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Faltaba Italia

Ante el caso italiano, la evidencia confirma la teoría: el factor institucional es esencial para el desarrollo económico; si las instituciones no funcionan, incluso en un país ya ampliamente industrializado, poco antes o después se paga una elevada factura.

El 30 de octubre último, la Comisión Europea dio un primer paso para someter a Italia a un procedimiento disciplinario -que puede concluir con sanciones y la retirada de fondos estructurales- si no rectifica. En la práctica, esto se ha traducido en la devolución de sus presupuestos y en la exigencia de que remitan otros que cumplan con el contenido de su programa de estabilidad.

El asunto está generando gran polémica. El nuevo gobierno, de corte populista, afirma que Italia todavía está bajo los efectos de la crisis de 2008, sin que haya sido capaz de conseguir levantar cabeza. Todo, cómo no, es responsabilidad de la UE y del euro.

No debería extrañarnos; si algo tienen en común dos fuerzas políticas, tan distantes ideológicamente, como el Movimiento Cinco Estrellas y la Liga, es su euroescepticismo. No en vano, Salvini ha manifestado, mucho antes de ser viceprimer ministro y de forma reiterada, que Italia cometió un gravísimo error al abandonar la lira y sumarse al euro.

Pero, lo cierto es que los problemas de Italia no proceden del euro; son otros, más antiguos y profundos. Es posible que saliendo del euro, y devaluando su divisa, la economía italiana pudiera experimentar un gran crecimiento, a corto plazo, basado en las exportaciones. Pero ese efecto no duraría demasiado.

El país está sumido en una profunda «depresión colectiva», no tanto por la crisis de 2008, como por la podredumbre de su sistema institucional. La ciudadanía ha dicho basta y ya no confía en los partidos clásicos; los «viejos» partidos en la nomenclatura populista de allá y de acá. El descrédito es el resultado de su incapacidad para resolver los problemas.

En ese contexto, aunque pueda ser erróneo, resulta fácil, abrazar los postulados de las propuestas populistas. Los italianos quieren una clase política más joven y honesta; y creen que ahora la tienen. No sé cuánto tardarán en comprobar que con un gobierno así cada vez les va a resultar más complicado encontrar el camino que facilite los cambios que Italia necesita.

Tras la respuesta de Bruselas, el debate parece estar en que la burocracia se enfrenta a una decisión democrática del parlamento italiano, que ha elaborado un presupuesto «para la gente». Algo parecido vivimos, hace algún tiempo, con Syriza en Grecia. Sabemos cómo acabó aquello, veremos ahora.

Sin duda las normas europeas establecen limitaciones no siempre razonables. Desde luego, yo no las comparto, por razones que no vienen ahora al caso. Pero las normas están para cumplirlas o para cambiarlas. Además, en el caso italiano, más allá de las normas, las limitaciones las impone la situación económica real del país, con un nivel de endeudamiento próximo al 130 por ciento del PIB. En tales condiciones, la disciplina y el rigor presupuestario no son obligaciones impuestas externamente, sino que deberían ser una auto exigencia para cualquier gestor sensato que no quiera comprometer el futuro de sus hijos y nietos.

El Banco de Italia ha manifestado su preocupación. El país no debería deteriorar, aún más, un activo tan irremplazable como la confianza. Italia ha de refinanciar, anualmente, un volumen de deuda de, aproximadamente, 400.000 millones de euros. Las preguntas son ¿quién se los va a prestar? ¿A qué precio? ¿Qué sucederá cuando el BCE cambie de política monetaria?

Italia está soportando una prima de riesgo, respecto al bund alemán, de unos 300 puntos básicos. España, siendo también un país periférico y con un elevado nivel de endeudamiento, aunque alejado del italiano (algo por debajo del 100 por cien del PIB), la tiene situada en unos 100 puntos. Al persistir en su postura, el gobierno italiano está animando a la salida de capitales del país, tanto por parte de los inversores extranjeros, como de los nativos que quieran proteger su ahorro.

No es de extrañar que, más allá del criterio de la Comisión Europea -que a estos efectos es el válido- los países del eurogrupo estén muy preocupados. La zona no cuenta con instrumentos para hacer frente a otra crisis del euro. Ante la ausencia de una estructura política sólida, capaz de apoyar sin fisuras al euro, no nos podemos permitir otro episodio como el de Grecia, ahora con un país mucho más grande, como Italia. Probablemente sería el fin de la moneda única, al menos como la conocemos.

Tampoco sería de extrañar, al menos de momento, que Salvini endurezca su discurso y se niegue, radicalmente, a modificar ni una coma de su proyecto presupuestario. ¿Hasta dónde llegará la tensión? ¿Habrá marcha atrás? No es fácil prever la salida.

La coalición de gobierno populista puede encontrar en las malas condiciones de la economía italiana la excusa perfecta, una oportunidad para incumplir las demagógicas propuestas electorales que realizaron , excusándose en que la Comisión y los mercados se lo impiden, y termine por modificar el presupuesto. Eso les permitiría descargar la irá popular sobre terceros, incluido el establisment político italiano.

Pero también podría, con el gran apoyo popular con el que, al parecer, cuenta, endurecer su retórica anti europea y anti euro, en un camino de difícil retorno.

El gobierno populista italiano carece de razones sólidas para empeñarse en la política económica que está defendiendo, poniendo en riesgo el futuro del país y generando una enorme inestabilidad a toda la zona euro.

Pero no es menos cierto que los países de la zona monetaria común, con Alemania a la cabeza, no han sido capaces de resolver todavía los deberes pendientes. El eurosistema necesita un apoyo político del que carece. La crisis puso de manifiesto todos los defectos de su arquitectura institucional, pero ni se han emprendido todas las reformas necesarias, ni se han completado aquellas que sí se iniciaron. Mientras eso no se solucione, el euro seguirá estando en riesgo de desaparición.

Los problemas de gobernanza europea sangran más cada día y no solo en el terreno del euro. Por si no teníamos suficientes problemas en la UE, faltaba añadir la tensión italiana.

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