Con el fallecimiento de José Enrique Garrigós (Xixona, 1948), la clase empresarial alicantina gestada en el último medio siglo pierde a otro de sus nombres ilustres. Emprendedor, valiente y tocado de un humor sereno ante las adversidades, El Garri deja un recuerdo inolvidable para quienes le conocieron y una trayectoria ejemplar para quienes no tuvieron esa suerte.

En noviembre de 2009, a José Enrique Garrigós, fallecido ayer a la edad de 71 años, le tocó la difícil papeleta de sustituir al frente de la Cámara de Comercio a Antonio Fernández Valenzuela. No era tarea sencilla. Valenzuela era uno de esos pesos crucero capaces de hacerse sombra a sí mismo y a todo aquel que le supliera en cualquier cargo de representación por irrelevante que fuera. Valenzuela, el presidente con más carisma que haya pasado por la sede de la organización cameral, dejó el cargo nombrando delfín, con un balance tan positivo en lo que tocaba a representatividad empresarial como delicado en la parte económica.

En plena crisis, la Cámara de Comercio no sólo tuvo que bregar a partir de ese momento con la ausencia de su carismático presidente, sino que se vio obligada a navegar a lomos del oleaje del peor temporal que había sacudido a la economía en los últimos 50 años.

Hasta aquel momento, las cámaras de comercio sostenían sus presupuestos a base de un impuesto revolucionario implantado décadas atrás, según el cual, cualquier mercantil, por grande o pequeña que fuese, estaba obligada a abonar cuotas camerales a cambio de acceder a la base de estudios o a los cursos de formación de la institución, beneficios ambos que la crisis económica se había encargado de reducir a la mínima expresión.

Para paliar los efectos de aquel tsunami en las empresas, el Gobierno de Rodríguez Zapatero alivió a las pymes y eliminó la cuota, pero ahondó el agujero en que estaban atrapadas las cámaras.

Aquella herencia fue la que recibió José Enrique Garrigós, ya entonces presidente del Consejo Regulador del Turrón de Xixona, al que confirió el respeto y el puesto que por méritos le toca al sector en el ámbito económico de Alicante, de la Comunidad y de España. Como interino tras la dimisión de Valenzuela y luego ya como presidente electo a partir de mayo de 2010, al turronero le tocó remar río arriba para refundar y reflotar la Cámara de Comercio de Alicante.

Retocó su equipo (el actual presidente de la Diputación, Carlos Mazón, se convirtió en director de la entidad) y a base de buscar ayudas, entrar en los planes de formación de la Cámara de Comercio de España y de adelgazar aún más la estructura administrativa, la institución salvó los muebles bajo su presidencia.

José Enrique Garrigós, El Garri, colmaba sus errores tirando de bonhomía. El Partido Popular le coló en la comisión de control de la CAM, y a las órdenes de los adláteres de València casi le cuesta un disgusto cuando la caja comenzó a hacer aguas en mitad de su expolio. También salió de aquello.

Excesivo y extremo a veces, la salud comenzó a darle avisos en los últimos años. Su última aparición pública fue, precisamente, el pasado julio, durante la investidura de Carlos Mazón como presidente de la Diputación. Le costaba subir las escaleras del Palacio Provincial, pero no perdió el buen humor en ningún momento. No quería perderse la toma de posesión de su amigo.

El viernes le ingresaron en un hospital de Alicante, con la campaña del turrón a pleno gas, la Cámara de Comercio bien encauzada y viendo a sus amigos cumplir sus retos.

Un carácter único

De carácter afable y bonachón, jamás perdió el sentido del humor, ni aun en sus peores momentos en el candelero, cuando al PP se le ocurrió nombrarle miembro de la estructura de gobierno de Caja Mediterráneo y los afectados por las cuotas participativas que habían perdido parte de sus ahorros le abucheaban (como al resto de consejeros) cada vez que ponía un pie en la entidad financiera.

Consolidó el negocio del turrón de Jijona en medio mapa mundi, gracias a lo cual, era recibido con honores en buena parte de Latinoamérica. Abrió mercados para el dulce tradicional de Alicante donde hasta entonces no se conocía el producto, y defendió con uñas y dientes la denominación de origen. No conozco a nadie que se reconozca enemigo suyo, y de haberlo, imagino que el rubor le habrá impedido hacerlo público. Esa era su gran virtud, la de haber logrado en vida la unanimidad general del cariño. Que la tierra le sea leve.