Decía Miguel Delibes, hace 7 años, que "cazar no es matar, sino derribar piezas difíciles tras dura competencia". Poco después de ese momento, en Elche existían casi 30.000 licencias de armas, y sus dueños se batían, cada vez que se abría la veda, en los montes y los valles de sus alrededores. Sin embargo, en estos momentos, aunque la sombra de su ciprés y del deporte que convirtió en literatura siguen siendo alargadas, la crisis económica actual, la expansión de la construcción y la ausencia de un relevo generacional han reducido a menos de 15.000 estos permisos.

Al menos, estos son los datos de los que disponen en el Servicio de Intervención de la Guardia Civil, donde los poseedores de armas deben acudir, cada cinco años, para poner al día sus autorizaciones. En ese momento, estas personas tienen la oportunidad de decidir si se quedan con su instrumento o si, por el contrario, lo donan, lo subastan, lo inutilizan o lo destruyen.

El responsable de este departamento de la Benemérita, Óscar Gómez, detalla que las escopetas de caza menor constituyen casi el 90% de las registradas, superando considerablemente a otras menos comunes como los rifles, cuyo coste es mucho más elevado, o las pistolas, que suelen pertenecer a personal de seguridad. Además, precisa que, aunque el perfil de estos propietarios es muy variado, una parte importante de los que acuden a sus dependencias son adultos y de un nivel económico medio o bajo. Quizás por eso, según se desprende de sus palabras, cada vez son más los que deciden desprenderse de ella o decorar con su metal, ya sin gatillo, y su culata, las paredes de su hogar.

Repercusiones dispares

Aunque la práctica cinegética sigue siendo el principal objetivo al que apuntan estas armas, la situación económica le está afectando más que a su principal competidor: el tiro olímpico. El club que permite poner en práctica esta modalidad en la ciudad posee, en la actualidad, unos 600 socios que abonan una cuota anual de 120 euros y cuatro trimestrales de 40 euros.

Su presidente, Esteban Boix, asegura que, últimamente, este número se ha mantenido porque, aunque han tenido que "desprenderse de los que no pagaban lo que debían", las bajas se han compensado con la entrada de nuevos miembros.

Según cuenta, la mayor parte de los usuarios practican este deporte "por placer", mientras que el resto lo hacen por motivos profesionales y que, entre ellos, existen personas de distinto nivel adquisitivo. Por eso, en estas instalaciones ofrecen distintas modalidades, como por ejemplo el tiro sencillo, en el que cada diana tiene un precio de 15 céntimos, o una cancha de 100 metros para fusil, en la que es necesario pagar 90 céntimos por este objetivo y 2 euros por blanco.

Probablemente por esta variedad, y también por la comodidad que supone no enfrentarse al medio natural y a los seres vivos, las agrupaciones de cazadores se han visto más afectadas. Una de ellas, la sociedad de caza de Altabix, que posee un coto de 1.500 hectáreas en la zona de El Ferriol, ha visto como, en poco más de un lustro, sus socios disminuyen de 75 a apenas 40. Su tesorero, Joaquín Rico, considera que "atravesamos por una época difícil en la que se limita cualquier tipo de actividad de recreo". Desde su punto de vista, los 800 euros que se exigen a los nuevos miembros y los 550 que pagan los más veteranos para mantener su terreno, dificulta que muchos lo sigan practicando. Sin embargo, reconoce que esta tendencia ya se atisbaba antes, porque "los jóvenes tienen otras distracciones" y porque la sociedad no valora la labor que realizan para cuidar el medio ambiente".

Esta opinión coincide con la de Andrés Martínez, dueño de la armería Andrés, que ha visto como sus ventas se reducen en un 50%. Pero, además, añade que esta situación se ha agravado a causa de la falta de terrenos no urbanizados y el crecimiento de las ciudades, que ha encarecido esta práctica.

De cualquier modo, por todas estas razones, y tal vez porque Delibes ya no esgrime su pluma, cada vez son más las armas que ya sólo disparan con la pólvora mojada.