Ramón Rato Rodríguez San Pedro, padre de Rodrigo Rato Figaredo, escribió en 1979 que la banca había sido su perdición y que había cometido el «error de crecer mucho». El menor de sus tres hijos no consideró la enseñanza paterna e incurrió en la misma senda hacia la fatalidad: se empecinó en ser banquero. Movió a tal fin todas sus influencias sobre Mariano Rajoy para que lo respaldara frente a la opción de Ignacio González como sucesor de Miguel Blesa en la presidencia de Caja Madrid, y se dejó llevar de la ambición.

Rato actuó así a pesar de tenerlo casi todo: el PP lo había convertido en el hacedor del milagro español (lo que luego reventó en forma de doble burbuja crediticia e inmobiliaria y de un endeudamiento exterior de España galopante entre 1998 y 2008), había sido ministro, vicepresidente segundo del Gobierno, parlamentario, vicesecretario general del PP, accionista y consejero de empresas familiares, director-gerente del Fondo Monetario Internacional (con rango de jefe de Estado y paga vitalicia). Además, era heredero de un patrimonio familiar relevante pese a algunos infortunios societarios, conferenciante cotizado desde su regreso de Washington y consejero y asesor de negocios financieros con alta remuneración.

En su afán por «crecer mucho», entró en una dinámica que ha sido tipificada como delito: con las tarjetas corporativas de Bankia, opacas al fisco, se lucró con 44.000 euros (adicionales a su salario privilegiado) que destinó a gastos suntuarios. Y aún tiene pendiente otras causas judiciales con petición de penas de prisión por la gestión y crisis de la entidad financiera, supuesto blanqueo de capitales y otros manejos bajo sospecha. También está bajo investigación por su fortuna.

La condena de la Audiencia Nacional del 23 de febrero de 2017 por el primero de esos casos lo puede conducir ahora a prisión. Se repite así el mismo desenlace que sufrieron su padre, su hermano y uno de sus tíos, condenados hace medio siglo a penas de cárcel por delitos monetarios en el Banco de Siero.