la suficiente movilidad en la mano para agarrarse a un andador. Bajar las estrechísimas escaleras que le separan de la calle también es una misión complicada. Es más, la persona que le acompaña tiene que masajearle las piernas, cada dos o tres escalones, para que no se agote en el camino.

En este caso, la finca es tan antigua que ni siquiera cabe la posibilidad de instalar un ascensor. Ascensión tiene claro que les darían una miseria por la casa, por lo que lo de mudarse ni se lo plantean. «Estamos condenados. Y yo sufro por él pero también me pregunto: ¿y quién me ayuda a mí? Porque mis hijos vienen y me echan una mano, pero ellos al final tienen su vida. No puedo hacer planes porque, ¿cómo voy a dejarlo solo aquí? Tengo que estar pendiente de él las 24 horas. De tanto cargarlo no dejo de dañarme la espalda, que me tendrán que operar en breve», manifiesta esta señora.

A un par de bloques se encuentra Rosario Bas, que aunque vive en el primero, las lesiones que arrastra de cadera y de rodillas desde hace cuatro años le impiden seguir bajando las escaleras para visitar a sus vecinas. Sin embargo, a sus 90 años parece que se ha conformado con que su día a día se reduzca a su coqueto y a la vez añejo piso, repleto de fotos de hijos y nietos de las que no deja de vacilar.

Pero cuando realmente se le ilumina la cara es al rememorar la sorpresa que le dieron sus nietos en mayo, con motivo de su cumpleaños. «Me trajeron ropa y zapatos nuevos, me bajaron a la calle y me montaron en el coche. Y comenzaron a ir tirar para adelante y para adelante. Finalmente, llegamos a Santa Pola y entramos a un restaurante donde estaban todos por mí», recuerda esta anciana con fama en el barrio de luchadora.

La abuela de Virginia García tiene 96 años y cada vez que les toca cuidarla a ella y a su madre -se van repartiendo esta función entre los familiares- tienen que contratar a alguien para ayudarles a subirla por la escalera. En este caso tienen ascensor pero solo baja hasta el entresuelo y hay una pequeña rampa pero es impracticable. Unos hechos que erradican los paseos de Gloria Medina durante los tres meses que pasa con ellas. «Mi abuela, aunque tiene alzhéimer, vive todo esto de manera traumática. Cada vez que la cargamos por la escalera no dejamos de repetir: "Con lo que yo he sido y para lo que he quedado". Por suerte, le quedamos nosotros», dice.

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