Lo recuerdo bien quien dijo aquello de que «hace más ruido un árbol que cae que cientos que crecen». La frase puede aplicarse hoy al sector inmobiliario. Son muchos los que auguran una nueva crisis del sector, tomando como referencia algunos datos objetivos y como marco de comparación el espejo irreal de un momento de boom del sector sobredimensionado de la primera década de este siglo. Sí, puede que en el sector inmobiliario haya algún árbol que caiga, pero son muchos los brotes que están creciendo.

La realidad actual del sector inmobiliario es que no existe un sobredimensionamiento como en tiempos pasados, lo que permite convivir en un estado de demanda y oferta muy equilibrado. Esto se llama, desde mi punto de vista, estado de madurez de un sector que vivió sus terribles momentos de festín y que terminó pagando todo el mundo.

Este equilibrio de hoy se traduce en síntomas muy claros como los niveles de construcción de viviendas por debajo de las ratios de 2008, cuando se alcanzaron los niveles máximos. Con crecimiento de los precios en este momento que no dibujan picos vertiginosos, sino suaves pendientes; y una reducción de las operaciones hipotecarias y de transacciones en notarios estabilizándose. Dice Funcas, la Fundación de las Cajas de Ahorros, que las operaciones ante notario crecieron en el primer trimestre del año un 2,2%. Es cierto que en 2018 fue del 9,5% y en el año anterior superior al 16%. Pero también es verdad que tenemos que establecer como normalidad los datos de este año y no desmanes del pasado.

Todos aprendimos de la dura lección de la crisis económica y financiera de 2008. La sociedad y las estructuras financieras no son las mismas y, desde luego, son más sabias y mucho más prudentes.

Hoy no hay promotores que se puedan aventurar a realizar operaciones contando exclusivamente con recursos ajenos. Eso profesionaliza el sector, y expulsa al especulador y al oportunista.

También debemos recordar que los datos de operaciones pueden haber sufrido - aunque aun está por medir - la entrada en vigor de la nueva Ley Hipotecaria que arrancó en junio y que, de una manera u otra, condiciona las operaciones pendientes y las futuras.

En definitiva, el sector inmobiliario tiende hacia la madurez, sin riesgos del pasado, con agentes promotores más profesionalizados, donde el sector no es monolítico, puesto que la costa y las grandes capitales tienen respuestas diferenciadas a las del resto del país; donde las entidades financieras han cambiado las reglas de juego - a mejor para evitar burbujas financieras basadas en el ladrillo -; y con un cliente que busca, compara y decide con mayor criterio qué quiere y, sobre todo, qué es lo que no quiere.

Puede que el árbol que se haya caído sea el de construir barato y vender caro. Pero, desde luego, lo que está ocurriendo es que hay un sector que construye bien, medita lo que construye, aporta calidad y valor -también al territorio y a la sociedad- no compromete el futuro personal ni social, y se convierte en un motor de tracción de la economía sin comprometer el desarrollo del futuro. Eso son árboles que crecen, que no hacen ruido, pero que darán más y mejor sombra.