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El campo pide nuevos brotes

El 61% de los titulares de explotaciones agrarias de la Comunidad tienen más de 60 años. En nueve años, la provincia ha perdido un 32% de las hectáreas cultivadas

Dos agricultores realizando tareas en el campo de Elche. matías segarra

«Que nuestros productos valgan dinero». Es la demanda que realiza desde Novelda Enrique Sánchez, un joven agricultor de 35 años, mientras limpia unas cepas de uva de mesa preparándolas ya para el embolsado. Es el llamamiento que podría hacer cualquier productor español y alicantino, en este caso, para dar mayor visibilidad a los problemas que acucian al sector agrario y que le impiden mirar con mayor optimismo el futuro.

Las dificultades por las que atraviesa el campo provincial y autonómico no son nuevas, pero al persistir en el tiempo agravan la situación. Y pasan por la poca rentabilidad que obtienen los agricultores como consecuencia de los bajos precios, la progresiva reducción de la superficie cultivada y, de forma especial, por el envejecimiento de la población agraria, según vienen advirtiendo las organizaciones sectoriales. Obstáculos muchos de ellos que se derivan unos de otros y que configuran el escenario actual de la actividad agraria. En la Comunidad, el 61% de los 107.318 titulares de explotaciones son mayores de 60 años, mientras que sólo el 4% tiene menos de 40 años, según los últimos datos dados a conocer por la Unió de Llauradors. La falta de relevo generacional es uno de los mayores hándicaps con los que se enfrenta el sector de cara a su futuro, que también pasa por ganar en modernización y competitividad.

Enrique Sánchez es uno de esos más de 4.000 agricultores jóvenes de la Comunidad con menos de 40 años. Tiene 35 y gestiona 18 hectáreas de uva de mesa embolsada del Vinalopó -«parte mías y parte arrendadas»-, además de dedicarse a la apicultura.

De la Universidad al campo

Es hijo y nieto de agricultores, a quienes durante un tiempo ayudó en las tareas del campo. Pero desde «los 24 años optó por dedicarse a la agricultura profesionalmente, tras terminar los estudios». Según cuenta, estuvo dos años en la Universidad cursando Derecho, pero lo dejó. Decidió terminar su etapa de estudios y dedicarse de lleno al campo. Desde entonces, la uva de mesa y la apicultura copan su jornada de trabajo. «Y en la agricultura, los años son de doce meses, pero también de 24», ironiza, aludiendo, en general, al tiempo que transcurre «desde que se realizan las primeras siembras hasta que obtienes las primeras cosechas».

Además, incide en la incertidumbre con la que vive el agricultor: «Estoy criando la uva y no sé cómo se va a vender. Dependerá del mercado y de lo que entre de otros países. Yo sé mis gastos, pero no sé el precio al que voy a vender. Nosotros no lo ponemos», lamenta Enrique, quien explica con un ejemplo que, si su coste para producir un kilo de uva de mesa «es de un euro y lo vendo a 1,20 euros, ¿quién vive con un margen de 20 céntimos? ¿De dónde sacas para comprar la maquinaria, pagar el gasoil, el agua y los demás gastos?», se pregunta, al mismo tiempo que advierte de que «los precios son los mismos o han variado muy poco en los últimos 30 años». Recientemente, la Unió de Llauradors denunció que, en el caso de la fruta de verano, el precio en origen se había desplomado una media del 45% desde el inicio de campaña.

La máxima aspiración de los productores es «vender lo que cultivo a precios dignos y poder sobrevivir de mi explotación», resume Enrique. Pero con el panorama actual entiende que «la agricultura no sea atractiva para los jóvenes». Además, introduce una variante social sobre la que no se suele incidir, aunque los jóvenes la perciben. En opinión de Enrique, «el agricultor es menos valorado que otro trabajador que esté empleado en una fábrica». Pese a la plena dedicación y a las largas jornadas de trabajo en el bancal, Enrique no se arrepiente de su decisión. «Estoy contento», asegura, «porque me gusta. A quien quiera dedicarse a la agricultura debe gustarle. Le será más difícil a uno que empiece de cero, y que no sepa cómo funciona el campo». Aunque también ve algunas ventajas, «si hoy me tengo que ir a otro sitio y no vengo al campo, lo hago porque luego lo puedo compensar. Yo soy mi jefe».

Más ayudas para los jóvenes

Pero aun así, admite que «es complicado que un joven decida dedicarse al campo». Por ello, considera que la Administración debería potenciar las ayudas para que los jóvenes se incorporen al sector. «La Generalitat ya lo hace, pero habría que reforzarlas. Y, en general, tendría que haber subvenciones que apoyen al agricultor, por ejemplo, en la compra de maquinaria o implantar otras medidas como reducciones en el sistema de módulos, algún tipo de incentivo fiscal o no poner tantos impedimentos para la construcción de naves», enumera Enrique Sánchez. En este punto, el noveldense apunta la contribución que hace el sector agrario «en cuanto a que con nuestros cultivos también ayudamos a mantener el ecosistema».

