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Coyuntura

China se pone a temblar

La reacción defensiva frente a la crisis de 2008 y la necesidad de un cambio de modelo llevaron a Pekín a alimentar cuatro burbujas sucesivas y enlazadas

China se pone a temblar WU HONG

Tres de los factores más decisivos en la gestación de la actual crisis internacional procedieron en buena medida de China: los insostenibles desequilibrios exteriores entre países (el fabuloso superávit externo de su economía), la afluencia masiva a los países avanzados de flujos financieros que espolearon el crédito barato y los desorbitados endeudamientos privados, y la creciente competencia internacional de salarios y bienes baratos que amortiguaron la inflación y favorecieron los bajos tipos de interés y la consiguiente formación de «burbujas» especulativas. Las medidas adoptadas por Pekín a partir de 2008 para protegerse de la crisis internacional alimentaron sus propias «burbujas», y ahora el miedo a su estallido y a la inestabilidad china está golpeando al resto del mundo. Hay veces que la economía es una pescadilla que se muerde la cola.

Estímulo expansivo. Con una economía volcada hacia la exportación de manufacturas baratas como vía fundamental de crecimiento desde la reforma del régimen comunista de 1978, y sobre todo desde su entrada en la Organización Mundial de Comercio en 2001, China se asustó cuando sus dos principales mercados (EE UU y la UE) entraron en recesión en 2008. El PIB chino había progresado en 2007 el 14,2% y el país necesitaba seguir creciendo a tasas muy elevadas para sostener su inmensa maquinaria productiva. Para frenar el contagio, Pekín emprendió un plan de estímulo con la inyección de 4 billones de yuanes (unos 480.000 millones de euros).

Agotamiento del modelo. La crisis internacional de 2008 y el desplome de la demanda global anticipó la evidencia para las autoridades chinas de que el modelo mercantilista, basado en el crecimiento raudo y acumulativo de las exportaciones, está condenado al agotamiento. Si cualquier patrón de expansión desequilibrado no puede prolongarse de forma indefinida, mucho más cierto lo es en un país de colosales dimensiones. El planeta es un mercado demasiado pequeño para que un país como China pueda garantizar cotas elevadas de prosperidad y de renta para sus 1.357 millones de habitantes fiándolo todo a la exportación. De no recurrir a otros factores de impulso adicionales, los crecimientos vertiginosos de PIB son cada vez más difíciles de sostener a medida que su economía se expansiona. Y una economía intensiva en inversión como la china (48% del PIB) es rehén de los inexorables rendimientos decrecientes de los factores de producción, según la teoría económica y la evidencia empírica: cada unidad adicional de inversión rendirá un aumento del PIB cada vez menor. La pujante evolución del país tras 30 años de crecimiento supuso a su vez una gradual pérdida de competitividad. También de productividad.

La inflación derivada del hecho mismo del desarrollo nacional, la generada por la acumulación fastuosa de reservas de divisas a resultas de los enormes superávits externos y la causada por los aumentos salariales (por las demandas de mejoras de los trabajadores y por la escasez incipiente de mano de obra a causa de la política de control de natalidad vigente desde 1978) favoreció la deslocalización de industrias y fases productivas de China a otras economías asiáticas con un estadio de desarrollo más tardío y menores costes. Pekín entendió que podía caer en la llamada trampa de los ingresos medios, emparedado entre las economías que producen bienes de alto valor añadido y el acoso de países de más reciente industrialización y con costes aún más bajos

Si la crisis de 2008 en EE UU, UE y Japón fue un aviso para China, la política de austeridad impuesta en 2010, sobre todo Europa, aún lo fue más. La UE entró en la segunda recesión y la demanda europea volvió a reducirse. China se encontró con dos factores que cuestionaban su modelo: menos capacidad exportadora -y por lo tanto menos acumulación de divisas- y también una política de contención de los déficits públicos y de desapalancamiento generalizados, lo que suponía que en el futuro el país tendría menos activos nominados en dólares y euros en lo que pudiera invertir sus excedentes como mecanismo de reciclaje de sus enormes reservas (el equivalente a 3,2 billones de euros) para perpetuar el yuan barato. Las presiones internacionales en los primeros años de la crisis y la necesidad de controlar su inflación indujeron a las autoridades a tolerar la apreciación de su moneda. Esto favoreció la nueva ofensiva china: comprar empresas, fuentes de materias primas e infraestructuras en el exterior a la vez que el país ponía en marcha su gran reforma.

Demanda interna. En 2011 se constataron síntomas de desaceleración progresiva en China por el debilitamiento de los efectos del plan de estímulo de 2008 y por las políticas de austeridad adoptadas en Europa en 2010. El comité central del Partido Comunista Chino anunció en 2011 el comienzo de un gradual cambio de modelo económico para, sin renunciar a la capacidad exportadora (de la que el país no puede ni debe prescindir), evolucionar hacia una composición más compensada de los motores de crecimiento, equilibrando la demanda externa con más demanda interna, la inversión con más consumo y el crecimiento cuantitativo con el progreso cualitativo. China tiene un inmenso mercado interno por explotar con un potencial de más de 1.357 millones de consumidores nacionales a los que abastecer.

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