Escondido en una buhardilla de Madrid durante la Guerra Civil por temor a que el bando nacional le hiciera pagar con la vida haber toreado para comunistas y anarquistas, Francisco Cano abrazó enseguida el franquismo. «Yo estuve esperando a que entrara Franco. Cuando Franco entró, salí yo. Yo era más de Franco que nadie, y tengo que darle las gracias de que si vivo es por él. A mí fueron a buscarme y me escapé. Ojalá viviera Franco ahora, no habría tantos rateros. Yo cojo un mapa de España y le pongo de nombre «fábrica de chorizos».

A muchos de sus amigos los ha visto morir en el ruedo, y aunque admite haber llevado una plácida vida, reconoce sin tapujos que ha llorado mucho.

«No me da vergüenza decirlo: he llorado. Me metía a la enfermería a llorar porque muchos de los toreros a los que he visto morir eran amigos míos. No me da vergüenza».