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Un futuro que pasa por dar vida a los huertos

Ocho arquitectos de la ciudad apuestan por recuperar el uso agrícola del Camp d'Elx

Una vista de la zona centro de Elche, con el Palmeral como protagonista, justo cuando se conmemoran trece años desde que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. antonio amorós

La Unesco declaraba el Palmeral de Elche Patrimonio de la Humanidad hace ahora trece años, al considerar que era un notable ejemplo de transmisión de un paisaje y una cultura de un continente a otro, que había sobrevivido al paso del tiempo, y que, además, contaba con un sistema de riego muy particular. Lógicamente, su coexistencia con la ciudad moderna tuvo un peso decisivo. Sin embargo, ¿cuál es su radiografía a día de hoy? ¿Por dónde pasa el futuro? Ocho arquitectos ilicitanos integrados en el Ruskin Coffee, un grupo que se reúne semanalmente para abordar los problemas de la ciudad, tratan de despejar la incógnita.

El primero en tomar la palabra es Joan Moll: «¿En qué punto nos encontramos ahora? Yo creo que estamos peor», sentencia. Sin embargo, Tomás Martínez Boix matiza sus palabras: «Peor no estamos. Por lo menos, en los últimos años se ha conseguido que el 90% de los huertos sean públicos, y eso ha sido gracias al urbanismo y a la fórmula del aprovechamiento urbanístico, lo que ha evitado que se pudiera construir en muchos de estos espacios o simplemente que se talaran palmeras», precisa. Otros, sin embargo, muestran sus reservas en este sentido, como José Antonio Pascual, quien considera que «el problema de los aprovechamientos urbanísticos reside en que se hizo indiscriminadamente. Es verdad que había propietarios que tenían una mentalidad especulativa, pero había otros que querían proteger los huertos a toda costa, fueron expulsados de sus propiedades, y eso ha tenido unas consecuencias terribles porque muchos espacios ahora han perdido sus usos tradicionales ». Martínez Boix vuelve a tomar la palabra: «Sí, pero, ahora que ya son públicos, lo que hay que plantear es qué hacemos con ellos», puntualiza.

¿Qué se hace con los huertos? El debate da un giro, y deriva hacia su gestión y hacia cómo se pueden redefinir las estrategias para ponerlos en valor. Al fin y al cabo, a estas alturas, a nadie escapa el estado de abandono en el que se encuentran muchos espacios. Prácticamente de forma unánime todos coinciden en que la solución pasa por «meter» a particulares en estos espacios y darles un uso.

Margarita López Bru aprovecha para hacer una reflexión en voz alta: «Hace unos años visité en Madrid el monasterio de la Encarnación, y me llamó la atención ver el huerto que tenía. Nosotros, sin embargo, tenemos nuestros huertos de palmeras, que están en medio del pueblo, desaprovechados», se queja. Tras un breve silencio, sentencia junto a Joan Moll que «la clave está en saber compaginar lo urbano con lo rural, porque no podemos olvidar que los huertos de palmeras forman parte de un sistema rural y la pena es que ahora están sin uso, lo que les ha llevado a esta situación». Una vez más, Martínez Boix hace una pequeña puntualización, y apostilla que «sí, son un sistema agrícola arruinado. Lo que podemos ver hoy en Elche no son huertos en producción, sino huertos abandonados, aunque a veces, estéticamente, no está mal la ruina».

José Antonio Pascual apostilla, en cualquier caso, que «la ruina es estéticamente mejor si los huertos estuvieran cuidados». Es en este momento cuando Nieves Clement entra en el debate: «Tenemos ejemplos como el del huerto de la Cuerna, que está cuidado, vivo y es precioso, y tiene lista de espera para poder cultivar allí», detalla. No en vano, subraya que «no es lo mismo un jardín que un huerto, y el valor agrícola del Palmeral es lo que nos llevó a conseguir la declaración de la Unesco, porque es el único ejemplo vivo que queda en estos momentos, que se ha traspasado de un continente a otro y que ha sobrevivido hasta hoy». Joan Moll también pone el acento en este aspecto e indica que «la declaración se consiguió por tener huertos y no jardines, y por haber conservado el sistema de riego tradicional».

Tomás Martínez Boix también es de los que abogan por la recuperación de usos tradicionales, pero insiste en que «el huerto como expresión agrícola no me interesa tanto como el concepto de huerto como expresión artística», mientras que José Antonio Pascual asimila el Palmeral ilicitano a la «poesía mística» y, como si se tratara de los versos que componen este particular poema, cita la elaboración de la palma blanca, el encaperuzado de las palmeras, el proceso que se sigue para elaborar «atxes» para la noche de Reyes o el método del palmerero ilicitano cuando sube a cada uno de los ejemplares. «Los huertos simplemente son mística, aunque haya gente que sólo se interese por la prosa y nunca lleguen a entender la belleza de un huerto como explotación agrícola», proclama.

