Alemania tenía un candidato natural para suceder a Trichet: era Axel Weber, el presidente del Bundesbank. Weber era la gran esperanza alemana para hacerse con la presidencia del eurobanco. Y nadie parecía discutirle su idoneidad como sucesor. Pero Weber, considerado como un "halcón", es decir, como un implacable vigilante del rigor y disciplina monetarios, y como un defensor estricto del mandato fundacional del BCE -que reserva al eurobanco, a diferencia de lo que ocurre con la Reserva Federal de EE UU, el exclusivo papel de garante máximo de la estabilidad de precios y del control de las tensiones inflacionistas, al margen de su efecto sobre el crecimiento y el impulso económicos- renunció en febrero y se descartó.

Con este gesto, Axel Weber escenificó de forma pública su rechazo radical a la fortísima presión que los Estados de la Unión, bajo la amenaza en la nuca de los mercados, ejercieron sobre el BCE para que éste se olvidara de sus estrictas obligaciones antiinflacionarias y acudiera en auxilio del sistema financiero y de las economías más débiles del euro, inyectando liquidez sin límites a la banca y comprando deuda de los países más cuestionados para frenar la escalada infernal de sus primas de riesgo.

La renuncia de Weber quebró por sorpresa los planes de Merkel y la canciller reaccionó con un enorme enojo: le exigió a Weber que dimitiera al frente del Bundesbank un año antes de agotar su mandato. Ayer fue efectivo el nombramiento de Jens Weidmann, quien ya releva a Weber en la presidencia del banco central germano.

La renuncia de Weber dejó un vacío en la carrera sucesoria del BCE que varios países aprovecharon para colar apresuradamente el nombre del italiano Draghi antes de que Merkel pudiera hacer una nueva propuesta.