Nunca llueve a gusto de todos e, incluso, en las temidas "gotas frías" los devastadores efectos de las riadas se han visto contrapuestos en ocasiones por los beneficios que las intensas lluvias han tenido para el campo y para la agricultura.

Las grandes avenidas de agua no son un fenómeno extraño a los ilicitanos, que han sufrido los efectos de las monumentales tormentas en múltiples ocasiones a lo largo de los siglos. Recoge la historia la riada de 1751 -hecho que recuerdan las inscripciones existentes en el puente de Santa Teresa-, cuando la fuerza del agua derruyó el puente cuyas obras acababan de concluir. El viaducto se reconstruyó con posterioridad, aunque otra fuerte tormenta a finales de siglo estuvo a punto de dejar otra vez sus muros en tierra.

Recordado es también el "diluvio" que azotó Elche en diciembre de 1853 y que provocó el derrumbe de 300 casas, además del convento de monjas clarisas que se asentaba en aquel entonces en la actual Glorieta, y cuyo desalojo provocó que las religiosas tuvieran que ser llevadas al convento de la Mercè, donde han permanecido hasta hace unos pocos años. Las aguas torrenciales inundaron toda la parte sur del término municipal, provocando en esta ocasión cuantiosos daños en los cultivos. En algunas casas, el nivel del agua llegó a los diez palmos de altura.

También la climatología de 1884 provocó importantes daños en la ciudad e, incluso, la pedanía de Carrizales estuvo bajo el agua durante mucho tiempo, algo que arrasó las plantaciones de olivo y viñedos que había en la zona. De hecho, este prolongado estancamiento del agua dio origen a una plaga de mosquitos que propició una fuerte epidemia de paludismo y que obligó a los habitantes del Molar a abandonar la zona.

La tromba de agua y granizo que cayó sobre la provincia en noviembre de 1972 también tuvo graves consecuencias. En esas fechas, los registros marcaron casi 56 litros por metro cuadrado en 53 minutos, una circunstancia que se tradujo en el derrumbe de numerosas chabolas que se asentaban en el paraje llamado Las Cuevas, entre la rambla, el barrio de Porfirio Pascual y Casablanca. Las fuertes precipitaciones anegaron casas, produjeron filtraciones de agua desde los tejados y cortes de carreteras en dirección a Santa Pola y a Dolores. Mientras, el aeropuerto de El Altet, que carecía de desagües directos, causó verdaderos estragos en la carretera de Cartagena, por la que era prácticamente imposible circular. En el campo, las crónicas que en la época recogía INFORMACIÓN hacían especial mención a las pérdidas en la agricultura y, especialmente, a la destrucción de 1.000 tahúllas de tomate dirigido a la exportación.

Sin embargo, la riada que buena parte de los ilicitanos mantiene en la retina es la que se produjo en la madrugada del 20 de octubre de 1982, cuando muchos ilicitanos y alicantinos se sintieron, realmente, con el agua "al cuello". En aquellas fechas cayeron en Elche alrededor de cien litros por metro cuadrado -frente a los 300 de Villena y Elda, los 216 de Alicante o los 200 de El Altet-, aunque la mayor preocupación en aquella jornada no estribaba tanto en la tromba que se había registrado a nivel local, sino en las avenidas que podían llegar de la parte alta del Vinalopó. Los expertos calcularon entonces que el caudal que pasaba por el río era de 1.200 a 1.500 metros cúbicos por segundo: una barbaridad.

Una de las imágenes más impactantes, sin duda, fue la del cauce del río a escasos centímetros de su sobrepasar su capacidad. Las consecuencias de la riada fueron, pese a todo, menores de las que podían haber acontecido si el Vinalopó, a su paso por la ciudad, no hubiera estado encauzado. Carreteras cortadas, el puente de la carretera de Dolores derruido, falta de suministro eléctrico, vecinos incomunicados (sobre todo en la zona sur del término municipal), problemas en las vías férreas y barro, mucho barro, por todas partes.

El aeropuerto tuvo que suspender su actividad y los vuelos quedaron cancelados. Sin embargo, la fortuna quiso que se tuvieran en cuenta las recomendaciones de Protección Civil y un colegio de Daimés fuera evacuado a tiempo, ya que la fuerza del agua en las zonas donde el río no estaba canalizado era arrolladora.

El caos se adueñó, sobre todo, de la zona sur del término municipal, donde los "cementerios" de palmeras afloraron y arrollaron todo lo que encontraron a su paso. La ciudad quedó sin agua potable durante varios días y los daños en bienes municipales se cifraron en 403 millones. Por fortuna, la riada desató una gran preocupación y originó cuantiosos daños materiales, pero la furia del agua no cobró ninguna vida humana.