A finales del siglo XVIII, cuando los sistemas parlamentarios eran una excepción, grandes mentes como Jeremy Bentham o Immanuel Kant promulgaron el carácter pacifista de las democracias. Con el paso del tiempo, estas ideas fueron madurando y, en los años 80, Michael Doyle y otros eruditos las retomaron para centrarse en las relaciones internacionales. Y ahora, estas teorías han servido de base para que Teresa Gelardo, nacida en Elche y residente en Boston, diese forma a una tesis doctoral en Sociología para la Universidad Pública de Navarra que ha sido galardonada por el Ministerio de Defensa con una dotación de 9.000 euros por su carácter "novedoso y original".

Ante una teoría con tanto recorrido histórico, ¿qué aporta su investigación?

Principalmente, este trabajo se ha centrado en el análisis de la utilización de esta idea por parte de los regímenes democráticos para justificar sus propias guerras. De esta forma, se explica cómo el liberalismo, que se ha percibido a sí mismo como pacifista, dosifica sus intervenciones y hace uso de la fuerza.

Para llegar a estas conclusiones, ¿cuál ha sido el método empleado?

A diferencia de otros trabajos, que se basan en el análisis estadístico, yo me he centrado en los argumentos filosóficos e históricos que se desprenden del estudio de los discursos de algunos de los grandes líderes mundiales, principalmente europeos y norteamericanos, y de las reflexiones de los grandes expertos en la materia.

A nivel interno, ¿por qué florece la paz en las democracias?

La ausencia de enfrentamientos que caracteriza a estos sistemas se logra gracias a la canalización de los conflictos a través de mecanismos no violentos y de la creación de instituciones que tienen el apoyo de la opinión pública y que despierta la confianza de la mayoría.

No obstante, en algunos de estos sistemas, como el español, también surgen problemas como el terrorismo.

Este tipo de comportamientos constituyen anomalías para estos regímenes. Además, las actuaciones de estos grupos provocan situaciones contradictorias porque los estados, aunque pretenden ser pacifistas, necesitan usar la fuerza para luchar contra sus miembros.

Más allá de sus fronteras, tal y como explica en su investigación, esta tesis también requiere algunos matices.

Muchos gobiernos, como el de Estados Unidos, han utilizado argumentos como la posesión de armas o el terrorismo para ocultar otros motivos económicos como el aprovechamiento de recursos energéticos.

¿Considera justificables este tipo de intervenciones?

En absoluto. Es cierto que la calidad de los sistemas puede fomentar la paz, pero esta cuestión no puede degenerar en la creación de cruzadas democráticas, en las que se utiliza la violencia para imponer una serie de ideas o instituciones.

En ese caso, ¿cuál cree que es el camino?

Tal y como ha mostrado la ONU en muchas de sus operaciones de mantenimiento de la paz, los valores liberales sólo se pueden exportar de forma pacífica y siempre respetando la cultura propia de cada país. Para ello, lo más importante es proporcionar información, fomentar la educación y facilitar la participación de todos los sectores sociales.

Tras el cambio de gobierno en Estados Unidos, ¿está siendo éste el método empleado por la Administración Obama?

El nuevo presidente parece haber apostado por la diplomacia y el multilateralismo, pero la base de su discurso es la misma que la de sus predecesores. Ha cambiado la forma, pero continúan velando por sus intereses y luchando por imponer su modelo a otros estados que consideran autoritarios.

En este punto, se plantea la duda sobre dónde empieza y acaba el término democracia.

Esa cuestión constituye el problema por excelencia de esta teoría y, en cierto modo, de las relaciones internacionales. Tras un intenso y continuo debate, sólo se ha podido establecer algunas premisas básicas: el respeto a los derechos humanos y la celebración de elecciones libres, limpias, periódicas y pluripartidistas.

En el caso de que, finalmente, todos los estados adoptasen estos principios, ¿desaparecerían finalmente las guerras?

La teoría dice que sí, pero la práctica en la vida real es más compleja. Personalmente, yo creo que el conflicto es una realidad del ser humano y no estoy convencida de que la extensión de la democracia por el mundo pudiese acabar con los conflictos internacionales.