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En positivo

El cambio climático. Realidad y negacionismo

El cambio climático afecta a todos los países en todos los continentes, produciendo un impacto negativo en su economía, la vida de las personas y las comunidades

El cambio climático. Realidad y negacionismo

La ciencia demuestra con una seguridad del 95 por ciento que la actividad humana es la causa dominante del calentamiento observado desde mediados del siglo XX en el sistema climático y ello es inequívoco y muchos de los cambios observados no han tenido precedentes: la atmósfera y el océano se han calentado, los volúmenes de nieve y hielo han disminuido, el nivel del mar se ha elevado y las concentraciones de gases de efecto invernadero han aumentado.

A esta conclusión científica llegó en el año 2013 el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), un organismo intergubernamental establecido en 1988 conjuntamente por la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Ya han pasado siete años desde la presentación del informe sobre las bases físicas del nuevo escenario del clima y los reconocidos efectos negativos no sólo no se han reducido, sino que se han agravado.

El cambio climático afecta a todos los países en todos los continentes, produciendo un impacto negativo en su economía, la vida de las personas y las comunidades. En un futuro se prevé que las consecuencias serán peores. Los patrones climáticos están cambiando, los niveles del mar están aumentando, los eventos climáticos son cada vez más extremos y las emisiones del gas de efecto invernadero están ahora en los niveles más altos de la historia. Ante esta situación que describe Naciones Unidas, cada vez más gente cree que es necesario adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos, siendo uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible aprobados en 2015.

Pero lo que parecía lejano ya no lo es, lo que era excepcional ya es ordinario, las consecuencias negativas ya las observamos más de cerca, en el tiempo y en lo local, en nuestras propias vidas. Y es un tema de referencia en todos los medios de comunicación, redes sociales, foros científicos, tertulias profesionales y conversaciones privadas. Y todo ello hace que muchas personas seamos cada vez más conscientes de la nueva situación ambiental, estemos más preocupados y pensemos más en que hay que hacer muchas cosas para solucionarla.

Y la realidad que empezamos a ver constantemente no nos gusta nada, muchas veces por las imágenes impactantes que son incluso retransmitidas en directo con coberturas televisivas en horarios de máxima audiencia: fenómenos meteorológicos extremos como olas de calor en verano y en pleno invierno acompañadas de tormentas intensas (de lluvia, granizo, viento) con daños devastadores en el propio territorio, en las infraestructuras y equipamientos, en viviendas, en la actividad económica y cada vez más con víctimas mortales. Y todavía no se nos habían olvidado las imágenes y los terribles efectos de la última DANA y sufrimos el espantoso temporal Gloria, con consecuencias catastróficas.

Y, por si fuera poco, vemos los grandes incendios en España y Portugal, que han quedado pequeños comparados con los de Australia, Amazonia en Brasil, California en Estados Unidos o Siberia en Rusia. Y, por si no fuera suficiente, vemos como se derrite el hielo marino y los glaciares, como progresa el proceso de desertificación, como avanza el mar hacia zonas pobladas y como desaparece una gran parte de la biodiversidad del planeta.

En términos económicos los efectos del cambio climático no sólo están suponiendo unos elevados costes que están asumiendo ya las administraciones públicas, las empresas y la ciudadanía, y no sólo los afectados directamente; además, están impactando en la agricultura, el comercio, la construcción, la industria, los servicios, el turismo y otros sectores que nadie pensaba que eran tan sensibles a las nuevas circunstancias climáticas. Lo que está pasando está cuestionando el funcionamiento de los diversos sistemas económicos y sociales sobre los que se fundamenta la economía a escala mundial, nacional, regional y local.

Y esta descripción tan objetiva de la realidad ya no puede ocultarse, pero tampoco debe exagerarse. Hay gente que piensa, como el escritor Paul Kingsnorth, autor del libro Confesiones de un ecologista en rehabilitación, que estamos ante un «ecocidio» en el que la especie humana se extinguirá y la Tierra, con los años, se regenerará.

Pero la realidad no puede ser una visión apocalíptica del futuro de la humanidad que nos de miedo y nos deje paralizados. Tiene que ser la base del proceso de transformación de los modelos de producción y consumo vigentes, incorporando criterios de sostenibilidad medioambiental, social y económica con la finalidad de promover el desarrollo sostenible, el crecimiento económico, el bienestar social, la prosperidad urbana y la calidad de vida.

La realidad tampoco puede ser negada. Negar lo evidente es una forma de no aceptar la realidad, de ignorarla, es un modo que tienen algunas personas de pensar y autoconvencerse de que lo que está sucediendo no es tal como se manifiesta y de engañarse a sí mismas, incluso de querer engañar a los demás.

El problema del «negacionismo» es cuando pasa de ser una determinada forma personal de razonar que puede condicionar las opiniones y comportamientos individuales, a convertirse en una ideología que no es capaz de considerar, ni reconocer, ni la realidad ni las evidencias científicas que la demuestran.

Los defensores del «afirmacionismo» argumentan que no se puede negar lo innegable, pero esto es muy cuestionado por otro grupo de personas que se apoyan en el negacionismo como estilo de pensar y expresarse. Este debate ideológico no es el problema, lo es cuando se quiere vivir y actuar en una realidad alternativa, mintiendo o falseando los hechos, engañando con datos y cifras, manipulando las informaciones, en definitiva, tratando de negar lo evidente.

Y de negarlo, de no darle importancia, de no querer aceptarlo, estamos pasando a ver y entender la realidad, a admitir la gravedad de los efectos del cambio climático, a intentar modificar los hábitos consumistas (algunos de ellos todavía solo simples gestos simbólicos), a reivindicar que se haga algo (incluso dando más importancia, credibilidad y valor a lo que dice una joven activista como Greta Thunberg frente a lo que han demostrado científicos de reconocido prestigio o lo que defienden importantes organizaciones ecologistas) y a aprobar declaraciones de emergencia climática y medioambiental.

En positivo, seamos conscientes de la realidad climática sin ser apocalípticos, salvaguardemos el medio ambiente, la salud y la seguridad de la ciudadanía, exijamos políticas activas por el clima, cambiemos comportamientos consumistas y formas de vida destructivas de nuestro entorno natural, y todo ello para mejorar nuestra calidad de vida y la de las generaciones futuras.

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