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Socio de Pragma Business Consulting y Profesor FBS

Ahora no toca

En los primeros años de la crisis, Santiago, director de una multinacional española del sector consumo, que ya empezaba a tener grandes problemas financieros, recibió la llamada de un cazatalentos. La oferta que le hicieron consistía en dirigir una empresa el triple de grande, en un sector anticíclico, mejorar el sueldo, y, sobre todo, tener estabilidad laboral en una crisis que apuntaba maneras. La Primitiva, vamos. Pero dudaba. ¿Aceptar no significaría dejar a su suerte a su equipo, en medio de una situación económica complicada? Finalmente, rechazó la oferta. «Ahora no toca», pensó. Lopetegui no pensó de la misma manera.

En un artículo de Forbes, Greg Satell dice que una de las primeras cosas que se aprende como directivo es que el desempeño personal ya no importa, lo que importa es hacer que el equipo tenga éxito. Tuve un jefe que el día que me ascendió me dijo que no lo hacía por mis méritos, sino por los méritos de mi equipo. Y la clave para que un equipo tenga éxito es que confíe en su líder. Y una de las razones más importantes para generar confianza es la lealtad y el compromiso con ellos. La lealtad es una línea que también impacta en la cuenta de resultados: no se pueden tener clientes leales sin empleados leales. La lealtad del empleado es evidente para sus clientes. No hay forma de evitarlo. La definición de lealtad de Fred Reichheld en su libro The Loyalty Effect es la siguiente: la voluntad de hacer una inversión o sacrificio personal para fortalecer una relación.

La lealtad a una empresa -o a un equipo- no significa longevidad en el puesto. Son cosas diferentes. Usted puede ir al mismo restaurante a comer durante años, aunque la comida sea deficiente; pero el día que abran otro restaurante al lado agur al de siempre. No era lealtad, sino longevidad, porque no tenía oportunidad de elegir. Lo mismo sucede en la empresa. El hecho de que alguien haya trabajado para su organización durante veinte años no significa necesariamente que sea leal. Tal vez no está contento, pero no tiene ganas o posibilidad de buscar otro trabajo.

No tiene nada de malo cambiar de empresa para mejorar profesionalmente. Lo que sucede es que es hay que pensar si es el momento correcto. Los trenes siempre pasan. Y a quien le entran los nervios, y se sube en el primero que pasa, dejando a su equipo en el andén, se le ha terminado la carrera profesional: Roma no paga traidores.

Por rematar la historia de Santi, sólo un mes después de haber rechazado la oferta, le despidieron. Sí. Tuvo que empezar desde cero. Pero la historia se repite: lo llamaron de nuevo hace unos meses de otra firma de cazatalentos, para que se incorporara como socio en una consultora Big Four, justo en el momento que estaba comprometido en un proyecto de una empresa que andaba en dificultades. ¿Cómo dejar tirados a los empleados sin haber resuelto antes el problema? «Ahora tampoco toca», pensó. Y dijo que no. Y van dos. Por cierto, que la empresa que rechazó Santi en los inicios de la crisis fue adquirida dos años después por Mercadona, y el director general fue despedido. Si es que nunca se sabe.

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