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Afrontar las fobias

Vivir paralizado de terror

Cualquier cosa puede bloquearnos, por inofensiva que sea. Cuando un temor alcanza tal protagonismo que llega a condicionar el día a día, es buen momento para pedir ayuda

José Vicente Baeza y Dolores Palacios, en el Hospital General. sergio ferrández

Tener miedos no es solo una característica que comparte toda la humanidad, sino que es útil para la supervivencia. Pero cuando el temor se convierte en algo que condiciona el día a día y es desproporcionado o irracional porque aquello que nos paraliza no es una amenaza real, se convierte en una fobia. Los especialistas del Hospital General de Elche, el jefe de la sección de Psiquiatría, José Vicente Baeza Alemañ, y la psicóloga clínica Dolores Palacios Payá, explican que los pacientes no suelen pedir ayuda por este motivo hasta que la situación no resulta extrema, en muchos casos incluso porque da vergüenza. Las fobias pueden ser tan concretas y variadas, que parecen ridículas; y eso hace que el entorno de las personas que las padecen actúe a menudo con bromas, desafíos o exponiendo al paciente en situaciones traumáticas que no ayudan en absoluto. Cuentan los especialistas que lo que está claro que no hay que hacer es la tendencia natural en la que suelen caer las personas que padecen un miedo, que poco a poco se puede ir convirtiendo en fobia, y es evitar la situación que temen. «La fobia va asociada a la evitación, y por eso, si es algo con lo que tienes que convivir, condiciona tu vida», exponen.

«Llegan pocos casos de fobias a las consultas, la gente no va al psicólogo o al psiquiatra porque tenga miedo a las cucarachas porque se siente ridícula; y, al final, nos llegan las más limitantes», cuentan. «Tuve una paciente -dice el doctor Baeza- que temía al ascensor y simplemente lo evitaba, subía por las escaleras hasta que tuvo una lesión de rodilla y su médico le dijo que no lo hiciera más; fue en ese momento cuando vino a tratarse». Y es que se puede convivir con el miedo, pero va ganando terreno: «No es como la depresión, que está presente todo el tiempo, sino que aparece cuando se vive una situación, pero también se accede a él por anticipación (cuando sabemos que vamos a enfrentarnos a esa cosa que nos paraliza) o simplemente imaginando la situación».

Los estudios epidemiológicos nos dicen que el 6% de la población de la Comunidad Valenciana tiene alguna fobia y que el 12% la tendrá a lo largo de su vida, expone el doctor Baeza. Las hay de todo tipo. Algunas son más conocidas o están más extendidas: el miedo a los espacios cerrados o a las alturas son ejemplos de ello, pero también a determinados insectos, a los perros, a volar... Muchas tienen que ver con las relaciones sociales y humanas: la agorafobia es la más frecuente, y «quienes la padecen temen encontrarse en situaciones de ansiedad de las que no pueden escapar, en las que si se encuentran mal no pueden salir o creen que nadie les podrá ayudar», expone Palacios.

Hay fobias simples, a objetos o conceptos concretos (las cucarachas, el ruido, las aceitunas... miles, tantas como puedan imaginarse) y otras internas, a pensamientos (miedo a la locura, miedo ser ridiculizado, a ser el centro de atención...). Las hay que han adquirido su propio nombre y están catalogadas a parte y tienen sus propios tratamientos, como la anorexia (que no deja de ser, dicen los expertos, una fobia a la gordura) o la hipocondría (a la enfermedad).

Entorno

Las posibilidades son infinitas y cambian con el entorno, por lo que con la llegada de las nuevas tecnologías han aparecido fobias a los ordenadores (cyberfobia), a quedarse sin móvil o sin batería (nomofobia) o incluso a ser expuesto en internet. Los límites no existen, pero hay cosas en común, y tal y como cuentan Baeza y Palacios: «El tratamiento es psicológico, no hay pastillas para esto -pueden calmarte la ansiedad, pero no te quitan la fobia-, y pasan por no evitar lo que nos da miedo, sino ir aproximándonos para volver a estar en contacto con esa situación, pero con pautas, no a lo bruto, porque puede crearse una situación traumática que lo empeore». Aunque «es una de las patologías para las que menos gente pide ayuda», también es «de los tratamientos más efectivos, mucha gente ni sabe que se puede tratar y que se supera».

Hay quien poco a poco, a lo largo de su vida, va haciendo ese trabajo de forma natural; pero hay también quien evita constantemente lo que teme y, con ello, enseña a su cuerpo que se trata de una amenaza: «Una fobia a conducir se supera conduciendo; un fobia al agua, aprendiendo a nadar, pero no tirando a un niño a la piscina», dicen los expertos.

Sube la ansiedad, la persona se siente bloqueada, experimenta síntomas físicos como la taquicardia, le falta el aire, tiembla, aumenta la presión en la cabeza aparece una sensación de mareo o desvanecimiento...», detalla la psicóloga. Es, en definitiva, una situación de ansiedad que muchos identifican.

A menudo el origen es una experiencia traumática (tener un accidente puede tornarse en fobia a conducir, sufrir abusos puede derivar en fobia al contacto social), puede ser un aprendizaje («aprender» el miedo a los perros de los padres) o tienen cierto origen filogenético (cuando pueden explicarse con la supervivencia a un peligro para la supervivencia, por ejemplo las fobias a algunos animales). Otras no tienen explicación lógica, como la fobia a un color, pero no por ello son menos reales. Algunas se arrastran mucho tiempo, como el miedo a la oscuridad que muchos pasan de pequeños y algunos no superan.

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