El fútbol es el deporte rey por partidos como el de ayer. Nadie daba un euro por su Elche en el descanso y, como por arte de encantamiento, todo cambió cuando se inició el segundo período. El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde volvió a ser el sello de un equipo como el franjiverde capaz de lo mejor y de lo peor en 90 minutos. Esa falta de regularidad le está impidiendo estar arriba con los mejores y deberá corregirla.

El empate a dos final dejó a todos descontentos en función del momento en el que se hace la lectura del partido. Bordalás lo tuvo ganado en el descanso, con 0-2, ante un Elche roto y sin ideas. Pero, tras el asueto, Toril tocó la fibra de sus jugadores y su equipo fue otro muy distinto. Logró empatar a dos el duelo y contó con ocasiones para haber culminado la remontada. Edu Albacar erró una pena máxima, con 2-2 en el electrónico, y en el tiempo añadido, Dorca estrelló un balón en el larguero del meta rival.

Una reacción impresionante de los locales, más si tenemos en cuenta que enfrente estaba un equipo como el Getafe, con la firma de Bordalás, que apenas concede opciones y metros a los rivales.

José Bordalás activó el «modo desastre» y provocó que el Elche fuera en la primera parte una caricatura de equipo. Ni el mejor amigo del técnico alicantino le hubiera diseñado un guión semejante, con un primer gol en el minuto 4, gracias al trabajo de la estrategia, y, el segundo, al borde del descanso, obra de un amigo llamado Jorge Molina, que pidió perdón a la grada.

En medio, un Getafe infinitamente superior, sabiendo en todo momento a qué jugar y desactivando el centro del campo formado por Dorca y Álex Fernández y cerrando las bandas para que Pablo Hervías y Pedro no pudieran llegar hasta la línea de fondo.

Los que temían que el autobús del equipo azulón iba a darse un garbeo por el Martínez Valero se encontraron con la sorpresa de ver delante a un rival que sabe a qué juega. Bordalás tuvo un plan y lo llevó a efecto, mientras que el Elche se perdió en la mediocridad.

Cuatro cambios introdujo Alberto Toril en su once inicial. Luis Pérez dejó a Rober en el banquillo, Guillermo a Pelayo, mientras que Juan Carlos y Álex Fernández, como estaba previsto salieron en lugar de Germán y José Ángel, que fueron titulares en Miranda. El preparador cordobés apostó por dos delanteros, con el punta vizcaíno más arriba y Nino en una segunda línea. La vuelta al 4-4-2 ni siquiera se notó porque al equipo le faltó alma.

Tras el descanso llegó la metamorfosis. Los Hervías, Armando, Nino y compañía tiraron de orgullo, no estaban dispuestos a que les volvieran a pintar la cara. La pitada de la afición en el descanso ayudó a la autocrítica. Con otros argumentos futbolísticos pronto se pudo comprobar que con intensidad y lucha se pueden conseguir milagros.

Las ocasiones en la portería de Alberto se fueron sucediendo una tras otra, los franjiverdes parecían un auténtico vendaval y el Getafe un rival vulgar, incapaz de cerrar la vías de agua que se le abrían por las bandas, sobre todo por la de Hervías. Parecía otro partido y unos contendientes con los papeles cambiados. El Elche volvía a ser el equipo que quiere Toril, mientras que el Getafe ya no era el diseñado por Bordalás. En ese intercambio de roles, los franjiverdes tuvieron más ocasiones que su rival y merecieron llevarse los tres puntos, pero el fútbol se mostró injusto con ellos en la segunda mitad.

En el minuto 70, Guillermo acortaba distancias. Poco más tarde empató Nino, tras un pase de Hervías, en el 72. De ahí al final se buscó con ahínco la victoria, Albacar falló su segundo penalti de su carrera, ambos han sido de manera consecutiva, y, en el 91, Dorca estrelló en el travesaño un balón. El meta Alberto ejerció primero de espectador de lujo y, luego se convirtió en el actor principal del empate de los suyos. El Elche pasó de la ruina a (casi) el éxtasis. La remontada hubiera sido lo más justo.