Los conflictos internos entre jugadores y entrenador, la decisión del consejo de administración de hacer pagar a los abonados en el partido frente al Murcia, a pesar de que el Elche no se jugaba nada y que provocó el enfado de buena parte de los seguidores más fieles, y el ambiente desolador que presentó el estadio Martínez Valero en el último encuentro de Liga frente a la Real Sociedad han puesto un triste final a una temporada que hay que calificar de brillante.

El conjunto ilicitano ha terminado en sexta posición, la mejor clasificación de la última década en la División de Plata y volvió a despertar de su letargo a una afición franjiverde que, como demostró en el partido frente al Villarreal B llenando el Martínez Valero, existe en un gran número y volvió a recuperar el sueño por conseguir el ascenso a Primera División. Pero el Elche no tenía margen de error y su lucha contra equipos con un presupuesto mucho mayor le han impedido alcanzar el premio.

Ha sido una temporada larga y dura. Todas la buenas vibraciones de la pretemporada se fueron al traste en los primeros partidos de Liga que culminaron con la destitución de Claudio Barragán tras perder en el Rico Pérez frente al Hércules.

La llegada de Bordalás al banquillo significó la reacción y una espectacular racha permitió a los ilicitanos escalar posiciones. Los triunfos en Cartagena y en Sevilla frente al Betis acercaron un sueño que se veía posible. Pero la decepción del día del Villarreal B, unido a las derrotas en Cádiz y Las Palmas, despertaron a todos los franjiverde de su sueño. Además, el ascenso del eterno rival también hiere el orgullo de la familia franjiverde.

Con todo, lo que más dañó la imagen fue el conflicto interno surgido en el vestuario entre buena parte de la plantilla y Bordalás. Los jugadores recriminaron las críticas públicas realizadas por el técnico tras el encuentro ante la UD Las Palmas y la relación entre las partes quedó rota. Además, el preparador franjiverde señaló en vísperas del duelo en Tarragona a Tena, Martí Crespí y Raúl Fuster como los "cabecillas" de la rebelión que hubo en el vestuario.