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Meter al enemigo en casa

El enemigo ni agua. La paremia es un enunciado breve e ingenioso que trasmite un mensaje instructivo, incitando a la reflexión intelectual. Pero la paremia del tipo refrán que inicia este párrafo la llevamos los españoles hasta el máximo de sus consecuencias, sin reflexión intelectual alguna. Tampoco en el mundo de los negocios.

Mao Tse Tung y Chang Kai-shek eran archienemigos. Desde 1927 ambos estaban envueltos en la Guerra Civil China, por un lado, el Partido Comunista Chino, y por el otro el Kuomitang o Partido Nacionalista Chino. Hay una fotografía de 1945 donde ambos líderes se retratan brindando con champán. No celebran el final de la guerra, sino la rendición del ejército japonés en tierras chinas. Y es que Japón invadió China a través de Manchuria en 1937, en lo que sería la Segunda Guerra Sino-japonesa. Mao y Chang pactaron una tregua y se pusieron manos a la obra para defender juntos a su país del invasor. El lanzamiento de las bombas atómicas y la entrada de la URSS en la Guerra del Pacífico llevaron a los nipones a la rendición. Mao y Chang volvieron a lo suyo, y tras la alianza, los dos archienemigos reanudaron la Guerra Civil China, hasta que en 1949 Chang perdió la contienda y se exilió a la isla de Taiwán. Y Mao se convirtió en el mayor genocida de todos los tiempos, dejando en pañales a la Alemania nazi y la Camboya de Pol Pot (lean la biografía de Mao que escribió Jung Chang). Este es el mejor ejemplo de dos enemigos que se unieron en una causa común, aunque no dejaron de odiarse.

En el mundo de la empresa también se dan casos de compañías que compiten ferozmente por una cuota de mercado, pero que forjan una alianza para apoyarse mutuamente. Quizás el sector del automóvil es el que más ejemplos proyecta, como cuando Citroën, Fiat, Lancia y Peugeot lanzaron el mismo monovolumen diseñado entre todos para frenar las ventas de Chrysler Voyager. Pero encontrar ejemplos en las empresas de tamaño medio, es más complicado, y si son españolas, casi imposible.

Nuestra cultura hispana nos hace ver al competidor como un enemigo a batir, aun cuando existan agentes externos que pongan en peligro el futuro de todos. Las empresas se limitan al asociacionismo, y ya se sabe lo que pasa: en las patronales las agendas ocultas son muy visibles. Por ello lo que se ha denominado alianzas estratégicas hay que tomárselo en serio.

Cierto que el riesgo de trabajar con un competidor está ahí. Pero hay soluciones. No se trata de fusionar empresas, sino de algo más sencillo como es elegir proyectos pequeños de ganancia rápida, necesarios ante una novedad en el mercado o un cambio regulatorio. Quizás para ello se precisa de inversión o desarrollo en I+D, y tal vez el gasto se puede compartir con una empresa rival, y conjuntamente lanzar ese producto o servicio. Cada uno con su marca, y que sea el mercado el que decida. Lo dice Kenichi Ohmae, el mayor estratega económico actual: «Las empresas tienen que aprender lo que las naciones han sabido siempre, que en un mundo complejo, cambiante y lleno de peligros, es mejor trabajar en equipo. El poder de una alianza es una parte importante del repertorio de todo buen gerente».

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