Cuando a los ilicitanos Miguel Ángel Cantero y Juan Manuel Flores alguien les pregunta qué es lo que más hicieron durante su reciente estancia en Idomeni, uno de los campos más masivos de refugiados de la guerra civil en Siria, su respuesta es sencilla, clara y a la vez demoledora: «Pedir perdón». A Cantero y Flores, que estuvieron trabajando del 8 al 15 de abril en esta población griega fronteriza con Macedonia, todavía se les quiebra la voz cuando hablan de ese paisaje dantesco e infinito de tiendas de campaña, en el que pequeños niños sirios y afganos, con la cabeza rapada para evitar los piojos, juegan al balón en los mismos barrizales sobre los que duermen. O en el que las mujeres no dejan de quedarse embarazadas en condiciones infrahumanas -de 200 a 300 partos en menos de un mes solo en Idomeni- con el fin de que ese bebé se convierta en garante de que no les van a devolver al infierno del que escaparon. De hecho, una de las cosas que más les demandaban las desplazadas eran carricoches. «La verdad es que tanto nosotros como la gente que está allí trabajando siente cierta impotencia ante esta postura tan injusta que está adoptando Europa. Sin embargo, los refugiados te juzgaban menos que tú a ti mismo. Ellos solo muestran gratitud con que estés allí. Incluso te animan, cuando ven que te vienes abajo», manifiesta Cantero.

La aventura de estos dos voluntarios comenzó con un anuncio que pusieron en una página de cooperación de Facebook, mostrando su interés por ir a ayudar a esas miles de personas que veían cada día en el telediario solicitando auxilio desde el rincón de Europa que más sonroja a sus dirigentes. En pocos días, habían conformado, a través de las redes sociales, una expedición de nueve voluntarios de diferentes puntos de España que también estaban interesados en adherirse a un proyecto solidario sin la necesidad de estar ligados a ninguna ONG. Este grupo se conoció en persona en el aeropuerto de Girona, minutos antes de volar hacia el «limbo» geográfico en el que vive gran parte del pueblo sirio. Allí habían contactado con Bomberos en Acción, con los que estos dos ilicitanos colaboraron en diferentes tareas logísticas: recogiendo material, repartiendo alimentos, montando y desmontando carpas, etcétera.

«El primer día nos dijeron que no hiciéramos nada. Simplemente que nos diéramos vueltas por el campamento y tratáramos de digerir lo que había a nuestro alrededor. Nosotros habíamos intentado prepararnos psicológicamente los días previos, viendo documentales y fotos, para que no nos impactara tanto, pero la realidad te acaba sobrepasando. Lo que más pena da es que una gran mayoría de esos refugiados, que resiste el hambre cocinando en latas de conserva y combate el frío quemando la ropa vieja, mantiene la esperanza de que Europa va a ceder y un día de estos les permitirá la entrada. Incluso corren bulos por el campamento de fechas en las que todo se va a solucionar. Duele mucho saber que no son más que ilusiones infundadas pero... ¿cómo se lo explicas?», narra Juan Manuel Flores.

El momento más tenso que vivieron, según Miguel Ángel Cantero, fue cuando un nutrido grupo trató de cruzar la frontera hacia Macedonia por la fuerza y la policía de este país realizó un agujero en la verja para tratar de amedrentarlos. «Poco después, unos seis cazas, que creemos que eran europeos, como gesto de fuerza ante lo que consideraban una osadía por parte del cuerpo de seguridad macedonio, realizaron vuelos rasantes cerca de la frontera. Era sobrecogedor ver como muchos de los desplazados, ante las maniobras de los aviones, se tiraban al suelo y empezaban a llorar y temblar. "En el lugar donde venimos, después de esto, siempre vienen las bombas", nos explicaba poco después alguno de ellos», relata Cantero.

Otro de las historias conmovedoras que se han traído anotadas en su cuaderno de viaje es la de una familia afgana que llegó a Idomeni mientras ellos se encontraban allí y uno de los hijos, de 7 años, padecía una parálisis cerebral. «El pequeño estaba totalmente desnutrido, debido a los problemas que sufren para alimentarse este tipo de enfermos. No pesaba más de 8 kilos y medía unos 90 centímetros. Nos fuimos de allí sabiendo que en pocas semanas podía morir, aunque junto a otros cooperantes estamos impulsando una campaña a través de Change.org para que el Ministerio de Asuntos Exteriores haga una excepción con esta familia y la acoja en España, ya que Médicos sin Fronteras, aunque hace una labor increíble, no puede asistir casos como éste», matizaron.

Cantero y Ramos, a pesar de todas estas penurias, regresarían a Idomani con los ojos cerrados, pero sus familias y sus profesiones les obligaron a volver. De momento, se han adherido a la Asociación de Ayuda a Refugiados Sirios de Elche, con la que estuvieron en contacto durante su estancia en la frontera de Europa con Macedonia. Son muchas las conclusiones que han sacado de una experiencia que, sin duda, será una de las más importantes de sus vidas. La crucial para ellos es que la cooperación internacional no tiene pinta de que vaya a desistir, a pesar del panorama político. «Pienso que los refugiados se cansarán antes de esperar en la frontera que los voluntarios de seguir ayudando», subrayan.