Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Aprendiendo de nuestros errores

Recuperar el multilateralismo

Históricamente, el comercio ha jugado un papel de locomotora del crecimiento económico; por ello, elevar los aranceles o establecer cualquier otro tipo de restricción al comercio internacional representa un gran riesgo para la economía mundial, al frenar el aumento de la riqueza.

Recuperar el multilateralismo

No es de extrañar, pues, que, sobre la base de esa constatación, el Fondo Monetario Internacional haya acusado a Donald Trump de debilitar el sistema de comercio internacional al restringir unilateralmente las importaciones, en lugar de trabajar, conjuntamente con sus socios, para resolver las posibles distorsiones existentes en las reglas vigentes. Lo hace, además, aplicando una política totalmente ineficaz que no conseguirá frenar el déficit comercial estadounidense, cuyo origen se encuentra en el bajo nivel de ahorro relativo de la sociedad norteamericana.

Así es, el déficit comercial de EE UU es la consecuencia de que el resto del mundo invierta en ese país más que lo que los estadounidenses invierten en el resto del mundo. Se trata de una identidad contable y, por lo tanto, la política comercial nada puede hacer al respecto porque el saldo de la balanza comercial no altera ni el ahorro nacional, ni la inversión interior. Ciertamente, para quienes no hayan estudiado Economía no es sencillo de entender, como tampoco lo es explicar al conjunto de la población los beneficios derivados del comercio internacional, por lo que Trump cuenta con muchísima ventaja para que a sus ciudadanos les sea difícil descubrir que su discurso es pura demagogia.

Todos los organismos económicos internacionales, desde el FMI ya citado, pasando por la OCDE o el Banco Central Europeo, coinciden en que esta política es especialmente dañina para la propia economía estadounidense. Por ello cabe preguntarse por qué el presidente norteamericano ha decidido desarrollar esta estrategia que, a todas luces, parece suicida. La respuesta no es sencilla, porque nadie sabe lo que, en realidad, piensa Trump.

Un proverbio congolés dice que «cuando dos elefantes se pelean, es la hierba bajo sus patas la que sufre, sin ningún motivo». Por ello, de la guerra comercial entre EE UU y China, extendida posteriormente al ámbito de la tecnología, solamente pueden derivarse consecuencias negativas, no exclusivamente para las dos potencias, sino para el resto del mundo, aunque éste permanezca al margen de las decisiones que están adoptándose.

Acontecimientos recientes, que aluden a «razones de seguridad nacional», nos muestran que es posible que el inicio de la guerra comercial con China fuera solamente una pequeña escaramuza tras la que se esconde lo que podría ser una motivación más profunda, cual es la lucha por la hegemonía tecnológica. Alcanzar una posición de preponderancia ante la cuarta revolución industrial puede ser la auténtica finalidad de esta guerra, que no alcanzamos a ver cómo puede terminar.

La batalla iniciada por Trump contra el gigante tecnológico Huawei no solamente tendrá consecuencias negativas para la empresa china, sino también para las tecnológicas norteamericanas, como Apple, por citar tan solo a título de ejemplo a uno de los líderes de cada lado. También tendrá claras repercusiones sobre los países europeos, que no han sido consultados, y a los que EE UU consideraba, hasta no hace mucho, sus aliados. De hecho, los países europeos en general no comparten la visión negativa del presidente norteamericano sobre Huawei, ni particularmente España, que ha suscrito con dicha compañía importantes contratos para el desarrollo de la tecnología 5G. Pero si, superado el periodo de moratoria establecido, el veto continúa y se profundiza extendiéndolo a más empresas e imponiendo sanciones a quienes no sigan los dictados estadounidenses, sin duda, tendrá consecuencias, retrasando el avance hacia una economía digital.

Esta crítica a la estrategia de Trump de enfrentamiento con China, no debe leerse como un apoyo al gigante asiático, antes al contrario, éste merece todo tipo de censura, con un modelo absolutamente asimétrico, que se beneficia de las reglas de la economía de mercado y del comercio internacional, pero saltándose normas básicas, como la protección a la propiedad intelectual, o practicando normas incompatibles con la economía de mercado, como la preponderancia de empresas públicas o el abuso de las ayudas de Estado.

El historiador Adam Tooze ha señalado recientemente que si hay algo en lo que está de acuerdo todo el espectro político estadounidense, lo que incluiría al Partido Demócrata, es en la necesidad de tener mayor firmeza con China. Otra cosa, pensamos algunos, es cómo se pone en práctica esa mayor firmeza; desde luego, la forma más torpe es intentar buscar hacerle daño a corto plazo, aunque eso perjudique al resto del mundo y a sí mismo, a medio plazo. Frente a la urgencia, el unilateralismo y la bravuconería de Trump, la cultura china es paciente en su intento de ganar y consolidar la hegemonía mundial.

Razonablemente, lo primero que debería hacer EE UU es ponerse de acuerdo con sus aliados europeos para acordar una política común con la que sentarse a negociar con China. Pero no parece que ese tipo de estrategia forme parte de la cultura política de Donald Trump.

El Nobel Joseph Stiglitz ha escrito que identificar aquello que es peor de todo lo que ha hecho el presidente se ha convertido en un juego muy popular en EE UU: ¿la guerra comercial, la guerra contra el medio ambiente, la guerra contra la inmigración, contra la política sanitaria de Obama o contra el sistema internacional basado en reglas? Él considera que lo peor ha sido el daño que está haciendo a las instituciones que garantizan el funcionamiento democrático de la sociedad y el multilateralismo.

Por ello, sobre la base del multilateralismo, creo que, antes que entrar en guerras, haría bien la sociedad occidental en pararse a pensar, discutir y acordar conjuntamente la mejor forma de implantar la transformación digital, que está cambiando, y pronto lo hará en mayor medida, nuestra forma de trabajar y de vivir.

Las redes digitales, las fábricas inteligentes, o el big data podrán, y deberían, mejorar las condiciones de trabajo y de vida, así como facilitar el aumento de la participación de los ciudadanos. Pero también podrán profundizar en la maximización de los beneficios de las grandes compañías y, por tanto, de las desigualdades sociales que ya han alcanzado niveles de auténtica obscenidad.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats