La investidura de Carlos González se produjo tras una larga negociación a tres bandas entre el PSOE, Compromís per Elx e Ilicitanos por Elche, un pacto que se demoró durante días e interminables reuniones por las condiciones leoninas impuestas por Cristina Martínez, ya que Mireia Mollà estaba, lógicamente, entregada a la causa desde el primer momento. Pese a eso, González ha mantenido desde que cogió el bastón de mando el mismo discurso conciliador: su idea de mantener el acuerdo de gobierno para los cuatro años, aunque con la boca pequeña reconoce no estar satisfecho al completo con la actuación de la exedil díscola del PP y apuesta -aunque siempre con su lenguaje conciliador y pacificador- porque los trapos sucios se laven en casa. González cuenta en sus filas con bastantes militantes de poco «peso» con los que tuvo que confluir a las elecciones tras tener también entonces que pactar con las otras dos «familias» que pugnaron en las primarias socialistas.
En el acuerdo de gobierno, los tres «ases» de la baraja firmaron una alianza muy rimbombante basada en el aumento de la democracia, el incremento de la transparencia y la participación ciudadana, la reactivación económica, la recuperación de la sanidad, de la educación y el bienestar social o la sostenibilidad ambiental... Todo ello duerme, por el momento, el sueño de los justos. En cuanto a las tareas de gobierno, el PSOE -con ocho concejales- se reservó las áreas de Recursos Humanos, Organización y Fiestas (José Pérez); Urbanismo, Territorio y Vivienda (Jose Manuel Sánchez); Promoción Económica y Vía Pública (Héctor Díéz); Hacienda y Contratación (Ana Arabid); Igualdad, Juventud y Bienestar Social (Teresa Maciá); Aperturas y Mercados (Purificación Vives) y Educación y Cultura (Patricia Macià). Un equipo, eso sí, paritario, que todavía lo tiene casi todo por demostrar.
