El mallorquín Rafael Nadal corroboró ayer con su segundo título de campeón en Wimbledon que no es imprescindible contar con un "saque bomba", como él dice, para dominar la hierba, superficie que no guarda secretos indescifrables para el número uno.

Rafael pasó de ser un júnior con aptitudes más que notables, un discípulo aplicado que apuntaba maneras con su tío Toni, a convertirse en el mejor tenista del mundo.

Ayer, esa destreza innata le reportó su segundo trofeo en el All England Club en su cuarta final consecutiva en esta cancha, algo "inimaginable" hace unos años para este jugador.

Rafa Nadal moldea la historia de este deporte a golpe de raqueta, de tesón, de pasión, de cualidades excepcionales y una voluntad de acero.

El balear, segundo favorito en el cuadro masculino de Wimbledon, regresaba triunfal este año al club de Roger Federer, el gran ausente de esta final. Nadal había tenido que renunciar a competir en este grande el pasado año por tener ambas rodillas lesionadas.

Con un físico imponente de atleta, el mallorquín ha ido aniquilando récords y demostrando que el tenis español no estaba reñido con esta superficie.

Como Manolo Santana, él se desmarcó de la norma. Desde pequeñito, Nadal soñó con dominar el césped. Quiso adaptarse, y lo logró. Se propuso ir más allá, y se coló en su cuarta final en una competición casi vetada a los especialistas de la tierra.

Ahora dice que no tiene un "saque bomba" pero se siente más que satisfecho de la efectividad de sus golpes, de su derecha, de su resto. Lo demostraba esta última quincena ante Kei Nishikori, ante Robin Haase, ante Philipp Petzschner, ante Paul-Henri Mathieu, frente a Robin Soderling y Andy Murray.

Aquí fue finalista en el 2006, 2007, ganó a Federer en el 2008 y aquí, también, anunció desolado, que no se sentía con fuerzas físicas para defender el trofeo en la pasada edición, cuando una tendinitis persistente volvía a martirizarle.

En los últimos meses, Nadal ha vuelto a mostrar su garra, su rostro ganador y ha conseguido elevar, todavía más, su nivel en el circuito para recuperar el número uno que le arrebató el helvético Federer y que el manacorense volvió a dominar al ganar, por quinta vez, Roland Garros en una final contra el sueco Robin Soderling.