¡Viva la Mare de Déu! ¡Viva la Mare de Déu! Con estos gritos y con continuos aplausos, junto a la cohetà, las campanas y la omnipresencia del grave órgano, los ilicitanos volvieron a emocionarse ayer por la tarde, literalmente con lágrimas en los ojos muchos de ellos, en un ambiente de comunión total entre lo asistentes, que compartieron prácticamente un mismo sentimiento gracias al regalo de La Festa, la segunda parte del Misteri d'Elx. Se ponía así el colofón a unas representaciones de verano más que sobresalientes y que se han desarrollado mucho mejor de lo que se esperaba en todos los sentidos.

Desde que el jueves comenzaran las representaciones extraordinarias, hasta ayer, más de 6.000 personas han pasado por la basílica de Santa María para -algunos por primera vez, otros porque, pese a que muchos no son religiosos, sí que se sienten identificados con este drama sacro-lírico- ser partícipes, aunque sea en un trocito, de este Patrimonio de la Humanidad.

La jornada de ayer fue el día grande del Misteri d'Elx. Si el domingo en la primera parte, en La Vespra, hicieron acto de presencia miles de personas, incluso desde fuera del templo para tratar de divisar algunas escenas con las puertas abiertas de par en par, ayer la asistencia fue sensiblemente y emocionalmente mayor.

Pocos huecos quedaban para situarse y difícil era desplazarse por el interior de una basílica pendiente de lo que ocurría en el Cadafal y, sobre todo, en las alturas, bajo la cúpula.

La segunda parte del Misteri d'Elx narra cómo los apóstoles, en el Cadafal, inician los preparativos para el sepelio de la Señora. Un grupo desciende poco después, al inicio del Andador, e invita a las Marías Jacobé y Salomé a que se sumen, al igual que ya se ha hecho previamente con el cortejo de la Virgen.

Llega entonces el turno de San Pedro y de San Juan. El primero le entrega la palma dorada al segundo para que la lleve ante María. Seguidamente los apóstoles entonan un canto de alabanzas a la Virgen durante su entierro, que interrumpen los judíos al poco de hacer acto de presencia en el templo. Este fue otro de los momentos más vistosos y admirados por los presentes. El público no sólo se sorprendió con la recreación de la intensa pelea entre apóstoles y judios, que intentaban impedir el sepelio -las personalidades electas y la portaestandarte lo vivieron mejor que nadie, a escasos centímetros-, sino también con la forma en que uno de los cantores se había quedado paralizado al intentar coger el cuerpo de María, mientras el resto de la Judiada también se había quedado con las manos engarfiadas.

La música que acompañó al momento en que los judíos imploraban ayuda, tras quedar inmovilizados mientras los apóstoles les invitaban a que proclamaran su fue en María, antes de que San Pedro los bautizara con la palma para liberarlos, también fue otro de los momentos más preciosos musicalmente.

Ya juntos ambos bandos, y una vez realizada la procesión -aquí hubo un pequeño lío con el incienso- y el entierro de la Señora en la sepultura, figurada en el centro del Cadafal, se iniciaba la recta final y, también, la más significativa en todos los órdenes. El Cielo se abría y descendía el Araceli, con cinco ángeles que venían a devolver el alma al cuerpo enterrado de la Patrona.

Tras acceder al hueco habilitado en el centro de Cadafal y tapado a la visión del público por la Capella, es en este momento durante el cual, al igual que en La Vespra, tiene lugar otro de los «cambios» de persona por imagen del drama. En este caso, el ángel mayor del Araceli es sustituido por la Imagen de la Virgen que, en el citado aparato, regresa al Cielo en cuerpo y alma.

No obstante, su ascenso se interrumpe al aparecer Santo Tomás, el cual viene a pedir perdón por su tardanza al estar predicando en la India. Tras su canto e hincarse de rodillas en el Andador, apareció el tercer aparato aéreo de las escenificaciones: la Coronación.

En él, la Santísima Trinidad desciende y, suspendida sobre el Araceli, deja caer con una cuerda de seguridad la corona, que recae sobre las sienes de la Virgen. Es la Coronación, el momento más esperado por los ilicitanos, que no dejaron de aplaudir e incluso obligaron a la Capella a demorar un poco su «Gloria Patri», la última pieza previa a que el Araceli desaparezca en el Cielo.

La representación ha terminado y muchos se afanan por acudir al Cadafal a recoger parte del tradicional oropel, el cual también es entregado a puñados por los apóstoles mientras van abandonando el templo. Paralelamente, desde las tribunas la autoridades reparten las tradicionales palmas de San Juan tocadas con oropel.

El ciclo de verano del Misteri ha concluido, pero ya se está pensando en el de otoño, otra oportunidad para disfrutar de este Patrimonio de la Humanidad que cada edición se hace más grande.