Domingo 23 de febrero de 1986, última etapa de la Volta a la Comunitat Valenciana. Jesús Blanco Villar es el líder virtual. Sólo dos segundos le separan del segundo clasificado, el pentacampeón del Tour de Francia Bernard Hinault, pero la ley no escrita del ciclismo deja entrever que el español del Teka será el ganador de la prueba.

La ciudad de Valencia, por la que discurrirá el pelotón durante 60 kilómetros, amanece de nuevo con viento, incomodidad que ha acompañado a la ronda desde su inicio en Denia.

«Si no le pasa nada, Blanco tiene la ronda en el bolsillo», confiesa Javier Mínguez, director del Zor, poco antes de que arranquen las 30 vueltas al circuito urbano valenciano. Una premonición nefasta.

El gallego Blanco Villar era uno de los ciclistas más incipientes del panorama nacional y había ganado la edición de la Volta a la Comunitat en 1985. Aquel año se había ganado el título oficioso de campeón de España porque también había vencido la Volta a Galicia, la Vuelta a Castilla y León y la de Asturias, más varias etapas.

En la tercera etapa de la Volta a la Comunitat de 1986, disputada entre Massamagrell y Montanejos, se enfundó el maillot de líder con el que atravesaría la línea de meta en Valencia el domingo 23 de febrero. En esa tercera etapa también se colocó Hinault segundo y así terminaría la edición.

La última jornada de la Volta, fatídica para Blanco Villar, había transcurrido con relativa normalidad para él. El Teka, dirigido por González Linares, había controlado las escaramuzas hasta la vuelta 27. Entonces apareció el infortunio.

Un golpe de viento arrastra una bolsa de plástico que sobrevuela al pelotón con tan mala suerte que se engancha en la cadena de Blanco Villar y, poco después, en el cambio de marchas. El gallego avisa raudo a su compañero Fede Etxabe para cambiar la bicicleta. Ambos se detienen y el pelotón, con ritmo alto, se aleja sin haberse enterado del suceso. Blanco aprieta y a González Linares le entran los nervios.

«El reglamento está para algo»

El director del Teka se sitúa a la izquierda del ciclista y le ordena que se agarre a la ventanilla del coche. Acelerón de más de 100 metros y Blanco, de nuevo entre el pelotón. Un movimiento fugaz, casi instintivo, pero insuficiente para pasar desapercibido para árbitros, espectadores y otros directores. Müller gana la última etapa y Blanco, la Volta. Lo celebra y hasta hace declaraciones como tal. Hasta que el catalán Casademont, jefe de los árbitros, irrumpe en la celebración: «El número uno no ha ganado la Vuelta». El castigo: cinco segundos de penalización a Blanco que le sirven en bandeja el título a Hinault.

Blanco rompió a llorar y ya no volvió a ganar ninguna ronda más, a excepción de alguna que otra etapa. Entre lágrimas, le dice a Hinault: «Sabes que el ganador soy yo».

Hinault, que se había negado antes a subir al podio, reconocía, una vez sabido ganador, que el «reglamento está para algo». Ese 1986, el año de su despedida como profesional, no podría levantar su sexto Tour y quedó segundo, tras el estadounidense LeMond.

Así inscribió el Caimán, uno de los ciclistas más grandes de todos los tiempos, su nombre en una Volta a la Comunitat que ayer cerró su 70ª edición.