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Revitalizar Europa

Revitalizar Europa

Es, pues, un buen momento para reflexionar sobre el estado de la cuestión. Mi conclusión es bastante deprimente.

La UE, y particularmente la zona euro, desde que se iniciara la crisis financiera internacional, vive en una sucesión de vicisitudes: a aquella siguió la crisis del euro, consecuencia de la quiebra griega y de la incapacidad para dar una solución rápida a un problema relativamente menor -hoy todavía no podemos darla por finalizada-. Desde hace unos meses sufrimos la llamada crisis de los refugiados, que está convirtiendo en irreconocibles a unos estados democráticos y supuestamente solidarios, que mantienen posturas vergonzosas. Por si faltaba algo, el mes próximo nos enfrentamos a un referéndum en Reino Unido, para que los británicos decidan si quieren continuar -«molestando»- dentro de la Unión, o si prefieren salir, lo que ocasionaría una problemática mucho mayor, con elevados costes, fundamentalmente para el propio Reino Unido, pero también para el resto de Europa, y que podría dar más alas a los nacionalistas euroescépticos.

Creo que podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, que en la mayoría de los estados miembros de la UE se ha instalado una profunda decepción y desconfianza hacia las instituciones europeas, lo que alimenta el resurgimiento de las ideas y de los partidos políticos nacionalistas, y el debilitamiento del concepto fuerza original: la solidaridad entre los pueblos de Europa. Esta crisis en ciernes -la renacionalización- es la más peligrosa de todas, porque podría conducirnos a la desintegración y, de nuevo, a los enfrentamientos internos.

La cuestión es, ¿qué están haciendo los líderes europeos ante esta situación? A lo largo de la crisis -y fundamentalmente como respuesta a la misma- se han concentrado en intentar gestionarla, con una orientación germana: transformar la UE mediante un aumento de la competitividad exterior de nuestras economías, para convertirla en una área impulsada por las exportaciones. No es que exportar mucho sea malo, pero en lo esencial, esa estrategia está equivocada. En su lugar, lo que resulta necesario es desarrollar una nueva visión de una Europa cada vez más unida, y diseñar una estrategia para alcanzar dicho objetivo.

La gestión estratégica de una Europa como la que concibieron, en los primeros pasos de la Unión, un conjunto de líderes visionarios, requiere adquirir compromisos y ello, sin duda, tiene riesgos políticos. Quizá, en ausencia de mejores ideas, los Estados miembros se han concentrado, sin mucho éxito, en luchar contra la crisis económica. Esta postura, en el fondo, es cobarde, pero, además, tiene otro tipo de costes, porque un ente político que solamente se activa para luchar contra la crisis, sin conseguir sacarnos de ella, ofrece una imagen de absoluta incompetencia, por lo que, difícilmente, puede generar confianza entre la ciudadanía.

Si la UE pierde su idea primigenia y subyacente, y la está perdiendo, los ciudadanos abandonarán totalmente el compromiso con el proyecto europeo y la Unión caminará hacia su fin en un camino largo y tortuoso.

El proyecto no puede seguir de esta forma; ya no es suficiente con una política de pequeños pasos. Necesitamos una visión renovada de Europa y una política eficaz para hacer frente a las crisis que sufre, porque de lo contrario los nacionalismos continuarán ganando fortaleza y pondrán en peligro un proyecto de integración basado en la paz y en el estado de derecho.

Alemania está en condiciones de liderar, mediante un acuerdo poderoso con el resto de los países de la zona euro, un compromiso renovado que, en la práctica, significaría reformarla sobre la base de una mayor integración política. Debería hacerlo. Ese mismo compromiso serviría para superar también otras crisis, como la de los refugiados. Pero es imprescindible un liderazgo político efectivo.

Sin embargo, en lugar de todo ello, nos encontramos con una sucesión de graves errores que defraudan la confianza ciudadana.

Un ejemplo más, ha sido la confirmación de cuán errónea es, en los términos planteados, la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (TTIP por sus siglas en inglés). La Comisión Europea ha sostenido siempre que el acuerdo, que está negociándose con EE UU desde 2013, tiene por objeto generar empleo y crecimiento en toda la UE, ayudando a las personas a través de una reducción de los precios y una ampliación de las posibilidades de elección, al tiempo que favorece a las empresas, al reducir la burocracia a la que se enfrentan para poder exportar a EE UU.

Lo cierto es que a pesar de tratarse de un acuerdo «comercial», su contenido trata poco sobre comercio, lo que tiene una cierta lógica, ya que los aranceles actuales entre EE UU y Europa ya son muy bajos -la media está entre el 2 y el 3 por ciento-. Más bien trata sobre otros asuntos, como desmantelar las regulaciones europeas que protegen a los consumidores, en materias como la agricultura, la seguridad alimentaria, o los servicios financieros, entre otros.

La Comisión ha estado acusando a los críticos con el TTIP de alarmistas, pero lo cierto es que las negociaciones se han venido desarrollando en el más absoluto de los secretos. Sin embargo, a principios de este mes de mayo se ha producido una filtración muy importante, y Greenpeace Holanda ha sacado a la luz un gran volumen de textos secretos de la negociación, que nos ofrecen una visión sobre su contenido, poniendo en evidencia que las organizaciones civiles que han venido oponiéndose al tratado lo hacían con argumentos válidos.

¿Se puede construir una Europa unida y fuerte, en la que crean los ciudadanos, con semejantes métodos de trabajo? La Comisión está cada día más desacreditada, su legitimidad democrática, que lo es conforme a los tratados, está en cuestión, y genera suspicacias en el proyecto que supuestamente dirige.

Revitalizar Europa requiere poner en marcha proyectos comprometidos y atractivos, asumiendo los riesgos políticos que sean necesarios. Solamente de esta forma se podrá recobrar la ilusión de la ciudadanía europea.

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