Era cerca de la una de la tarde del pasado sábado día 15. La ascensión había sido muy dura pero el tiempo acompañó. La bombero cacereña residente en Tenerife Reyes de Miguel Renedo, su hermano Gonzalo, que vive en Logroño, y su marido tinerfeño, el también bombero Víctor Manuel Hernández Navarro, por fin lo habían conseguido. Los hermanos De Miguel llevaban 27 años soñando con ese momento. Acababan de alcanzar su cima particular. No era exactamente una cumbre, pues estaban en un valle jalonado por el verdadero pico, el Pumori, una mole de piedra de 7.165 metros enclavada en plena cordillera del Himalaya, entre Nepal y el Tíbet. Pero para ellos habían coronado una cima: encontrar por fin el lugar en el que habían sido enterrados en 1989 sus hermanos José María y Pablo, víctimas de una avalancha cuando intentaban coronar el Pumori.

Reyes de Miguel, recién llegada a Tenerife, aseguró ayer que pasará tiempo hasta que lo asimile, más cuando ya lo había intentado tres veces sin éxito. «Cuando me estaba acercando», relata en una entrevista «sentí que era el lugar». «Como dicen, el amor mueve montañas. Hubo un momento en el que vi la piedra donde nos habían dicho que enterraron a mis hermanos. Era allí sin duda. Faltaban unos metros y empecé a llorar por el recuerdo de José María y Pablo pero al mismo tiempo estaba feliz porque por fin habíamos alcanzado nuestra cima», relata con la voz entrecortada.

«Me los imaginaba allí, con su vitalidad y su amor por la montaña. Estábamos nerviosos, muy activos, preparando la colocación de la placa, analizando el terreno, haciendo fotos, cogiendo vídeos... Pero hubo un momento en que nos sentamos mi hermano Gonzalo y yo y ahí nos echamos a llorar y nos abrazamos. Era un momento muy emocionante para nosotros, tremendamente especial», añade Reyes, de 51 años, la única mujer del equipo de bomberos del aeropuerto de Tenerife Norte.

El 2 de octubre de 1989, José María de Miguel Renedo, de 32 años y residente en Zaragoza; su hermano Pablo, de 30 años y residente en Valencia, así como otros dos miembros de la expedición, Francisco Salgado Rivera y Antonio Luis Galea Gordillo, fallecieron como consecuencia de una enorme avalancha cuando se disponían a alcanzar el pico del Pumori. Sólo se salvó el más joven, Adolfo García Boraita, que tenía 24 años. Era una de las primeras tragedias del alpinismo español. En esa misma montaña, en 2001, también perdieron la vida cinco montañeros vascos.

Reyes se encontraba por entonces en Sevilla. Ese 2 de octubre de 1989 llevaba apenas tres días trabajando en la Casa del Mar de Sevilla. «Recuerdo que salió la secretaria del director leyendo unos télex con informaciones: la última era sobre la muerte de cuatro alpinistas en la cordillera del Himalaya. Me quedé pálida. La secretaria se llamaba Reyes, como yo. Le pedí que volviera a leer la noticia. Me leyó todas menos la del Himalaya. Yo le pedí que era esa la que me interesaba. Me miró y me dijo si me pasaba algo, si tenía a alguien allí. Yo le dije que sí, que tenía a dos hermanos. No había nombres en el télex pero ya en ese momento intuí que eran ellos», relata Reyes, para continuar: «Me acuerdo que tenía una moto e iba tan despistada que me quemé la pierna con el motor y ni me enteré. Fui rápidamente a casa de un amigo que estaba siempre oyendo la radio. Subí corriendo, me caí por las escaleras, al fin llegué... Le pregunté alterada pero él al momento me interrumpió, me miró y me dijo: Sí, Reyes, son tus hermanos».

