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Ni un ápice de culpa

Es indignante que en este país, nadie de los que han sido juzgados y condenados o de los que se encuentran en situación de investigados por causas delictivas y que atentan contra la sociedad, sienta la menor vergüenza por el daño causado, pida perdón, o tenga escrúpulos

El expresidente Camps, durante su comparecencia en las Cortes Valencianas esta semana. efe

Las noticias de corrupción que cada semana inundan los medios hace tiempo que colmaron el vaso del hastío. Alarmarían e indignarían en otros países, provocarían asunción de responsabilidades, causarían dimisiones en cadena y llevarían al desprecio social hacia los causantes. Aquí no; aquí, cuando mucho pasa, poco o nada les pasa a los responsables. Y cuanto más público es el personaje, más es el público que los vitorea, que los apoya, que los aplaude, aún cuando las pruebas encontradas por la policía y por la justicia sean determinantes.

Nos hemos acostumbrado a vivir rodeados de corrupción, del fraude, de las irresponsabilidades cometidas por las élites, por quienes nos gobiernan, aunque sean incapaces de gobernarse a sí mismos, a sus familias, a sus partidos, y a las instituciones, porque son reos de sus espurias ambiciones; en el mejor de los casos, de su ineptitud.

Tampoco los organismos internacionales saben reconocer sus responsabilidades. Por ejemplo, desde los inicios de la crisis, se ha forzado a los países en apuros del sur de Europa a excesivos esfuerzos de austeridad, bajo la presión de la señora Merkel, de Alemania. Hemos repetido hasta la saciedad en estas páginas y en otros lugares, nuestro desacuerdo con la rigidez de los ajustes y la cortedad del plazo para lograr la consolidación fiscal. Hemos visto la necesidad de afrontar de modo más flexible, que no débil, el problema, al modo con que lo hacía EE UU. El paso del tiempo ha demostrado que la mejoría ha sido muy débil, que es insignificante la recuperación del empleo, que seguimos lejos del equilibrio fiscal. Y ello, pese a endeudarnos como jamás en la historia, superando el 100% del PIB y el billón de euros, pese a los vientos de cola que nos han impulsado, al sacrificio de nuestro bienestar social y a haber agrandado las desigualdades sociales. Hace algún tiempo que el FMI, el BCE, la OCDE, y otras instituciones económicas, han reconocido el error de tratamiento y piden un cambio de rumbo a Bruselas para acabar con el estancamiento en la UE, pero nadie quiere reconocer sus errores.

¿Alguien cree que Alemania, Holanda, Austria y otros países del club de los desmedidos recortes se sienten culpables por hacernos padecer ocho años de sacrificios sin salir del estancamiento, y por seguir con más de un 20% de paro? ¿No les ha bastado ver los aciertos de EE UU para salir de la Gran Recesión en apenas cuatro años gracias a sus políticas expansivas? Los alemanes no se avergüenzan de alcanzar un 8% del PIB como superávit comercial, y seguir remisos a elevar su demanda e invertir más en auxilio de sus socios europeos. Al contrario, aún le reprochan a Draghi la política financiera del BCE, su apoyo incondicional al euro. Y llevan al Eurobanco ante el Tribunal Constitucional por entender que se excede en la compras de deuda, sin valorar esta medida como básica en la lucha contra la deflación, en impulsar la demanda. Todo antes de cambiar un tratamiento, que, sin embargo, no quisieron que se les aplicara a ellos y a Francia cuando en el pasado incumplieron las reglas del equilibrio fiscal, que hoy tanto dogmatizan.

El Juicio por incumplimiento

La Comisión Europea ha aplazado hasta el mes de julio, pasadas las elecciones, sus posible sanción a España por incumplir el compromiso de reducir el déficit al 4,2% en 2015. Eso sí, exige nuevos recortes y ajustes por 8.000 millones de euros entre este año y el 2017, mientras Rajoy, inmerso ya en su campaña, declaraba imprudentemente al Times que bajará los impuestos tras las elecciones, algo que en Bruselas desagrada porque los indicadores de España no dan margen a frivolidades y, por el contrario, sí exigen que se suban los impuestos a los sectores y a los contribuyentes que ajenos a la elevada presión fiscal recayente sobre el trabajo, disfrutan de la levedad impositiva que gozan otras clases de rentas y plusvalías.

Sempiterna corrupción

Más allá de las relaciones con Europa, los Papeles de Panamá siguen destapando escándalos nacionales, pero, ¿alguien ha oído a alguno de los protagonistas confesar su responsabilidad? Todo esto huele a olla podrida; incluso, aunque Pedro Almodóvar dijera que su ignorancia no es una excusa, añadir después, que no siente un ápice de culpa, y quejarse de los medios, alegando que él y su hermano han interpretado sólo un papel de meros figurantes, y no de protagonistas en esta película del fraude, resulta de un cinismo apabullante.

¿No es menos indecente que los protagonistas principales de Cuéntame cómo pasó, nos cuenten milongas y que RTVE salga en auxilio de mantener a los progenitores de la familia seriada porque la productora Ganga no está siendo investigada y porque tiene altos índices de audiencia, en vez de proceder con ejemplaridad y suspender nuevas grabaciones y contratos, porque es prioritaria la ejemplaridad en un país como el nuestro en el que la moralidad fiscal es papel mojado?.

¿No debería de sentir sonrojo y vergüenza el expresidente Francisco Camps por sus declaraciones a la comisión de investigación de las Cortes Valencianas, al negar que hubiera maltratado a las víctimas y familiares del accidente del Metro en Valencia, afirmando haberse puesto a disposición de ellas, mientras corroboraba que «hay algunos medios de comunicación que no lee nunca»? Durante diez largos años, se han cansado de pedir que recibiera a los afectados, que diera la cara, que asumiera responsabilidades; pero tanto él, como Cotino y muchos más del irresponsable Gobierno que nos llevó a la bancarrota, estaban en otro mundo: montando en bólidos de la F-1, preparando las visitas del Papa e integrando a la Comunidad en costosos eventos, cuando no estrechando la mano del yerno del anterior Rey; todo antes que administrar bien el dinero de los contribuyentes y satisfacer las necesidades básicas en vez de en complacer su elefantino ego.

Añádansele a la semana las declaraciones del arrepentido de la Púnica, David Marjaliza, los sobornos a regidores y concejales en la Comunidad de Madrid, los detalles sobre el escenario de corrupción, las formas de exigir y llevarse el dinero, y siempre, siempre, encontrarán las palabras de desconocimiento e ignorancia, la confesada bondad de quienes participaron en una trama que salpica a altos cargos, a Esperanza Aguirre, Cristina Cifuentes, al socialista Tomás Gómez, y un largo etcétera, sin que nadie confiese su culpa, su pesar, su arrepentimiento. Sin que nadie pida perdón a los millones de damnificados por tanto latrocinio: los contribuyentes. A éstos, sólo se les quiere complacer diciéndoles que se les bajarán los impuestos: ¡mentira!

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