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¿América más grande o un mundo peor?

Tenemos un gran problema: el presidente del país que todavía es el más poderoso del mundo es un analfabeto, inestable y peligroso.

Es cierto que durante su campaña electoral defendió el proteccionismo comercial como una vía de «volver» a hacer a EE UU grande, según sus propias palabras, y que en su discurso de investidura dijo que «la protección comercial se traducirá en una gran prosperidad y fortaleza». Sinceramente, no terminaba de creerle.

¿Por qué? Por una parte, tenía en cuenta la historia que le es más próxima. El partido republicano, al que pertenece, tiene una larga tradición en defensa del libre comercio. La nación que preside impulsó los acuerdos de Bretton Woods, así como la creación del GATT (Acuerdo General Sobre Aranceles Aduaneros), en 1947, como medida preventiva para evitar guerras comerciales, y de la Organización Mundial de Comercio (OMC), en 1994, que establece y vigila el conjunto de las normas multilaterales de comercio internacional. Por otra, está aquello de «perro que ladra, no muerde». Creo no ser el único que pensaba que el asunto de las refriegas comerciales con China, no llegaría a materializarse en una auténtica guerra comercial, pero a estas alturas tengo serias dudas de hasta dónde puede llegar, para desgracia del mundo.

Y tengo serias dudas porque es imposible creer los argumentos que está utilizando Trump para justificar las medidas que está adoptando. ¿Qué es lo que realmente quiere? Dice que su objetivo es eliminar el desequilibrio exterior de su economía con la finalidad de crear puestos de trabajo en EE UU. Pero cualquiera que tenga unos mínimos conocimientos de Economía sabe que las cosas no funcionan así. Trump no tiene porqué saber Economía, pero tiene muchos asesores y sus universidades están llenas de excelentes expertos y de premios Nobel, alguno de ellos precisamente por sus investigaciones en las teorías del comercio internacional, a los que podría preguntarles. Bastaría, simplemente, con que leyera lo que escriben a este respecto en los periódicos. Por tanto, sería obligatorio que supiera que, necesariamente, una guerra comercial no beneficiará a nadie, tampoco a EE UU. Debería saber que el resultado más probable de su guerra comercial sea que EE UU esté peor de lo que está hoy.

Pero lo cierto es que desafiando al sentido común, a la historia económica, a los intereses tanto de los empresarios como de los trabajadores, Donald Trump ha emprendido una sonora guerra comercial, que, en modo alguno, va a beneficiar a las clases trabajadoras, de raza blanca, que ayudaron decisivamente a que resultara elegido. Pero nadie le frena.

Una gran parte, si no la mayoritaria, de las importaciones a las que está imponiendo elevados aranceles, son bienes intermedios, es decir, insumos que son utilizados para producir otros bienes finales. El primer impacto, pues, es encarecer esos bienes intermedios y, en consecuencia, el precio de los bienes finales que se producen en su economía, lo que perjudica a los consumidores, alienta la inflación y convierte a sus productores en menos competitivos frente al resto del mundo.

Aunque la Reserva Federal está graduando mucho el aumento de los tipos de interés, para normalizar la política monetaria, si el aumento de los aranceles terminara por tener un impacto negativo en los precios interiores, el banco central no tendría más remedio que acelerar el crecimiento de los tipos, lo que obviamente desalentará la inversión, y favorecerá la apreciación del dólar norteamericano, deteriorando su competitividad exterior. Todo ello se traduce en menos puestos de trabajo.

Además, si consiguiera realmente frenar las importaciones chinas, razonablemente la moneda del país asiático, el yuan (renminbi), se depreciaría, con lo que sus exportaciones serían más atractivas, compensando, al menos parcialmente, el impacto del aumento de los aranceles.

Por tanto, el efecto real que tendrá el aumento de los aranceles sobre la creación de empleo en EE UU será, en el mejor de los casos, ninguno.

El presidente norteamericano dice estar preocupado con el déficit comercial. Parece, incluso, que considere, equivocadamente, que tener un déficit comercial es como una derrota y ya se sabe que no le gusta perder «ni al parchís». Si realmente lo estuviera, alguien tendría que decirle que mientras el ahorro doméstico sea inferior a la inversión, la economía estadounidense no tendrá más opción que financiarse con capital extranjero y ello, necesariamente, derivará en un déficit comercial, tanto mayor, cuanto mayor sea la diferencia entre ahorro e inversión.

Parece que nadie le ha comentado a Trump que en Economía hay dos déficits «gemelos»: el presupuestario y el comercial. ¿Qué hizo el presidente a final del pasado año? Bajar los impuestos, esencialmente a las grandes empresas y a los muy ricos. De ello ya se está derivando una notable disminución de los ingresos públicos, que irá en aumento y que no va acompañada de una reducción, en igual tamaño, de los gastos públicos, por ello, el déficit público estadounidense irá aumentando y ello conducirá, necesariamente, y con independencia de que siga incrementando los aranceles, a que el déficit comercial crezca.

Tal y como dice Stiglitz, «la macroeconomía siempre prevalece», por ello, salvo que sea capaz de fomentar intensamente el ahorro nacional, lo único que realmente podrá frenar el crecimiento de su déficit comercial es que, además, sea capaz de conducir a la economía norteamericana a una fuerte recesión, con más desempleo, que reduzca las importaciones.

Hay quienes sostienen, como Dani Rodrik, que lo mejor que se puede hacer por parte del resto de los países es no contestar a la estupidez de Trump. Dos no se pelean si uno no quiere. Por ello, si China, y Europa, creen de verdad en un régimen de comercio multilateral que esté basado en reglas, no deberían contestar al unilateralismo del presidente norteamericano, e intentar resolver el conflicto denunciando a EE UU ante la OMC, aún sin tener claro que Trump vaya a respetar la decisión que tome el organismo.

En otros términos, Trump es muy libre de dañar a su propia economía, pero los demás deberíamos preferir seguir con las políticas que mejor funcionan según la experiencia histórica.

Esta actitud es racionalmente correcta, aunque políticamente muy difícil de mantener. De hecho, a cada bravuconada de Trump, China está contestando con dureza. El problema es que el proteccionismo, al reducir la competencia, origina una gran pérdida de dinamismo económico, y provoca una enorme animadversión. Donald Trump no conseguirá hacer América más grande, pero sí un mundo más incierto, inestable e infeliz.

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