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invierno sin hogar

Sueños a la intemperie

El Ayuntamiento de Elche ha habilitado una sala para alojar a personas que duermen en la calle

Quién no ha dicho o escuchado eso de que en esta zona el frío se mete en los huesos... que por mucho que te abrigues... Pues es especialmente cierto de madrugada, cuando las mantas, los cartones, los plásticos y las capas y capas de chaquetas no son suficientes para evitar que el frío se cuele debajo de la piel. Conciliar el sueño en esas circunstancias es un reto que afrontan, cada noche, decenas de personas sin hogar en Elche: Las que no caben, no pueden o no quieren entrar en el albergue de Cáritas (o bien porque ya han estado allí recientemente, o bien porque no quieren acatar las normas de higiene, horarios... o porque no quieren dejar fuera a su mascota, como le pasa a Rai, que vive con su perro bajo el puente de Barrachina). Cuando las temperatura se hacen especialmente bajas, el Ayuntamiento activa un protocolo por frío intenso y habilita una sala con colchones que casi se podría decir que promociona entre los indigentes: Equipos de voluntarios de Protección Civil, de DYA y de Cruz Roja van recorriendo cajeros, huertos de palmeras, parques, edificios abandonados o semiderribados para ofrecerles la posibilidad de trasladarles a una sala caliente, con baños, con camas.

La respuesta que se encuentran es de lo más variada, tal y como cuenta Moisés Durá, jefe de la Agrupación de Voluntarios de Protección Civil de Elche. Hay quien prefiere quedarse donde está, hay quien ve el cielo abierto y tarda un suspiro en empaquetar sus pertenencias para subir al furgón, hay quien se enfada porque le han despertado en medio de un sueño profundo. Los voluntarios salen en grupos, se reparten la ciudad geográficamente y van revisando entidades bancarias, entradas de aparcamientos subterráneos o lugares donde, por la experiencia de otros años, saben que suele cobijarse alguien. En la noche del jueves al viernes localizaron a doce personas, la mitad de ellas las mismas a quienes ya atendieron en el invierno de 2012 a 2013 (es decir, que llevan al menos dos años en la calle). Dos quisieron ser trasladados, e inmediatamente se dio aviso a DYA para que los recogiera. Cruz Roja, por otro lado, mantiene el contacto con sus usuarios más habituales, aquellos que ya conoce porque les atienden de forma permanente a lo largo del año. Y también participa en el protocolo, por supuesto, la Policía Local, que hace un llamamiento a que los vecinos les avisen si ven a personas pernoctando a la intemperie.

Rincones

Lola es una de ellas. Llegó a Elche procedente de Extremadura en brazos de sus padres siendo una niña, vinieron a buscar «una vida mejor». Ha trabajado en el calzado pero en su vida ha habido también problemas que la han llevado a buscar rincones para dormir en la calle; en las últimas noches, en un cajero de BBVA en la Avenida de la Comunidad Valenciana. Aparca un carrito de la compra en una esquina, extiende una toalla en la otra y cierra con pestillo. Cuando llega alguien le abre, sale «por respeto» a la puerta, y espera a que acabe de sacar dinero. Luego vuelve a la cama. Sabe que a las 8.15 horas llega con una maleta el señor que abre la oficina, que la trata con amabilidad aunque ella confiesa pícara que algunas mañanas se hace la remolona porque sabe que fuera aún hace frío. Y entonces él le dice que ya es hora de levantarse, y entonces ella se pone en marcha, porque saben que van a empezar a llegar los clientes.

Cuenta su historia a las voluntarias de Protección Civil y a este diario con evidentes ganas de charlar, pero fotos no quiere, porque «es que no estoy mona, y una aunque esté aquí es coqueta». Son las diez de la noche y no quiere ir a la sala habilitada en las antiguas instalaciones de la Policía Local en Mesalina, porque sabe que en un rato pasará Cruz Roja y le traerá algo de cenar. Por eso prefiere no moverse de donde está, aunque le digan que una cosa no quita la otra. Eso sí, le vendrá bien la manta que le ofrecen.

Media hora más tarde el equipo de Protección Civil localiza a un hombre en La Caixa en Reina Victoria. Está ya durmiendo, pero se despierta de buen humor. Viene de Burgos, va de paso. «¡Llevo tanto tiempo de paso que se me ha puesto el pelo blanco!», bromea, y entonces cuenta que ha sido barrendero, ha repartido carbón, ha trabajado en la construcción... Da una clase magistral de cómo se pone el mármol. Tiene, como Lola, ganas de calor del humano además de calor del de termómetro. Si le ofrecen un sitio para dormir mejor, él encantado. Claro, no sabía que estaba esa sala. Así que recoge cartones, mete mantas en una bolsa de deporte, y con una sonrisa se sube al furgón de DYA.

Optimismo

Son ya más de las once de la noche cuando el grupo de voluntarios se encamina directo a la zona trasera de la Biblioteca de San José. Allí están Juanjo y Cristóbal, optimismo en estado puro, bromas y chistes. «Muchas gracias, de verdad, son ustedes ángeles, pero nosotros estamos aquí bien, no nos va a pasar nada», dice el primero -once años viviendo en la calle siempre en Elche, los dos últimos en ese rincón resguardado en el que tiene colchones y mantas-. «Para como están las cosas, nosotros no nos podemos quejar», dice el otro, fastidiado porque hace frío pero no por el frío que pasa él, sino porque así la gente no se sienta en las terrazas y él no recoge sus 15 o 20 euros diarios con su cazo, con el que va pidiendo con sus mejores modales, dice, porque «el respeto no hay que perderlo», aunque muchos no levanten la vista del móvil para contestarle cuando se acerca.

Cada uno tiene su propia historia familiar, pero hacen una pareja cómica, los dos tapados con una manta de cama de las que pesan, fumándose un cigarro liado a partir de colillas y viendo en el móvil una película, pegados a la pared cogiendo wifi:«Es "La isla del tesoro", la última, llevamos media hora pero dura tres, vamos a apagar el móvil mientras hablamos que se queda sin batería». A la biblioteca entran al aseo por las mañanas y Cristóbal a navegar en internet, porque tiene el carné; en casa de una amiga se ducha uno, el otro dice que está bien lejos Cáritas para ir y que hay que ir muy pronto; en casa de su hermana carga el móvil el otro, en un sitio de comidas para llevar les dan raciones; a los pies del colchón se encuentran alguna mañana ropa de abrigo que les ha dejado alguien y que, sino les viene, echan a un contenedor benéfico: «Hay gente buena», agradecen. Mira si están bien, que ven como un privilegio mirar las estrellas desde la cama, y es que «es invierno y tiene que hacer frío, luego en verano nos quejamos de los mosquitos y las moscas»... Aunque al final también reconocen que «a esto no se acostumbra nadie, por mucho tiempo que pase».

Doce personas localizadas en una noche. Doce con las que la mayor parte del tiempo, contra todo pronóstico, han sido bromas y risas. Volverán a buscarles hoy y mañana, y pasado. Mientras dure el frío y se mantenga el protocolo. Solo dos quisieron ser trasladadas a la sala de camas de emergencia donde se les ofrece cena y desayuno, pero la charla, se nota, ya es algo. «Estamos coordinados para acudir donde haya una persona que esté en la calle y necesite un lugar donde dormir», dice Antonio Tarí, responsable de DYA. Y así se hace.

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