Un golpe muy duro

Fue un golpe muy duro para sus padres y para sus siete hermanos. A su padre, un burgalés que era jefe provincial de Tráfico -fallecería dos años después-, le ofrecieron la posibilidad de montar una operación de rescate y traer los cuerpos de vuelta a España. Pero él no quiso y el resto de la familia lo respaldó. Pensó que José María y Pablo habrían querido quedarse en la montaña para siempre. Y así fue.

Si les hubiera ocurrido lo que a la gran mayoría de alpinistas que se quedaron en la montaña, sus cuerpos se habrían quedado justo donde los dejó la avalancha. Las operaciones de rescate y traslado a más de 6.500 metros de altura y en condiciones tan extremas suelen descartarse por el elevado riesgo que entrañan. Pero la familia de José María y Pablo tuvo suerte. Sigi y Gabi Hupfauer, dos montañeros alemanes que coincidieron con la expedición española en el Pumori y se salvaron del alud, recogieron los cuerpos y los enterraron en una zona a unos 5.300 metros de altitud. Y ya no sólo eso, sino que confeccionaron mapas y tomaron fotos que sirvieran a las familias de los 4 fallecidos para localizar sus restos.

Reyes no contaba con esa información cuando fue por primera vez en busca de José María y Pablo. Le había llegado a su padre pero ella desconocía ese detalle. Al año siguiente de la muerte de sus hermanos ya empezó a moverse para irse al Pumori pero la situación política y social de entonces en Nepal lo desaconsejaba. Además, ella necesitaba prepararse. Pero en 1995 pensó que había llegado el momento. «Tenía que ir sí o sí, pasara lo que pasara, aunque fuera sola». Y sola tomó el avión a Katmandú.

Fue a ciegas pero llevaba una brújula crucial: la determinación. En aquel momento no había tanto turismo como ahora en Nepal, lo que complicaba más el reto. Pero Reyes de Miguel asegura que fue «una experiencia mágica». Y todo gracias al azar al tocarle un guía «fantástico», Jangbu. «Al no poder volar de Katmandú a Lukla por el mal tiempo, tuvimos que ir a pie. Además, Jangbu quería visitar su aldea, con lo que no tomamos el camino habitual. Compartí con ellos casa, cama, comida, fuego... Fue muy especial. Aparte, entablé una relación muy estrecha con Jangbu. También fue especial porque cuando les contaba el motivo que me había llevado allí, se solidarizaban un montón conmigo. Les llamaba la atención ver a una mujer sola en Nepal en busca del lugar en el que fueron enterrados sus hermanos».

Sin los mapas de los alemanes ni coordenadas, solo quedaba encontrar a alguno de los sherpas que estuvieron en la expedición de 1989. Y Jangbu, a fuerza de preguntar, halló a uno. «Fue un encuentro muy emotivo. Nada más verme, me dijo que era igual a Pablo. Nos echamos a llorar el sherpa, su madre y yo. Nos contó qué ocurrió en 1989. A mí me vino muy bien porque, aparte de intentar encontrar las tumbas, buscaba información», recuerda Reyes.

Con esos detalles, Reyes y el guía se lanzaron a la montaña. Las condiciones eran buenas pero la cacereña llegó exhausta a la base del Pumori. «Me asusté allí, en medio de aquellos sietemiles y ochomiles. Además, solo se oía el ruido de los desprendimientos». Jangbu se había adelantado al ver a Reyes tan agotada. Cuando volvió, a los 40 minutos, le dijo que había encontrado el lugar. Y para allá se fueron. Reyes depositó unas flores que le había proporcionado el guía y su primer cinturón negro de taekwondo.

Poco después de volver, cuando tuvo acceso a los mapas de los alemanes, Reyes supo que en realidad no había estado en el punto exacto: se había quedado a tan solo 300 metros. Ahí tuvo claro que tenía que regresar. Aprovechó para prepararse mejor: subió al Aconcagua (Argentina), a los Alpes, a prácticamente todas las grandes cimas de la Península... Aparte, se hizo bombero en la Isla, se casó con el también bombero Víctor Hernández, miembro del Consorcio de Tenerife, y decidió que volvería en 2013. Y, además, lo haría con Víctor y con dos hermanos, Gonzalo, administrador de fincas en Logroño, y Santiago, funcionario en Cáceres.

Gonzalo y Santiago no tenían experiencia en el alpinismo pero se prepararon a conciencia gracias a los consejos de Reyes. Según contó el primero en un artículo reciente publicado en Infolibre, «nunca pensé en los riesgos, ni en los medios, ni en la preparación física y mental. Entendí que este viaje respondía a una especie de predestinación. Y si además lo predestinado se anhela con ahínco, qué más quieres. Solo hay que dejarse llevar por el buen camino y no tropezar».

Pero en ese primer intento de Gonzalo, Santiago y Víctor, y el segundo de Reyes, tropezaron. «Toda la caminata fue fantástica. Entonces llegamos a Gorakshep, el último poblado que hay antes de alcanzar el Pumori», explica Reyes, para añadir: «Pero fue llegar allí y caernos la nevada del siglo. Nos decían que hacía 80 años que no nevaba de aquella manera. Estuvimos cinco días aislados en Gorakshep». Era imposible.

La obstinación de los De Miguel, sin embargo, por encontrar la tumba de José María y Pablo seguía inalterable. De ahí que los tres hermanos y Víctor repitieran en abril de 2015. Llegaron a Katmandú, volaron a Lukla, caminaron y fueron parando para irse aclimatando a la altura. Por eso subieron al Pokalde, de unos 5.400 metros. Luego alcanzaron un pueblo a una sola jornada de Gorakshep, paso previo al Pamuri.

Era el día 25 de abril. Estaban en el refugio esperando para comer algo. Tocaba dhal bhaat, una comida picante a base de arroz, verduras y lentejas, una de las más típicas de Nepal. Todo era normal a eso de las 12:00 cuando... «De repente oímos como una explosión tremenda y acto seguido el edificio empezó a tambalearse», revive Reyes. «Víctor y yo hemos colaborado con Bomberos Sin Fronteras y hemos trabajado en muchos lugares del mundo, como en Haití tras el seísmo del año 2010. Hemos vivido por tanto terremotos y sabemos cómo son. Así es que tuvimos claro que aquello no era un alud; era un terremoto».

El camino de vuelta fue una odisea. Todos los pueblos con los que se toparon estaban arrasados y también muchos puentes y caminos. Y tan poco tiempo había pasado que todavía se percibían las consecuencias del terremoto. Aprovechan el viaje para realizar tareas humanitarias.

Esta vez iban mejor preparados que nunca y tenían experiencia en Nepal. La tecnología les había permitido visualizar el lugar. Sabían perfectamente dónde estaba la piedra al lado de la cual habían enterrado a José María, Pablo y los otros dos miembros de la expedición de 1989 fallecidos. Así fue como el pasado día 15 la encontraron al fin.

«Al llegar, primero rastreamos toda la zona en busca de algún indicio. Lo único que encontramos fue unas cuerdas que pensamos que pudieron ser usadas para transportar los cuerpos». Colocaron una placa en la piedra hecha por Gonzalo que ponía En memoria de Pablo, José, Paco y Antonio. 1989. Y por último hicieron un rito de los sherpas: caminaron alrededor de la piedra hasta dar tres vueltas mientras rezaban el Om mani padme hum, el mantra más popular de los budistas. Antes de marcharse, Gonzalo sacó una caja de bombones. Solo dejaron cuatro, que pusieron a un lado de la tumba.

«Lo mismo que el ascenso a la Luna fue un reto de la Humanidad y no de sus protagonistas, el nuestro no lo es de dos o tres hermanos que logran alcanzar su objetivo, sino de toda la familia en su conjunto», escribió Gonzalo de Miguel.