Parece mentira, pero no lo es. Cuatro años después del inicio de la Gran Recesión, que tuvo su punto culminante en septiembre de 2008 con la quiebra de Lehman Brothers, los mercados financieros se encuentran prácticamente cerrados de nuevo, la liquidez brilla por su ausencia, los bancos centrales se ven obligados a intervenir conjuntamente y vuelven a ser necesarios los planes de recapitalización de las entidades bancarias. Es como si todos los sacrificios de los últimos años no hubieran servido para nada, con el agravante de que las fuerzas para hacer frente a esta recaída son pocas. Y el ánimo escaso.

El director del Observatorio de Coyuntura Económica Internacional (OCEI) de la Universitat de València, Vicente Pallardó, resume la situación actual de la siguiente forma: "Al principio de la crisis, fueron los bancos los que arrastraron a los gobiernos y ahora está siendo al revés". Si entonces fueron las hipotecas basura las que colapsaron el sistema financiero y obligaron a los Estados a inyectar enormes sumas de dinero en sus bancos, ahora es la crisis de la deuda soberana iniciada en Grecia, que se ha extendido a los llamados países periféricos de la eurozona (Irlanda, Portugal, España, Italia) y que, debido a la división europea, está poniendo en serio peligro a la moneda única. Esos países periféricos -por despilfarro, incapacidad para el ahorro o por una política fiscal más que laxa, según los casos- recurrieron para financiarse a entidades extranjeras, sobre todo los bancos franceses y alemanes, que obtuvieron grandes ganancias con este negocio. Pero la crisis llegó y empezó a retratar los excesos de cada cual. El déficit y la deuda públicos comenzaron a dispararse hasta que algunos países, empezando por Grecia, levantaron la mano para decir que no generaban ingresos suficientes para pagar, que los bancos y fondos de inversión les exigían tipos de interés inasumibles y que si los socios ricos de la eurozona no les echaban un cable iban a tener muchos problemas.

Planes de rescate

Llegaron los planes de rescate. Primero a Grecia, luego a Irlanda, finalmente a Portugal, pero no se ha podido contener el contagio. España sigue sufriendo la presión. Italia ha ocupado ya su lugar como cuarto damnificado. Bélgica lidera el pelotón de llegada. Pallardó comparte el criterio de que la eurozona no supo acotar el problema heleno y ha permitido, así, la expansión de la crisis a países que, por unas causas u otras, ahora no están "para recibir esa presión, como España, Irlanda o Italia", pero también destaca que los griegos "no están cumpliendo su parte de los compromisos para aplicar los planes de rescate". A modo de ejemplo, explica que la recaudación fiscal en el país está por debajo de lo previsto.

En cualquier caso, los mercados dan casi por hecho que Grecia acabará en la suspensión de pagos y existe el temor a que detrás de ese país vaya otro. El sistema se ha infectado tanto, apunta Pallardó, que hasta los bancos nórdicos, ajenos al problema de la deuda, lo están padeciendo. Todo este cúmulo de circunstancias es el que está provocando el encarecimiento de la deuda de países como España, pero también la extrema debilidad que atraviesan las principales entidades financieras del continente por su exposición a la deuda de los países periféricos.

Si en 2007 el mercado interbancario se cerró porque las entidades recelaban las unas de las otras sobre el volumen de hipotecas basura que tendría cada una en sus balances, la situación se está repitiendo ahora con la deuda soberana, porque la posibilidad de un impago griego conlleva indiscutiblemente una quita en la deuda (se habla ya de un 50%) y un deterioro considerable para los prestamistas.

Desconfianza

Así las cosas, en estos momentos los mercados financieros están prácticamente cerrados. Las diversas fuentes consultadas en entidades bancarias aseguran que la situación no es tan grave como la que arrancó con la quiebra de Lehman, pero se aproxima mucho. La desconfianza entre los bancos es total y el interbancario -donde se prestan unos a otros- ha bajado la persiana hasta nuevo aviso. Las emisiones de bonos, cédulas, titulizaciones y otro tipo de instrumentos tendentes a obtener liquidez son cosa del pasado, incluso para entidades del tamaño del Santander. Apenas quedan las subastas de liquidez del BCE y las operaciones con cámaras de compensación avaladas por el Estado.

Como la banca teme que esas escasas vías de liquidez también pongan la señal de no pasar y tienen, en el caso español, que hacer frente en los próximos ejercicios a vencimientos de deuda muy voluminosos, las entidades se han lanzado a una guerra por el pasivo sin cuartel, que amenaza con llevar a la ruina a muchas pequeñas firmas y puede que a alguna de mayor tamaño. Como aseguraba una fuente procedente de una de las primeras, los grandes bancos -pese a las recientes penalizaciones del Banco de España- están ofertando tipos de interés del 4% o el 5% a quienes ingresen sus ahorros procedentes de la competencia. Los usuarios se están beneficiando, pero si esta tendencia se mantiene en el tiempo puede ser sangrante para las entidades.

Tal es la situación, que una de las fuentes consultadas asegura que no sería de extrañar que en breve alguna pequeña entidad empiece a tener problemas hasta para pagar nóminas. Pero aunque la rentabilidad futura y la eficiencia salten por los aires, la necesidad de cumplir como sea con los mercados es mucho mayor, hasta el punto de que las entidades han reactivado fórmulas como las emisiones de pagarés en su red de sucursales para sortear la sequía en el mercado mayorista de deuda y la penalización a los superdepósitos implantada por el Banco de España.

Así las cosas, la impresión es que el sistema financiero vive en la más pura endogamia, dedicados a salvarse y ajenos a su cometido. Empresarios y consumidores llevan tiempo denunciando el cierre del grifo del dinero por parte de la banca. Y esta responde, como afirmaba una de las fuentes consultadas, que el problema es que no hay "demanda de crédito solvente".

Malos augurios

Sin embargo, si la situación actual de la liquidez es ciertamente mala, aún puede empeorar. El Ecofín del pasado fin de semana dio un plazo de nueve meses a la banca de la eurozona para que se recapitalice. Como explica Pallardó, se trata de acelerar las exigencias de capital contempladas en las normas contables de Basilea III que deben estar aplicadas en 2019. El gran enigma es cómo se compagina esa aceleración del plan de recapitalización con la necesidad de no cerrar el crédito, dado que, cuanto más capital se exija, menos disposición tendrán las entidades a prestar.

Pallardó cree que ese plan va demasiado rápido, especialmente si el problema se circunscribe solo a Grecia, que los ratios de capital están por encima de los que había antes de la crisis y recuerda que si el dinero no fluye será "imposible que nos recuperemos". Por contra, no falta quien afirma que nueve meses es demasiado tiempo para sortear el abismo con éxito.