Cuenta la leyenda bíblica que unos magos de Oriente, buscando un rey al que adorar y a quien ofrecer presentes, se llegaron a Jerusalén guiados por una brillante estrella. Así fue como reza la historia que hallaron el portal de Belén con María, José y el Niño. Dos mil años después, seguimos rememorando aquella noche en que unos magos vienen a traernos regalos. Una noche de sueños sin sueño, de nervios, de cosquilleo en el estómago. La noche de la ilusión. A veces estos magos llegan en camello, rodeados de pajes, como ocurre en Alcoy, en la cabalgata más antigua del mundo. Otras veces se asoman en helicóptero, a caballo o simplemente a pie. A plena luz del día o en la oscuridad de la noche. Pero hay otros magos que, sin llamarse Melchor, Gaspar o Baltasar, sin venir de Oriente y sin ostentar grandes ropajes, traen regalos a niños y mayores. Son magos de un balón, con permiso de Oliver y Benji. Son más de tres (el número no viene especificado en la Biblia, ni tampoco el nombre, el origen o el sexo; ni siquiera se dice que fueran reyes); y su magia es muy especial: pases imposibles por la espalda o de campo a campo; tiros de tres en el aire y sin mirar; saltos increíbles en férreas defensas con tapones que quitan el sentío; espectaculares mates y alley oops que ponen en pie a tres mil personas de golpe. Guiados por la buena estrella de Pedro Rivero hacia el objetivo de la victoria, en el camino les acompaña un enorme séquito de ángeles que no dejan de cantar y animar. Traen la ilusión del esfuerzo, la superación, la valentía de reponerse de una dura derrota para retornar a la senda del triunfo. Hablan distintas lenguas, son de distintas razas, pero les une una misma misión: conseguir que cada día de partido sea la noche de la ilusión.

Los Magos del Lucentum les esperan hoy en el Pedro Ferrándiz. Saben perfectamente qué piden los aficionados en sus cartas a los Reyes: lucha, entrega, pasión. No bajar los brazos nunca. Pelear cada balón. Dejarse la piel en la pista. Rugir con cada canasta. Sufrir con cada envite. Dar hasta la última gota de sangre. Ganar, ganar y ganar, como dijo un sabio.

Esta noche nos encomendamos a la grandeza de nuestros particulares Melchor, Gaspar y Baltasar en el asalto contra Huesca. Pero no esperen incienso o mirra, ni por supuesto, carbón. El gran regalo, ese por el que hemos suspirado desde hace años, ya nos llegó por adelantado. El oro vino en mayo para que podamos disfrutarlo una jornada más en otra noche de la ilusión.

(*) Mar Galindo es profesora de la Universidad de Alicante.