Estos instrumentos que reclaman los productores significarían apoyos que les ayudarían a mejorar la rentabilidad y mantener una situación que «les permita continuar con su actividad y no abandonarla, así como impulsar la incorporación de profesionales que mantengan vivo el mundo rural de la Comunidad», según destacaba recientemente la Unió de Llauradors en la comisión de Agricultura de las Cortes Valencianas que analizaba el anteproyecto de Ley de Estructuras Agrarias. Pero, además, en la comisión, el secretario de la Unió, Ramón Mampel, advirtió a los diputados autonómicos de que los datos que arroja el campo de la Comunidad «son alarmantes. Y hay que reaccionar ya con instrumentos como esta ley».

La radiografía que expuso es que, en los últimos quince años, se ha perdido el 17% de la superficie agraria en la autonomía -de las 1.031.000 hectáreas se ha pasado a las 859.000- y un 27% de explotaciones agrarias -de 152.312 se ha bajado a 111.425-. «Pero lo más grave -dijo- es la pérdida de titulares de explotaciones, pues en los últimos años se han quedado por el camino 42.290, es decir, se ha producido un descenso del 28%, lo que evidencia un claro síntoma de envejecimiento de la población agraria», advirtió. En el caso de Alicante, la provincia ha perdido en nueve años -de 2007 a 2016, últimos datos disponibles- 5.211 explotaciones agrarias y un 32% de sus hectáreas cultivadas, al pasar de las 152.898 de 2007 a las 103.472 de hace dos años, según datos de la Unió.

Competitividad

La presión urbanística en el campo durante el «boom» del ladrillo y el impacto de la crisis han sido factores que han influido también en esta evolución a la baja de la tierra cultivada, sin olvidar la baja rentabilidad que obtienen los productores, siempre denunciada por el sector. Una circunstancia «que lastra la competitividad de las explotaciones», incide la Unió.

Ahora, con la recuperación económica, la superficie agrícola se recupera muy lentamente. Según los últimos datos facilitados por la Generalitat «el ritmo de pérdida de tierras de cultivo en la Comunidad se ha frenado en los últimos tres años». Las cifras de 2015, «reflejan ya un aumento de 1.812 hectáreas en los cultivos de regadío e incrementos en limonero y olivar», según la Conselleria de Agricultura, que subrayaba, además, que «la variación anual de hectáreas perdidas dedicadas a la agricultura es una de las mejores de la serie histórica, con un descenso de tan solo 1.975 hectáreas», de acuerdo con los datos del Informe Agrario Valenciano.

«¿El futuro? Un poco incierto, aunque no es imposible». Una frase que resume la percepción actual de los agricultores provinciales sobre la situación del campo, mezclada con la confianza en que en los próximos años se registre un punto de inflexión que cambie la tendencia.

La frase la pronunciaba José Manuel Pamies, un agricultor de la Vega Baja más veterano que el noveldense, ya que tiene 58 años y, aunque con más experiencia, coincide en el diagnóstico y las necesidades que tiene el sector. También considera que «uno de los caballos de batalla es el envejecimiento de la población agraria».

En unos años una parte de los productores que ahora rondan los 60 años, se jubilarán. Un momento siempre crítico de cara al futuro de las explotaciones, ya que, si no existe relevo generacional, «las propiedades se dividen. Habitualmente, unos las arriendan, por lo que la tierra se seguirá cultivando, y otros las venden, pero otros no toman ninguna de estas opciones y el campo queda abandonado», señala Pamies, que proviene, igualmente, de familia de agricultores y ganaderos. Este productor de limones y hortalizas insiste en que «las distintas administraciones deben implicarse con ayudas, con medidas, ofreciendo información o asesoramiento para que los jóvenes puedan ver un futuro en la agricultura», y plantea que los apoyos que se conceden a la primera instalación en la autonomía «se incrementen».

Atomización de las propiedades

Pamies cultiva en unas 10 hectáreas -situadas entre Callosa de Segura y Albatera- limones (tres variedades), además de hortalizas. La fragmentación de la propiedad es otro de los problemas ligados a la tierra. También Enrique Sánchez incidía en que el terreno de uva de mesa que cultiva y gestiona «está repartido por varios sitios en Novelda». La atomización de las propiedades y la combinación de trabajar campo propio y arrendado son dos de las características marcadas en cuanto a las estructuras agrarias, según señalaba Pamies, quien desde los 20 años se dio de alta como autónomo y empezó arrendando tierras, trabajando al mismo tiempo el campo familiar.

Esta distribución en pequeñas propiedades o superficies cultivadas también incide en los costes de producción. «Es la parte más importante porque hay pagar el agua de riego, en su caso, el fertilizante, el gasoil, la electricidad, la mano de obra para la poda. Y suma y sigue...», explicaba Pamies. Este productor detallaba que «si la explotación es pequeña, los costes aumentan más. Producir un kilo no vale lo mismo con media hectárea que con 20», sentenciaba.

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