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Decorar el currículum, deporte nacional

Los expertos señalan la diferencia con países de ética protestante y afirman que el apartado en el que más se miente es el de los idiomas

Un currículum en una imagen de archivo informacion.es

En un país edificado sobre el autodestructivo mito del Lazarillo, no sorprende que hasta los políticos, los personajes más expuestos al escrutinio público, se jueguen ese capital tan sensible llamado credibilidad en atajos para dar brillo a su historial académico. La mala noticia es que no son una excepción. No existen estudios -salvo quizá algún informe también inventado- que pongan cifras a cuánto mentimos en los procesos de selección laboral. Los expertos distinguen entre la mentira grosera, posiblemente algo minoritario, y otro fenómeno, este sí mayoritario: decorar el currículum. Rafael Osuna, responsable en València de la división de Randstad encargada de la selección de directivos, sitúa los idiomas como el apartado en el que más se miente.

«El "inglés medio" es casi un cliché. Es consecuencia del problema español, donde no se enseña en las escuelas un verdadero bilingüismo», opina. Desde el Servef, una orientadora amplía el abanico de exageraciones curriculares a los conocimientos tecnológicos y de competencias transversales, esas habilidades más ligadas a la gestión de equipos, crisis y relación con el entorno más que a la propia técnica del oficio en cuestión. «El motivo fundamental de la mentira es llegar a la entrevista y no ser descartado en el primer cribado», coinciden desde la consultora y el departamento de la Generalitat Valenciana.

¿Qué mueve a una persona a jugarse tanto crédito con una mentira (o exageración) tan fácilmente detectable? Al habla con el mundo académico, el mecanismo mental que subyace a estos procesos es algo más complejo que la simple picaresca. «En general, decorar el currículum tendría posiblemente dos procesos debajo. Por un lado, de deseabilidad social. Una sociedad da valor a determinados elementos y los candidatos tratan de demostrar que tienen esos elementos», explica José Ramos, catedrático de Psicología del Trabajo de la Universidad de València e investigador del IVIE. «El segundo proceso es la gestión de impresiones, cuando uno trata de ofrecer de sí mismo la mejor imagen posible». Ramos añade a la carta de exageraciones algo muy extendido últimamente: la tentación de convertir en un «posgrado» cualquier título, hasta cursillos de cinco créditos.

Ante la cola de ministros y representantes públicos en el pelotón de la sospecha, surge la pregunta definitiva: ¿Doctor, es un fenómeno típicamente español? «En España es más frecuente, no porque seamos diferentes. Hay valores culturales que compartimos con otros países. Los países de ética protestante son más rígidos, y está más penalizado socialmente que uno que exagere o mienta.

En España puede verse como un pecadillo venial, porque mucha gente lo hace. Es una tolerancia por motivos culturales que juega en nuestra contra», concluye José Ramos.

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