José María Vidal va un paso más allá, y llama la atención sobre el hecho de que «son un sistema agrícola que encaja con la denominación de oasis». Ante ello, Nieves Clement apunta que, «efectivamente, son un oasis, tienen su papel, pueden tener un rendimiento económico, y, al igual que no haríamos un grafiti sobre la Dama de Elche, no podemos hacer un Port Aventura en un huerto». Con ello, de forma expresa, los arquitectos muestran su rechazo a proyectos como el de parque multiaventura planteado en el huerto de Travalón, algo que, a juicio de ellos, rompe con lo que son los usos tradicionales, por mucho que, desde el equipo de gobierno, se afanen en subrayar que este espacio está fuera del Palmeral histórico. «No podemos definir el Palmeral sólo cuantitativamente, y limitarnos a decir que son 200.000 palmeras y ya, y tampoco podemos acotarlo a los huertos históricos, porque los huertos periurbanos tienen el mismo valor, y hay concentraciones de palmeras en pedanías como Atzavares que son tan importantes como las de la ciudad», especifica Nieves Clement.

El turismo rural; la recuperación de los huertos a través de pliegos de condiciones que permitan adjudicarlos temporalmente a particulares, previo pago de un canon, para que cultiven estos espacios con otras variedades a cambio de garantizar el mantenimiento de las palmeras; o la instalación de un restaurante en alguna de las pocas casas tradicionales que han resistido el paso del tiempo? Éstas son sólo algunas de las alternativas que ofrece este grupo de arquitectos para recuperar las parcelas abandonadas. Para muchos, el modelo puede ser de nuevo el huerto de la Cuerna, con los cultivos ecológicos. Eso sí, tienen claro que siempre desde la «conciencia medioambiental», como alertan, y descartando destinos como museos o, una vez más, parques multiaventuras. «Nunca hemos sabido planificar los espacios vacíos, y el parque multiaventuras es prueba de ello», denuncia Margarita López Bru. José Antonio Pascual y Nieves Clement insisten en que «la única forma de garantizar que el Palmeral está a salvo es promoviendo que los huertos estén habitados, porque hará que se cuiden».

La conclusión para todos es muy clara: los huertos en estos momentos no tienen vida y la única salida pasa porque pasen a manos de particulares a través de esos pliegos. La imagen de abandono y deterioro del Hort dels Pontos y la vivienda tradicional que allí se aloja planea en la mente de todos y sale como ejemplo. «En estos momentos, los huertos están sometidos a la rapiña y a la provocación, porque están deshabitados y nadie puede evitar que se cometan actos vandálicos de todo tipo», lamenta José Antonio Pascual. «Todos los huertos tenían sus casas, y había unos caseros que vivían allí y se encargaban de cultivar el pequeño huerto, y también de cuidar las palmeras, y el sistema funcionaba», rememora José María Vidal.

Las reflexiones se decantan ahora hacia la ordenación de los usos. Margarita López Bru es la que abre la veda al alertar de que, «por mucho que los huertos estén en el pueblo, son suelo agrícola, y se debe actuar desde un punto de vista multidisciplinar». Para ello, Martínez Boix cree que es fundamental que, a la hora de calificar este tipo de parcelas, no se incluyan como dotaciones o zonas verdes, sino como huertos y, a partir de ahí, concretar de forma muy definida los usos, para evitar desviaciones, algo en lo que coincide el resto de sus compañeros, que asienten con la cabeza.

Margarita López Bru, mientras tanto, se muestra convencida de que, «para contemplar el alcance de un huerto, no es necesario entrar, pero sí debería darse un tratamiento especial al entorno, por ejemplo, favoreciendo una mayor peatonalización en las zonas donde se sitúan», en la línea de lo que se ha hecho con la Ruta del Palmeral. Prócoro del Real y Antoni Baile avalan esta posición y la sostienen bajo el argumento de que «Elche se ha construido en torno a la palmera, y eso no lo podemos perder de vista. Las palmeras están desde antes y siempre hay que respetarlas a la hora de acometer cualquier proyecto».

Lógicamente, el picudo tampoco pasa de largo. «El gran enemigo en estos momentos, por encima de todo, es el picudo», mantienen Prócoro del Real y Antoni Baile. «El problema es que hubo gente que se saltó los controles e introdujo el picudo aquí, sin que las administraciones hicieran nada. Por eso, la única solución ahora, y ya que permitieron que llegáramos al punto donde estamos, pasa porque la financiación para luchar contra esta plaga sea completamente pública, da igual si son huertos públicos, privados o periurbanos, o si son palmeras diseminadas», comenta José Antonio Pascual, quien se muestra muy crítico, hasta el punto de que declara que, «si el Palmeral estuviera en Valencia, no se hubieran escatimado recursos, pero Elche está muy lejos y el dinero está en Valencia».

Margarita López Bru también se atreve a pedir que se apliquen los avances técnicos al servicio del Palmeral, y, como muestra, habla de la importancia de contar con estaciones meteorológicas en zonas limítrofes que, por ejemplo, permitan regular el riego en función de la probabilidad de precipitaciones, para, con ello, hacerlos más sostenibles.

Prócoro del Real y Antoni Baile tienen muy claro por donde pasa el hoy y el mañana: «Elche vende una imagen que le da el Palmeral, y esa imagen da dinero y hay que conservarla», dictaminan. Y un último dato que tampoco convence a ninguno de los técnicos: el cambio de uso del edificio que se creó para el Instituto Tecnológico de la Palmera y que, en opinión de los arquitectos, «resume el interés del Ayuntamiento por la cuestión». Ahí lo dejan.

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