Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Visto así...

Directivos amapola

Mientras andaban por la labranza, Trasíbulo cortaba únicamente las espigas más altas que sobresalían del resto

Directivos amapola

El tirano de Corintio, Periandro, estaba angustiado buscando la manera de perpetuarse en el poder. Y acudió a su vecino de la ciudad de Mileto Trasíbulo, tan tirano como él, para pedirle consejo. Éste se lo llevó a un campo sembrado de trigo. Mientras andaban por la labranza, Trasíbulo cortaba únicamente las espigas más altas que sobresalían del resto. En silencio, sin proferir palabra, segaba y segaba, hasta que niveló todo el cultivo a la misma altura. Periandro comprendió. Trasíbulo le había enseñado que la manera de gobernar era eliminar a todos los ciudadanos que destacaban, o tenían alguna habilidad especial sobre el resto.

Este es uno de los relatos que Herótodo escribió en su libro «Historias». Existe una versión más moderna, el denominado síndrome de alta exposición, o síndrome de la amapola, ya que, en un campo de amapolas, las primeras flores que se cortan son las que tienen el tallo más largo. El síndrome de alta exposición explica que cuando algunas personas destacan por conseguir buenos resultados, generan odio en los demás. El éxito de unos provoca que se hagan visibles las limitaciones de otros. Y es que el individuo medio no reconoce las virtudes de un tercero.

Esto es moneda común en el universo de la gestión de empresas. Un directivo va acumulando adversarios conforme va desarrollando su trabajo de forma correcta. Algunos de ellos serán los que antes estuvieron en el mismo empleo y consiguieron peores logros. Y otros estarán molestos porque no aceptan que alguien promueva proyectos, o implemente acciones exitosas, que a ellos mismos no se les había ocurrido. En el primer grupo están los despedidos, amortizados, felones o jubilados, y en el segundo, los no promocionados. Tanto monta.

No hay remedio para curar el síndrome de alta exposición, ya que no se puede reparar lo que se desbarató -por mor de una manzana- en aquel jardín del Edén: la condición humana en sí misma. Por ello, los directivos amapola deben acostumbrarse al contumaz afán de los segadores de pasarlos por la hoz. No obstante, hay que ponérselo trabajoso. Subir ventas, incrementar beneficios, o reducir pérdidas, son auxilios a modo de tutor para el tallo. Los números son incontestables, y unos buenos resultados no justifican las razones de aquellos para cortar la flor más alta. Pero esto no desalienta a los recolectores. En un mundo tan conectado, los canales de comunicación son una herramienta excepcional para la segunda oleada: desprestigiar. Y se abre la barra libre. Aprendices de William Randolph Hearst se esfuerzan entonces por amplificar anécdotas, exagerar ocurrencias o tergiversar autenticidades. Tranquilidad. El directivo que haya ejercido su trabajo de manera ética, honesta y honrada, no tiene nada que temer. La conducta ejemplar es el mejor cortafuegos contra las descalificaciones. La última opción que les queda a los del encono y la ojeriza, es devastar el cultivo por completo. Mala decisión, ya que el directivo arrollado volverá a crecer en otro campo. Sin embargo, los causantes tendrán un terreno yermo y baldío a perpetuidad.

Lo positivo es que los cañonazos de estiércol contra la amapola caen en el terreno, y sirven de abono, provocando que el resto de las flores (el equipo) también crezcan más rápido y fuertes.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats