Mi pianista favorito, el cubano Roberto Fonseca, compuso hace unos años un tema llamado «Lo que me hace vivir». Como es una pieza instrumental, se me ocurrió escribir una letra a partir de la melodía principal y hacérsela llegar en alguno de sus conciertos (espóiler: la escribí, se la di y le gustó mucho). Aquello no fue tarea fácil. ¿De qué podría hablar la canción? ¿Qué es lo que nos hace vivir? Antropología, Psicología, Biología, Filosofía y muchas otras disciplinas se han hecho esta pregunta. Y parece haber cierto consenso en que son las emociones básicas las que juegan un papel fundamental en nuestra especie. No es la razón la que regula nuestra vida ni nuestra supervivencia como raza humana, sino algo mucho más profundo, singularmente primitivo, anterior al raciocinio y arraigado instintivamente en nosotros: el sistema límbico, también llamado «cerebro emocional». Nuestra esencia no es el Sapiens: se puede vivir sin razón (o contra ella, como diría Unamuno), pero no sin emoción. O más bien, sin emociones. Hay distintas teorías sobre cuántas y cuáles son las emociones que mueven el mundo, pero todas coinciden en, al menos, cuatro: felicidad, tristeza, ira y miedo. Es lo que nos hace vivir.

Los aficionados del Lucentum hemos experimentado todas ellas, con mucha intensidad: la felicidad de disfrutar con las victorias de nuestro equipo; la tristeza de ver marchar a jugadores que aprecias; la ira del descenso a los infiernos y el miedo a la desaparición del club. A veces aparecen juntas no en el curso de una o dos temporadas, sino en un mismo partido, en apenas cuarenta minutos: miedo a la derrota, ira cuando se pierde la bola o se fallan los tiros, tristeza si se ha luchado a muerte y no ha habido éxito y felicidad cuando todo funciona y llegan los triunfos deportivos. Sobre esas emociones, a partir de nuestra experiencia, dicen los expertos que se desarrollan los sentimientos. Y esta temporada, las emociones generadas en el Pedro Ferrándiz y en toda aquella cancha en que ha competido el HLA Alicante han dado lugar a un sentimiento reconocible, definitorio de lo que siente esta afición por su club. Las emociones son fugaces, pero los sentimientos se construyen con el trabajo, el sacrificio y el rendimiento de una plantilla y un cuerpo técnico que han dado lo mejor de sí mismos para colocar al equipo en puestos de ensueño en la clasificación de la LEB Oro.

No es casualidad, entonces, que algunos fans hayan empezado a usar la etiqueta #Lucentumlovers al escribir en sus redes sociales. Nos engancha la táctica, nos fascina el acierto, pero hay algo más que no podemos describir con palabras. Es una conexión muy profunda, emocional. Con razón, sin razón o contra ella, el Lucentum nos da mucho más que baloncesto. Y es eso que nos hace vivir.

Feliz San Valentín, lucentinos.