La entrada en la final de Gareth Bale, con una chilena de ensueño en el primero de su dos tantos, impulsó la leyenda del rey de Europa, un Real Madrid que conquistó en Kiev su decimotercera 'Champions', ante un Liverpool que acusó la lesión de Salah y acabó siendo víctima de los errores de su portero. La sorpresa la protagonizó Cristiano al dejar entrever su salida del Madrid.

La Liga de Campeones de las chilenas. De la deseada de Cristiano Ronaldo en cuartos a la de Bale en la final. Un tanto de dibujos animados que decidió una gran final de Liga de Campeones.

Del Real Madrid de Alfredo Di Stéfano al de Cristiano, que dejó un mensaje enigmático sobre su futuro en un Real Madrid que firmó un hecho inédito con tres títulos consecutivos, una hegemonía inalcanzable con la conquista de cuatro Ligas de Campeones de las cinco últimas.

Los grandes partidos son imprevisibles. Cualquier plan trazado cambia el rumbo por un detalle inesperado, como la lesión de Salah, un frenazo a la exhibición física del Liverpool, que salió a morir al césped. Once años sin una final invitaba a retar el reinado madridista en Europa a base de coraje. La presión asfixiante, velocidad con el balón y verticalidad, anularon de inicio todas las virtudes del Real Madrid.

El Liverpool mostró por qué se convirtió en el equipo más goleador de una edición de 'Champions'. Su presencia en la final estaba justificada con unos minutos de vértigo que finalizaron por el impacto psicológico de perder a su estrella. Ramos 'mordió' por un balón y en el choque con una roca el rival siempre tiende a salir malparado. La caída de Salah, jugador revelación del año con 44 tantos, fue en tan mala postura que su hombro izquierdo quedó dañado. El partido de su vida había llegado al final. Su intento por volver acabó en un mar de lágrimas de impotencia.

Con su líder en la final el Liverpool fue una apisonadora. No dio ninguna opción a respirar al Real Madrid, incapaz de tener el balón, víctima sus jugadores de calidad de un sistema de ayudas del que era imposible salir. El inicio demoledor en lo físico exigía máxima concentración defensiva.

Instaló los nervios en la salida de balón madridista. Varane y Ramos achicaban agua como podían ante el juego directo inglés. Tapándose uno a otro con velocidad. Los laterales, arma clave ofensiva de Zidane, bastante tenían con mantenerse en pie ante la avalancha. El Real Madrid pedía a gritos la aparición de Modric, de Isco, de uno de sus magos con criterio para pisar el balón y detener el tiempo. Desaparecían en ayudas defensivas, con Zidane desgañitándose para que sus jugadores adelantasen líneas.

El miura que dijo Ramos vestía de rojo. El campeón encerrado, un muro ante las oleadas tapando disparos y la figura de Keylor Navas emergiendo con una parada repleta de reflejos al disparo potente de Arnold.

Cristiano se desesperaba con gestos hacia sus compañeros para buscar una reacción, metido en una final en la que rebajó su protagonismo para aprovechar cualquier despiste. Lo tenía Firmino y el portugués avisaba con un disparo desde la derecha que se marchaba cerca del travesaño.

El punto de inflexión fue la lesión de Salah, un directo al mentón del Liverpool que perdía velocidad pero ganaba control con Lallana. Respiraba el Real Madrid que pasaba a adueñarse del balón, a encontrar la movilidad de Benzema, haciendo daño cayendo a bandas y asociándose en el inicio de un recital en su lectura de partido.

El plan de Zidane se alteró por una situación inesperada. Carvajal caía en la batalla. Una nueva lesión muscular que metía en la final al comodín Nacho, un seguro de vida. El balón se tiñó de blanco y la recta final del trepidante primer acto dejó un serio aviso del campeón.

En cuanto apareció Isco, que puso un balón medido desde el costado derecho al vuelo de Cristiano. Su potente testarazo lo sacó con una mano salvadora abajo Karius, en su acción más brillante de una final que será su mayor pesadilla de por vida.

El rechace lo mandaba a la red Benzema en una acción anulada por el colegiado.