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Aprendiendo de nuestros errores

Davos: bienintencionado, pero ineficaz

El magnate Nick Hanauer declaraba, el mismo día en que se inauguraba la edición 2019 del Foro Económico Mundial: «Mientras la élite mundial se reúne en Davos y debate sobre los desafíos de nuestra economía, casi no se cuestiona la inmoralidad en la que se basan».

Davos: bienintencionado, pero ineficaz

Entre el 22 y el 25 de enero se ha celebrado la cuadragésimo novena edición del Foro de Davos, centrada en la «Globalización 4.0: formando un arquitectura global en la era de la Cuarta Revolución Industrial», con los objetivos de definir nuevos modelos para la construcción de sociedades sostenibles e inclusivas. La crisis política en Venezuela, a la que no pretendo referirme en estas líneas, apareció como un invitado inesperado.

Siempre que va a celebrarse el Foro Económico Mundial se especula sobre las grandes ideas que se discutirán y las importantes decisiones que van a tomarse en el mismo. Al final, casi nunca sucede algo que pueda considerarse excepcionalmente sobresaliente. Tampoco en esta ocasión.

Da la sensación de que el Foro Económico Mundial continúa sin enfrentarse al debate sobre el cambio de modelo económico. Siendo así, difícilmente podrá aportar soluciones a los grandes desafíos de nuestra sociedad: la creciente desigualdad económica, el cambio climático y, en general, la gestión del medio ambiente y de los recursos naturales disponibles.

Esta reunión anual, fundada en 1971 por Klaus Schwab, se marcó como objetivo genérico, desde su creación, construir un mundo mejor, intentando involucrar a las personas que realmente tienen poder en la sociedad mundial en que vivimos, a que contribuyan a cambiar las cosas.

El discurso económico dominante de las últimas décadas ha venido identificando al PIB y su crecimiento como los grandes objetivos a alcanzar. Por eso, la mayor parte de los países los han perseguido como objetivos fundamentales, aunque para ello hayan tenido que recurrir a la desregulación, a relajar los controles, a rebajar los impuestos de las empresas y de los más ricos y a liberalizar los mercados de trabajo. En definitiva, una carrera, en muchos casos, hacia lo indeseable.

Pero no hay ninguna ley económica que nos obligue a andar ese penoso camino de forma imprescindible. Antes al contrario, si la idea es que la gente viva mejor y la humanidad mantenga alguna esperanza de dignidad, lo que debe hacer la «globalización 4.0» es romper con ese modelo económico. Parece, no obstante, que las élites políticas y empresariales que se han reunido estos días en Davos no lo han entendido así, sin darse cuenta de que es el actual modelo el que ha alimentado la desigualdad y sembrado el descontento creciente en capas cada vez más amplias a lo largo de todo el mundo. Una desigualdad que amenaza seriamente el progreso de la humanidad

Así que la «globalización 4.0» debería ofrecer un nuevo discurso que acabe con los abusos de las últimas décadas, mediante la cooperación multilateral de los gobiernos para reescribir las reglas con la finalidad de que la «revolución industrial 4.0» beneficie a las personas, a la gente común.

La economía de mercado necesita una combinación inteligente de regulación e incentivos para gestionar cambios imprescindibles, entre los que se encuentran un nuevo enfoque de la tributación y del gasto público. Ya no es posible que, por más tiempo, las grandes corporaciones y las familias realmente ricas eviten pagar los impuestos que les corresponden. Por ello, lo que sucedió el pasado año, precisamente en Davos, cuando Donald Trump fue aclamado, casi como un visionario, por haber realizado el mayor recorte impositivo para los más pudientes, es totalmente vergonzoso.

El ya citado Nick Hanauer ha dicho: «Es fundamental que los más ricos paguen impuestos justos. En Estados Unidos, las personas más ricas -personas como yo- se benefician de uno de los mayores recortes fiscales en décadas. Mientras, nuestras escuelas públicas se caen y nuestro sistema sanitario aún excluye a millones de personas».

Este año, el presidente norteamericano no ha podido asistir a la cumbre suiza debido al cierre parcial del gobierno, y, en su lugar, intervino, por vídeoconferencia, su secretario de Estado, Mike Pompeo, quien arremetió contra el multilateralismo, uno de los valores que, supuestamente, se pretende defender en Davos. Sin embargo, el multilateralismo es la única forma en la que seremos capaces gestionar, en su caso, los desafíos políticos y económicos a los que nos enfrentamos. Necesitamos instituciones multilaterales que frenen el abuso de las grandes corporaciones cuasi monopolistas y sean capaces de gobernar mejor la inevitable globalización.

Los múltiples y simultáneos avances tecnológicos en proceso van a dotar al hombre de una capacidad hasta ahora desconocida para cambiarlo prácticamente todo: no solo la forma de producir, sino en general nuestra forma de vivir. Pero esa revolución no puede hacerse de cualquier forma, sino con un mínimo de responsabilidad, para evitar que aumenten la desigualdad y los desequilibrios, y, como consecuencia, los nacionalismos populistas continúen creciendo. Las tecnologías asociadas a la llamada «cuarta revolución industrial» tienen el potencial de aumentar la productividad, la renta y el tiempo libre de los trabajadores, al tiempo que mejoran sus condiciones, y de liberar a la mujer del trabajo no retribuido. Pero para aprovechar bien ese potencial hay que reenfocar la globalización, de forma que ésta pueda beneficiar a todos.

En otros términos, la globalización -otro modelo de globalización- sigue siendo la solución, pero garantizando que el crecimiento económico sea equitativo y medioambientalmente sostenible. Los líderes empresariales más sensatos seguro que se dan cuenta de que no pueden hacer negocios en un planeta muerto.

Entiendo que son muchos los que se plantean bienintencionadamente si en realidad podemos conseguir un cambio de modelo. Obviamente no tengo la respuesta, pero sí alguna pregunta: ¿Podemos permitirnos el lujo de no intentarlo con férrea voluntad? ¿Podemos imaginar un mundo sin pobreza, en el que el planeta reciba la atención que merece? Sin duda tenemos medios para hacerlo posible, pero falta voluntad.

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